Marly, de 51 años, brasileña, es superviviente del sistema prostitucional. Dejó de ejercer en 2019 pero, a la vista de su estado emocional, parece que hubiera sido ayer. Su rostro y sus facciones aún reflejan la dureza de una vida en permanente tensión, alerta y violencia. De ojos emerge una tristeza profunda.
Su historia no debería ser contada todavía. Sería preferible esperar, pero, ¿hasta cuándo? Es consciente de que la huella de lo sufrido permanecerá siempre en su cuerpo y en su mente. Y para ella resulta vital -y también catártico- relatar su experiencia.
Recuerda con nitidez todo lo que vivió desde que con 29 años dejó su Sao Paulo natal para venir a Bizkaia a prostituirse. Le prometieron dinero rápido con el que disfrutar de una vida holgada para ella y para su hija, que entonces tenía 3 años.
Alberga la esperanza de que “se haga justicia” con todas las mujeres que están atrapadas en ese infierno que son los prostíbulos y quiere proclamar a los cuatro vientos que “no hay precio que pueda pagar el dejar tu país” y sufrir lo que califica como “muerte en vida”.
Relato sobrecogedor y doloroso
La entrevista dura cinco horas. Toda una confesión. Habla y habla, la mayor parte del tiempo anegada en llanto. Su relato oscila entre lo sobrecogedor y lo doloroso, con pocas pausas para tomar aliento. Relata los malos tratos que sufrió, identifica por su nombres los prostíbulos de Bizkaia donde estuvo, a los proxenetas que los regentaban e incluso a algún muy conocido personaje que la requirió en varias ocasiones.
Le gustaría que todo ello figurara con pelos y señales en este reportaje, pero hay circunstancias que lo impiden: su seguridad –está en situación de protección por violencia machista y amenazas- y los límites a la libertad de expresión.
Habla español con un muy marcado portugués y sólo en pocas ocasiones cuesta entenderla. Reproduce con mucho detalle las conversaciones que mantuvo y las vejaciones que sufrió por parte de proxenetas y de esos abusadores de mujeres llamados ‘clientes’ (ella también utiliza este término).
Asegura que la mayoría de los puteros acude a los prostíbulos a maltratar a las mujeres y que esta tendencia se ha acentuado
De hecho, asegura que la mayoría de los puteros acude a los prostíbulos a maltratar a las mujeres y ha constatado que esta es una tendencia que se ha acentuado en los útimos tiempos.
Sólo ha estado en un establecimiento donde dice que el propietario no maltrataba a las chicas, ya que no las obligaba a estar con quien no quisieran y les dejaba quedarse con la mayor parte del dinero. Eso sí, tenían que marcharse después de 21 días y no podían volver en tres meses. Consiguió permanecer allí durante bastante tiempo porque el propietario la tomó cariño y, además, se hizo amiga del guarda de seguridad, que tenía influencia sobre aquél.
El dueño del prostíbulo, sin embargo, era también putero, como tantos otros y, si las mujeres querían quedarse más tiempo, tenían que pagar el peaje de follar con él. Según Marly, se trataba de un viejo nada agradable. Ella manifiesta que no tuvo que pasar por eso.
Otra cosa que le hacía preferir aquel lugar era que algunos hombres que llegaban eran educados y elegantes en comparación con los que frecuentaban otros burdeles. Eran profesionales, futbolistas, empresarios, abogados, miembros del sistema de justicia… Se sentía más segura.
Violencia y deshumanización
Antes de aceptar dedicarse a la prostitución, vendía coches en la capital brasileña. No sabía lo que significaba el negocio del proxenetismo. La violencia y deshumanización que entraña. Vino con una prima. Aterrizaron en Madrid y después se desplazaron a Bilbao.
Allí les esperaba un hombre que las llevó a un prostíbulo del territorio. Nada más entrar, les quitaron los pasaportes y les comunicaron que se los devolverían cuando pagasen la deuda que habían contraído por el viaje. “Olvidaos de vuestra vida. Buena suerte”, les dijeron.
Les prohibieron hablar con las chicas, que estaban expuestas como en un escaparate. Su primera experiencia como puta fue que el camarero eyaculara en su cara con la advertencia “Vete acostumbrándote”. De madrugada, las llevaron a un piso a Galdakao con otras cuatro mujeres, todas brasileñas, y les dieron otro aviso: “Nada de hacer amigas”.
