La violencia contra las mujeres es como el aire que respiramos. Algo tan presente en el ambiente que si no tomamos conciencia ni nos damos cuenta de que nos rodea por todas partes. Varía desde sutiles abusos de superioridad masculina hasta la violencia física más extrema. Incluso cuando los golpes e insultos son frecuentes o diarios, a las víctimas les cuesta reconocer que la padecen. Según asegura la coordinadora de la Plataforma contra la Violencia de Género de Catalunya, Montserrat Vila Planas, “la mayoría pide ayuda después de decenas de años de tortura de todo tipo”.
La pregunta surge de inmediato: ¿Cómo es esto posible? Vila Planas señala, como factores principales, que “las más jóvenes se socializan en la normalización de esta violencia, el mito de que ‘los hombres son así”. A ello se le añade el hecho “lamentable” de que “las instituciones son insensibles con las mujeres violentadas, y condescendientes con la agresión que representan la moral, las costumbres, la judicatura y, por supuesto, los hombres agresores”. Además, “aún hay demasiados hombres que son cómplices de esta cadena infernal”.
Apenas un tercio denuncia
Los datos estadísticos reflejados en la Macroencuesta de Violencia de que se realiza en el Estado cada cuatro años —la última, de 2015— muestran que apenas un tercio de las víctimas denuncia. En concreto, sólo el 28,6% de las mujeres que han sufrido violencia física y/o violencia sexual y/o miedo de su pareja o expareja ha acudido a la policía -ella misma u otra persona- o al juzgado (1,7%). Los motivos son: no conceder suficiente importancia a la violencia de género sufrida (44,6%), miedo (26,56%) o vergüenza, y no querer que nadie lo sepa (21,08%).
Del total de encuestadas de 16 o más años residentes en el Estado, el 15,5% afirma haber sufrido violencia física, sexual o miedo de alguna pareja o expareja en algún momento de su vida. El 25,4% han sufrido violencia psicológica de control, el 21,9% violencia psicológica emocional, y el 10,8% violencia económica (control del dinero y bienes).
Retos del feminismo
Los datos son elocuentes e indican que la tarea pendiente es gigantesca porque la violencia es estructural, es decir, forma parte del sistema; y también es cultural, se sustenta en un pensamiento dominante sobre la superioridad masculina.
Es evidente que, gracias al empuje del movimiento feminista, se están dando pasos adelante en materia de concienciación social y acciones institucionales y legales, pero es igual de cierto que hay dificultades en desarrollar las medidas y leyes aprobadas, tanto por falta de recursos materiales, como por la falta de conocimiento por parte del personal de las instituciones de las raíces de esta violencia, según Vila Planas.
Una muestra patente de esta falta de medios y de esta falta de capacitación es el trato que reciben las mujeres cuando “no son atendidas en las instituciones con los recursos adecuados, y cuando se hace una victimización secundaria dudando de su palabra y actitud”. Incluso puede suceder que se utilicen “mitos, estereotipos y prejuicios para normalizar la violencia a que las está sometiendo el agresor”. De ahí que las juristas feministas procuren, salvo en casos extremos, no recurrir a la denuncia por los estragos psicoemocionales que se derivan y las dificultades de los procesos judiciales.
Para Vila Planas, urge, por tanto, cambiar “la moral imperante de talante misógino” en “educación en la igualdad y los derechos de las mujeres como personas”, lo que precisa trabajar intensamente por un cambio de roles, y sobre todo los de “la masculinidad que prevalece y que hace atractivo al chico de la escuela más poco respetuoso con las chicas”.
Esta labor, a su juicio, debe estar a cargo de organizaciones que trabajen la sensibilización desde la base de la sociedad. “Las organizaciones feministas son fundamentales para generar procesos de reflexión ciudadana que favorezcan posicionamientos de tolerancia cero hacia las violencias machistas”. Deben insistir también en exigir recursos económicos adecuados para todas las mujeres que sufren estos abusos, y crear espacios públicos que fomenten la libertad de las mujeres y que aumenten su capacidad de decisión.
El poder de las fuerzas reaccionarias
En frente se sitúan las fuerzas reaccionarias, que operan sin descanso. Lo hacen “desde gran parte de los poderes públicos representados por profesionales que actúan en el circuito de atención a las mujeres, como la judicatura o la educación, y desde la sociedad, en forma de colectivos por la custodia compartida, los “pro vida” o determinados intelectuales y escritores”. Una muestra clara de la influencia de estos actores es que catorce años después de la aprobación de la Ley estatal contra la Violencia el mensaje más insistente es que “las mujeres quieren utilizar esta ley en su provecho acusando falsamente a sus parejas”.
Vila Planas es optimista, a pesar de todo, y confía en la fuerza incombustible e imparable del feminismo para seguir denunciando los abusos de poder y como motor para lograr una sociedad más justa. “Con las mujeres luchadoras que nos han precedido, desde las sufragistas hasta ahora, hemos roto muchas barreras, la del silencio, la del miedo, la de la identidad, la de la indefensión aprendida… para llegar a ser agentes activas en la sociedad, para ejercer un liderazgo inclusivo de todos los derechos universales, de todos los géneros, de todas las opresiones y de todas las clases sociales”.
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