“Me siento como una cáscara vacía de ser humano. Estoy en cautividad y sólo espero mi muerte”. La vida se se ha convertido en una pesadilla de desesperación para Maryam Rezaei, de 22 años, desde que los talibanes tomaron el poder en Afganistán.
Según informa el portal Ghandara, Rezaei era una de las más de 10.000 mujeres que estudiaban en la Universidad de Herat. Además estaba empleada como periodista en una emisora de radio local. Sin embargo, a pesar de las promesas de los talibanes de permitir que las mujeres reciban educación, no sabe cuándo podrá volver a la universidad.
“Es muy duro no tener libertad ni seguridad, ni derechos básicos”
Confinada en casa bajo las severas normas de los talibanes para las mujeres, ha perdido también la esperanza de volver a trabajar y ha confesado a Radio Azadi de RFE/RL que vislumbra la aparición de una depresión extrema y que a menudo piensa en suicidarse para escapar de la situación. “Es muy duro no tener libertad, ni seguridad, ni derechos básicos”, se lamenta.
Shayesteh, antigua empleada de una agencia gubernamental afgana en Kabul, asegura también sufrir depresión extrema, agravada por las dificultades económicas que atraviesa su familia en medio de una crisis que se agrava.
Lo más descorazonador, explica Shayesteh a Radio Azadi, es la sensación de haber perdido todos sus sueños sobre el futuro junto con los valores que apreciaba en una situación que se presenta como irreversible. Algunas mujeres que se han protestado por su situación han sido atacadas o detenidas.
El avance en las libertades, los derechos y la calidad de vida de las mujeres afganas fueron graduales bajo los gobiernos anteriores, pero el progreso se vio a menudo obstaculizado por los impedimentos socioculturales y las opiniones islámicas conservadoras sobre el papel de las mujeres en la sociedad afgana, tal y como constatan distintas investigaciones.
“Lo más descorazonador es la sensación de haber perdido todos mis sueños y valores”
Mientras, la guerra y la pobreza intensificaron la depresión y ansiedad entre una población muy traumatizada.
Alto nivel de estrés psicológico
Un estudio publicado el pasado mes de junio por la Organización Mundial de la Salud (OMS) reveló que casi la mitad de la población afgana sufre estrés psicológico y tiene problemas de salud mental. La investigación, dirigida por la profesora de psiquiatría de la Universidad McGill Viviane Kovess-Masfety, puso en evidencia que el trastorno por estrés postraumático (TEPT) es el problema de salud mental más frecuente en Afganistán.
También constató que el riesgo de TEPT era mayor para las mujeres afganas que para los hombres, y que las mujeres afganas que sufren TEPT tienen “nueve veces más riesgo de padecer depresión”.
Desde el regreso de los talibanes al poder, profesionales de la psiquiatría observan un aumento en el número de mujeres que buscan ayuda para la depresión.
“La mayoría son mujeres: activistas por los derechos de la mujer, antiguas empleadas del gobierno, periodistas y mujeres que trabajaban activamente bajo el anterior gobierno afgano, pero que ahora han perdido sus empleos”, dice Wahid Nourzad, jefe del departamento de salud mental del Hospital de Distrito de Herat.
Nourzad ya observado también un aumento de la violencia doméstica contra las mujeres y los niños y niñas.
“Sus conexiones sociales se han roto. Se alejan de las reuniones sociales y piensan en el suicidio”
El psiquiatra con sede en Kabul Walid Hussainkheil cree que las principales causas del aumento de la depresión entre las mujeres afganas son la pobreza, el desempleo y el aislamiento bajo las nuevas reglas de los talibanes. “Sus conexiones sociales se han roto –explica-.Se alejan de las reuniones sociales y piensan en el suicidio”.
Más suicidios femeninos
La experta en salud mental global de la Universidad St. George de Londres, Ayesha Ahmad, señala que Afganistán es desde hace tiempo el único lugar del mundo donde la tasa de suicidio de las mujeres es más alta que la de los hombres.
Además, estudios certifican que la tasa de violencia contra las mujeres y las niñas es una de las más altas del mundo. “El 80% de los matrimonios se celebran sin el consentimiento de la novia, que a menudo es una niña -apuntó Ahmad-. Se calcula que el 10% de los matrimonios son resultado de la práctica del ‘baad’, una costumbre tribal afgana por la que una niña o mujer de la familia de un criminal condenado es entregada como compensación a los familiares de la víctima como sirvienta o novia”.