La violencia machista no es algo que les pasa a las mujeres incultas, de clase baja y con muchos hijos. Puede padecerla cualquier mujer… y no ser consciente de ello o no querer admitirlo. Y, como refieren quienes han ejercido la prostitución, es fácil entrar en ese infierno, pero muy difícil salir.
Tres jóvenes despiertas y con la cabeza muy bien amueblada nos han contado la historia de maltrato que dejaron atrás y que ha quedado plasmada en el libro ‘Calladita no eres más bonita’ (ed. Meraki), con el que quieren concienciar acerca de esta forma de tortura y evitar que otras la sufran.
Son inteligentes, son desenvueltas y tienen las ideas muy claras, a pesar de que aún arrastran graves secuelas. Quizás que el sufrimiento les haya hecho madurar más rápido. Sus edades van desde los 24 hasta los 38. Nadie diría que se dejen avasallar. Pero así fue. Y todas tienen también en común que el feminismo les abrió los ojos y que encontraron un apoyo en sus compañeras de militancia.
Aitziber, a 800 kilómetros de casa
La mayor de ellas, Aitziber, es menuda y nerviosa. Trabaja como frutera en Bizkaia y aparenta menos años de los que tiene. Hace ya mucho tiempo -15 años- que acabó la relación truculenta y todavía no ha vuelto a emparejarse. “Es que no paso una –advierte-. Cuando dejas pasar una línea roja, las demás vienen por detrás”.
Además, sigue arrastrando “ansiedades, fantasmas, miedos” y también desconfianza, producto de aquella experiencia traumática, que comenzó cuando ella tenía 18 años y terminó cuando cumplió 25, aunque tardó en romper desde que tomó conciencia. “Pasas un tiempo anulada y te cuesta saber cómo tirar para adelante”. Ese período se prolongó durante cuatro años.
“A las vascas, que nos creemos tan fuertes, también nos pasa”
Aitziber ha querido colaborar en la publicación para dejar en evidencia “que a las vascas, que nos creemos tan fuerte, también nos pasa”. Y sin saber muy bien cómo una relación puede convertirse en un infierno. “Al principio te dejas llevar y cuando empieza el maltrato idealizas los primeros ratos, bonitos, esperando que vuelvan”.
Suele decirse que el maltratador aísla a la víctima de su entorno y de sus intereses. Su pareja lo tuvo fácil porque ella se desplazó a Albacete. “Te ves lejos de tu familia, de tus amistades, de cómo tú eres. Las broncas siempre ocurren de madrugada cuando no puedes coger un autobús para marcharte y al día siguiente vuelve la luna de miel y, para cuando te das cuenta, has perdido tres o cuatro años de tu vida”.
A pesar de que sufrió violencia físcia, sicológica, económica y sexual durante “casi toda su relación” pudo sacar fuerzas para poner tierra de por medio. Algo que le ayudó fue no tener descendencia con el maltratador, a pesar de la insistencia de aquél. “Me ponía el anillo vaginal sin que él lo supiera”. Y es que las mujeres en su situación y con hijos e hijas en común lo tienen mucho más complicado, opina.
El primer golpe que le dio ella se lo devolvió y el maltrato físico acabó ahí
Andrea, maltrato a su animal querido
Andrea, de 24, es una joven de cuidada melena, que se adorna con ‘piercing’ y tatuajes. Trabaja de auxiliar de enfermería y vive en Gipuzkoa. Su novio era inactivo laboralmente y adicto a las drogas, aunque ella lo desconocía al principio. El primer golpe que le dio, ella se lo devolvió y el maltrato físico, sólo el físico, acabó ahí. Resulta que él tampoco sabía que ella era cinturón marrón de kárate.
Llegó a pasar seis años con él a pesar de lo que veía y sentía, y de las advertencias de sus allegadas porque “tenía la esperanza de que cambiaría y él me lo prometía y juraba una y otra vez entre lágrimas”. Ella lo justificaba: que si estaba estresado, que si no era mala persona, que si era una mala racha que estaba pasando. “Me creía mi película, vivía en mi burbuja”.