“De mi prima no voy a separarme”, gimió ella, asustada. Para ese día, ya estaba arrepentida de haber venido. Se había dado cuenta de que aquella gente “era peligrosa”. De que todo lo que cobraban era para ellos. Querían escapar, pedir auxilio, pero no tenían ni dinero, ni teléfono.
“El día que me violaron y golpearon tres hombres me robaron la alegría, la ilusión y la esperanza”
Como se rebelaban contra los malos tratos que recibían y no la veían “madura” para explotarla como lo creían conveniente, la encerraron durante 25 días seguidos en el ‘club’ y un día tres hombres la golpearon y violaron salvajemente. Recuerda aquello con mucha claridad. Tanta que ese episodio vuelve a aparecer recurrentemente en su relato, junto con imprecaciones hacia esos individuos.
“Ese día pensé que estaba acabada. En ese momento, me robaron la alegría, la ilusión y la esperanza. Pero me acordaba de mi hija, el amor de mi vida, y tenía que seguir viviendo, porque le prometí volver. Sólo pedía a Dios volver a verla”.
Se planteó el suicidio y no fue la única vez. Al menos, lo barajó seriamente en otras dos ocasiones durante su tortuosa experiencia y la idea le persigue ahora también, pues asegura que no encuentra sentido a su vida.
Relató la violenta agresión a su prima, que tenía más carácter y era su refugio. Esta se encaró con el proxeneta. Le exigió los pasaportes y le comunicó que se marchaban, pero él le espetó: “¡No me conoces. Vas a pagarme lo que me debes!”
El camarero, que también era brasileño, le advirtió de que esas mujeres, siendo de Sao Paulo, con más carácter y formación que las otras, originarias del Nordeste, le iban a dar problemas. Y así fue.
Tiradas en la calle
Marly explica que un primo suyo pertenecía a una mafia peligrosa y cumplía condena en Brasil. Su prima había conseguido un teléfono y lo llamaron. Este contactó con quien las había captado en Sao Paulo y la gestión dio resultado. El camarero brasileñó las dejó tiradas en la calle con sus pasaportes y sus maletas, y también con el miedo al proxeneta metido en el cuerpo.
“Mi prima se desmoronó. Fue la primera vez en la vida que la vi así”, se duele. Un putero le había dado Marly un teléfono y lo llamaron con la esperanza de que las ayudara. Lo primero que les pidió fue follar gratis. Era la condición que conllevaría en el futuro cualquier petición de ayuda a los hombres con que se iban encontrando.
No sólo les exigió eso. “Quería ser nuestro chulo” y las llevó a otro prostíbulo de Bizkaia. “Allí mi prima vivó su peor experiencia”, refiere Marly. Un putero casi la envenena con una bebida. El proxeneta les avisó de que eran ellas mismas las que tenían que protegerse y una colombiana las previno: “¡Si no espabiláis, no salís vivas!”, al tiempo que les indicaba unas mínimas medidas de autoprotección.
“Nunca he visto mujeres de aquí en los prostíbulos; todas son de otros países”
Segunda experiencia de malos tratos y humillaciones. “En el club, las chicas no tienen ningún valor”, insiste. Por eso, cuando llegó a aquel prostíbulo donde el proxeneta era más llevadero y donde algunos puteros eran más aseados quiso quedarse un tiempo.
Allí había 21 mujeres, todas de otros países –“nunca he visto a ninguna de aquí en esos lugares”, subraya-. Su prima, que aún seguía con ella, empezó a beber, a ir de fiesta y de compras y se desentendió de los hijos que dejó en Brasil. Ella la reprendió por ello y sus caminos empezaron a separarse.
Es habitual que las mujeres en prostitución consuman alcohol y cocaína, y además lo suelen exigir muchos prostituyentes. Marly, en su lugar, ingería un psicofármaco que produce dependencia, lorazepam, y a veces hacía creer a los clientes que se trataba de ‘coca’. En la actualidad, sigue medicada y está en tratamiento psicológico.
