La ‘cultura terapéutica’ ha inundado los espacios feministas y los movimientos sociales. No se trata de algo nuevo, ya que feminismo y psicología han sido siempre aliadas, pero la investigadora, activista y socióloga crítica Laura Yustas cree que la situación actual ha llegado al punto de obstaculizar el debate y de socavar el carácter político de las alternativas críticas.
De acuerdo a su experiencia en varios espacios, “el hecho de que un debate pueda ‘remover’ a alguien puede cortar la discusión y bloquear una decisión política”, fenómeno al que ella y otras personas denominan la ‘tiranía de las emociones’.
Yustas se ve cercana a corrientes que critican ciertas formas de practicar la medicina, la psicología o la psiquiatría y sus indeseables consecuencias como la medicalización excesiva, la patologización de la vida y la atribución exclusiva de los problemas a las personas obviando cualquier responsabilidad social.
Desplazamiento del foco
Por ejemplo, explicó, las personas de la Plataforma de Afectadas por la Hipoteca (PAH), “desde un punto de vista psiquiátrico necesitaban antidepresivos, pero desde un punto de vista político lo que necesitaban era la dación en pago”. Es el resultado de la ‘cultura terapéutica’, que desplaza al plano personal un problema social y colectivo.
Los espacios feministas han sido tomados también por la cultura terapéutica y advierte que se va imponiendo una forma de funcionar que da una importancia desmesurada a las emociones de las participantes.
“Es usual iniciar muchas asambleas con una ronda de sentires, en la que cada una explica cómo está. Esto no tendría que ser problema, pero se convierte en una especie de advertencia. ‘Vengo triste o mal’ es una forma de decir que tengas cuidado conmigo”.
Esta forma de proceder se ha llevado tan lejos que “el hecho de que algo te pueda remover puede bloquear una decisión política”. Incluso los sentires personales “se utilizan para cortar el debate”.
Agresiones sexuales
La investigadora inició su intervención, que tuvo lugar en Sorginenea (Gasteiz), explicando varios casos que evidencian este hecho. Manifestó que en un espacio ocupado en el que participaba fue imposible investigar casos de agresiones sexuales porque había personas que se sentían “removidas”. La solución fue colocar carteles con la leyenda ‘Este espacio no es seguro’, lo que calificó de “aterrador” y “contraproducente” teniendo en cuenta que el local estaba abierto a personas ajenas.
Otro inconveniente -y muy significativo- de ese “imperativo de transparencia, de sinceridad, de contarse lo máximo y ser lo más intensas posible en la forma de trabajar” es que, contrariamente a lo pretendido, genera conflictos en las relaciones dentro de los colectivos “porque no podemos deshacer lo que nos hemos dicho”.
Para Yustas, no es que las emociones no tengan importancia, sino que es necesario “descentralizarlas” para que en los grupos donde hay problemas el foco se ponga en éstos: “Me parece que el colectivo no funciona por tal motivo y eso me cabrea o me desanima”.
“Los espacios feministas han visto evolucionar su oferta formativa de cursos de historia del feminismo a los de desarrollo personal”
La cultura terapéutica está basada en un gran nivel de individualismo, un gran narcisismo y en el poder terapéutico. Este se refiere a la confianza más o menos ciega en la eficacia de la medicina, de la psiquiatría y la psicología y, por extensión, a la visión de lo terapéutico como algo positivo e intocable.
Como consecuencia de su generalización, los espacios feministas han visto evolucionar su oferta formativa de cursos basados en historia del feminismo a los enfocados en el desarrollo personal y autoayuda. “Es algo que no se hace de manera consciente y eso complica mucho la crítica porque se entiende como un ataque”, opina.
Yustas está convencida de que el predominio de esta visión es “parte de un proyecto neoliberal y conecta en la rama de la autoayuda con la cultura del esfuerzo. Todo el trabajo terapéutico de trabajo del yo es como una forma de emprendedurismo hacia adentro, de intentar mejorarnos a nosotras mismas, al final para ser más competitivos, supongo”.
Líneas de fuga
Sin embargo, dejó claro que lo que más le preocupa es que esta forma de “análisis narcisista autocentrado” está arrinconando “las luchas sociales, los condicionantes sociales, las condiciones de vida que afectan a cómo vivimos y ello nos hacen creernos la cultura del esfuerzo neoliberal”.
Como alternativa propuso rescatar la idea de las líneas de fuga -“intentar generar salidas”- que expusieron el filósofo Deleuze y el psicoanalista Guattari en los años setenta. “La PAH o el 15M son líneas de fuga, son alternativas que van a lo colectivo y a la experimentación en sentido contrario a lo terapéutico. Es necesario buscar en la militancia líneas de fuga porque la cultura nos dice que la militancia es muy difícil, que necesitamos terapia para aguantar la militancia, algo que escucho mucho y que me parece muy bestia”.