En la cuadrilla, el, en una actitud “de manual”, calumniaba a su novia anterior diciendo que “era una zorra y estaba loca”. Ahora Andrea está contando a quien quiere escucharle lo que le sucedió para que “ninguna otra pase por esto”. “La gente flipa”, se sorprende. Normal, el maltratador lo es en casa, y encantador en la calle.
Al igual que Aitziber, algo le decía que no debía estabilizar su relación con ese individuo. Por eso, cuando quedó accidentalmente embarazada abortó. El se opuso y, no sólo no le acompañó, sino que hizo todo lo posible para aumentar su sufrimiento.
Para paliarlo adoptó un gato y cuando ella se marchaba torturaba al animal. “No quiero ni imaginar lo que podría haber hecho a un niño”. Le drogó, le pegó, le rompió la pata, le metió al horno, le envolvió con cinta adhesiva… entre otras maldades.
Ver al gato torturado fue el aldabonazo a su conciencia. Se armó de valor y corrió a pedir ayuda a un vecino de la escalera. Huyó casi con lo puesto y volvió a por su pequeño. Hoy viven con tranquilidad en casa de los padres de Andrea. “Tengo un gato calvo y cojo, pero feliz”, se congratula.
Como Aitziber, ha precisado tratamiento psicológico, ya que adelgazó 15 kg., tuvo pesadillas y le cuesta fiarse de los chicos. Recientemente ha conocido a uno con el que mantiene una relación especial y va muy poco a poco.
Helena, violencia sexual
Helena, jurista, de 27 años, exhibe un estilo mas clásico. Es de porte tranquilo y habla veloz. Reside y trabaja en Bizkaia ayudando a mujeres maltratadas y ella ya lo era cuando empezó con esa tarea, sólo que no era consciente de ello. La razón es que su novio, ingeniero, “hilaba muy fino” y la sometía a maltrato psicológico y violencia sexual.
Las relaciones sexuales la incomodaban. A Aitziber le costó llamar maltratador a su novio, y a Helena reconocer que lo que hacía su novio con ella era violarla. Fue su primera relación. Se conocieron en sus tiempos de estudiante y salieron durante siete años, hasta hace tres. No convivieron.
“Te empiezas a dar cuenta y a encajar las cosas a través del feminismo, que te da herramientas para identificarlo”
“Te empiezas a dar cuenta y a encajar las cosas a través del feminismo, que te da herramientas para identificarlo. Atravesé un duelo antes de la separación y después también cuando eres consciente de lo que has sufrido y durante la recuperación”, explica.
Además de no interesarse por su placer sexual, su maltratador nunca quería quedar con las amistades de ella, minusvaloraba sus capacidades y cuestionaba sus elecciones. A consecuencia de ello, Helena sentía ”ansiedad cronificada con episodios depresivos y tristeza”. Sabía identificar muy bien esos estados, pues ya había sufrido acoso en el colegio.
Salió de la relación gracias a sus amigas que le proporcionaron “un apoyo tremendo” y ahora mantiene una relación con un joven que es todo lo contrario y la apoya también afeando actitudes machistas a los hombres de su cuadrilla.
Las tres ofrecen de antemano algunos consejos a las jóvenes:
- Haz caso a las advertencias de la gente que te quiere.
- No dejes que nadie te chantajee.
- No dejes que nadie maltrate a otros seres vivos.
- Atención a las luces rojas: te aleja de tus amistades, te corta tus sueños, te pide las claves de las redes…
- La violencia sexual también puede suceder dentro de la pareja. Estad atentas.
A las instituciones les exigen una educación sexual en condiciones que creen que falta
A las instituciones les exigen una educación sexual en condiciones que permita identificar y prevenir todas las formas de violencia machista. Creen que falta este tipo de instrucción.
Además, piensan que deberían facilitarse grupos de apoyo para poder verbalizar las situaciones y hablar de esta violación de los derechos humanos que sigue normalizada en la sociedad.