“Yo era muy bonita y delgada”
“Yo era muy bonita y delgada”. Cuenta que, además, era discreta y que tenía éxito sin necesidad de insinuarse ni de dirigirse a los hombres para que la invitaran a una copa. Se quedaba sentada en una esquina, esperando. Y a algunos eso les llamaba la atención. “Me gustas porque no pareces una puta”, le dijo aquel famoso, joven y bien parecido, que se le acercó en varias ocasiones y que, sin embargo, se despedía con esta indicación: “Si me ves por la calle, no me saludes”.
Su vida en estos 22 años en Bizkaia, con alguna pequeña incursión en Cantabria, donde llegó a denunciar anónimamente a un proxeneta por tener a mujeres escondidas cuando una vez acudió la Policía, ha sido un vagar de un prostíbulo a otro. Un soportar la violencia extrema del sistema prostitucional, que casi acaba con su vida y le dejado graves heridas físicas y psíquicas.
“Durante cinco años, pudo apartarse de ese sórdido mundo al emparejarse con un hombre que conoció en un burdel”
Cinco años fuera de la prostitución
A pesar de todo, se siente orgullosa de no haber cambiado sus valores por dinero y asegura que ha podido conservar su capacidad de empatía y su tendencia a ayudar cuando veía que alguna mujer lo necesitaba. La anima también recordarse bailando en la barra vertical para compensar la tristeza. Consiguió hacerlo muy bien e incluso que la llegasen a pagar sólo por verla.
Durante cinco años, pudo apartarse de ese sórdido mundo al emparejarse con un hombre que conoció en un burdel. Antes se había casado con el vigilante de otro prostíbulo, pero siguió ejerciendo y se separó por malos tratos. También este otro la acabó maltratando, pero no fue eso lo que dio la puntilla a la relación, sino que pretendiera que ella transportase a Ibiza una maleta con droga. Lo sospechaba, pero entonces descubrió que era traficante y que su negocio era una tapadera. En el tiempo que estuvo con él se trajo a su hija, que cuando llegó tenía 15 años.
Se siente muy orgullosa y su sonrisa asoma levemente al referise a ella. Ha sido una muy buena estudiante. Ha terminado una carrera y ahora se propone cursar Derecho. Vive lejos y la ve poco. Asegura sentirse “muy sola”, a pesar de que cuenta con el respado de una asociación local y de los servicios sociales.
Su recorrido por el sistema prostitucional terminó en el prostíbulo donde todo empezó. En ese lugar donde a ella y a su prima les quitaron el pasaporte. Y cuál no fue su espanto cuando, al regresar, comprobó que el proxeneta era uno de los tres individuos que la habían violado y golpeado con saña. “Nunca pudo mirarme a los ojos”.
Denunció al hombre que la había violado, junto con otros dos, que ahora era proxeneta de un prostíbulo
Decidió tramar su venganza. “Aprendí a ser fría y calculadora”. Quería denunciar al hombre que la violó y le arruinó la vida. Por fin, un día llamó a la Ertzaintza para denunciar los malos tratos en el prostíbulo. Antes de hacerlo, avisó al proxeneta de sus intenciones y le advirtió: “¡De aquí o salgo muerta o escoltada!”. La Policía llegó y la sacó. Les contó que había sido testigo de tráfico de mujeres y de drogas, y de humillaciones y maltrato a las chicas.
“No pasó nada”, lamenta. “La Policía ha fallado, la justicia me ha fallado”, repite como un mantra. No le consuela que le dijeran que era muy valiente por haberse enfrentado a un “hombre muy peligroso”. Y aunque le tiene miedo, quiere que su historia se publique porque, al contarla, siente que su herida “ha cicatrizado un poco” y desea, además, enviar mensajes en todas direcciones.
Los mensajes de Marly
A la Justicia: Actúen ya.
A las mujeres que están en los prostíbulos: A pesar de todas las humillaciones que sufrís por parte de proxenetas y clientes, vuestra humanidad está intacta.
A las mujeres que se plantean venir a prostituirse: No lo hagáis. No hay dinero que pueda compensar el infierno de la prostitución.
A las feministas que defienden regular la prostitución como un trabajo: Hay mucha violencia en la prostitución y hay que terminar con ella. Todas son de otros países y los proxenetas se aprovechan de su miedo a la deportación y por eso dicen que están allí voluntariamente.
Al Gobierno: Cierren los prostíbulos ya, ofrezcan alternativas a las mujeres en prostitución y no dejen entrar a ninguna mujer sospechosa de ser traficada.