El feminismo es una tendencia política en ascenso y cada vez más marcas lo quieren patrimonializar: partidos, sindicatos, empresas del Ibex e incluso facciones dentro del propio movimiento.
Cuando hace unos meses Albert Rivera o Ana Patricia Botín resucitaron el ‘feminismo liberal’, las ‘auténticas feministas’ se apresuraron a aclarar qué significaba esto. Me parece bien la acotación, no vaya a convertirse el feminismo en una marca comercial o en algo peor.
El problema viene cuando vemos hay quien quiere también apropiarse de ese feminismo-feminismo. Hace unos días, en la Escuela Feminista Rosario Acuña de Gijón, la insigne filósofa Amelia Valcárcel dijo que entendía la teoría ‘queer’ como un “precipitado lateral” del feminismo y que podía ser un “troyano” que lo aniquilase y se autodestruyese.
No tanto estas consideraciones, como la actitud burlesca que se llegó a exhibir en la mesa de ponentes, suscitó la indignación de las ‘transfeministas’, que arremetieron contra lo que alguna de éstas tildó como “feminismo de psoe ochentero y chusquero”.
Veo desacertado calificar así las posiciones de una de las principales teóricas y representantes del ‘feminismo de la igualdad’ en el Estado y de sus epígonas, teniendo en cuenta que el plantel de conferenciantes estaba compuesto por feministas y hablaron en calidad de tales. Así que quiero pensar que ese tipo de apreciaciones fueron producto del calor del momento.
Unas pocas semanas antes, la principal representante de la teoría ‘queer’, Judit Butler, había dicho en Buenos Aires (Argentina) que “un feminismo trans excluyente no es feminismo”, entendiendo por trans a “las travestis y a aquellas que no nacieron mujeres pero se sienten mujeres”.
“En medio de todas las convulsiones de la historia, el feminismo ha sobrevivido… incluso a las feministas. Esa es la buena noticia”
A riesgo de simplificar mucho diría que las primeras, las feministas de la igualdad y de la agenda de derechos humanos, temen que se ‘cuelen’ en el feminismo mujeres que tienen más de hombre que de mujer y que impongan sus intereses; que se diluyan los problemas que tenemos las mujeres por el mero hecho de serlo. Las segundas, el feminismo queer, defiende que una mujer o un hombre puede transitar libremente de la masculinidad a la feminidad para situarse y sentirse en cada momento hombre, mujer, mujer-hombre, hombre-mujer… o nada de esto, y que el feminismo debe incluir a lxs transgénero.
El fondo de la discusión es quién es el sujeto de feminismo (de quién debe ocuparse éste) y qué o quién es una mujer. Un debate de lo más interesante si no fuera porque no hay debate. Y no lo hay porque las posiciones están muy enconadas, y cada parte quiere imponer su verdad como única.
¿Quién reparte el carné de feminista? ¿Por qué no se limita cada cual a explicar su postura sin descalificar al resto? ¿Es que faltan argumentos y sobran vísceras e ironía? ¿No queremos construir un orden nuevo donde los estándares patriarcales de verticalidad, beligerancia, jerarquía, control y demás desaparezcan de la faz de la tierra? ¿Merece la pena desgastarse en peleas intestinas cuando tenemos tanto trabajo que hacer ahí afuera? ¿Qué alianzas queremos construir?
Las tensiones forman parte de la historia del feminismo, lo mismo que las rupturas. A los momentos de explosión le han seguido las horas bajas. El guión se repite pero nunca es exactamente igual. Y en medio de todas las convulsiones de la historia y de su historia, el feminismo ha sobrevivido… incluso a las feministas. Esa es la buena noticia en estos difíciles momentos. Esa es la esperanza.