La militante histórica del movimiento feminista estatal Justa Montero tiene muy claro el rumbo que precisa tomar la acción en estos momentos. Por un lado, ve necesario seguir conquistando derechos palmo a palmo en los lugares donde las feministas estemos y, por otro, se muestra partidaria de “ampliar el sujeto político y la agenda” para dar cabida a todas las personas que desafían a la opresión del sistema patriarcal con sus reivindicaciones.
Para Montero vivimos en estos momentos un proceso de “extraordinaria movilización feminista” y hay que tener muy claro que los cambios no van a venir dados por la actividad legislativa de los gobiernos. “No hay que caer en la fantasía de que el avance del feminismo es un problema de leyes y normas solamente –advirtió-; es una cuestión de derechos sociales, de comportamientos y actitudes, por lo que no debemos quedarnos exclusivamente con lo que el Estado o la administración puedan articular en leyes o servicios, que por supuesto es algo que hay que hacer, sino que hay que poner el acento en conquistar derechos día a día en nuestra cotidianidad y espacios de convivencia”.
Esta militante feminista destaca que en esa conquista de derechos y libertades tiene que participar un amplio espectro de personas sojuzgadas por el neoliberalismo patriarcal y que reclaman hacer oír su voz. Aunque estos colectivos tienen cabida en el movimiento desde los años 90, la discusión acerca de quién conforma el sujeto político feminista continúa abierta: ¿Quién va a articular las luchas para transformar la realidad?¿Sólo las mujeres? ¿Qué mujeres? Esa sigue constituyendo, para Montero, una cuestión clave y otra, no menos importante, es la capacidad del feminismo para “identificar los conflictos que atraviesan nuestros cuerpos y nuestras vidas”, y hacer un mapa de los mismos que guíe las acciones futuras.
El sujeto político
Respecto al debate sobre el sujeto del feminismo, señaló que se va construyendo según se confrontan los conflictos y se remitió a la historia reciente para explicar su evolución en el Estado. Después de la fuerte dictadura se pudo configurar un sujeto político y una identidad colectiva fuerte bajo la consigna ‘Yo también… he abortado, soy adúltera etc.’ “Era fácil porque veníamos de una prohibición absoluta y las mujeres estabamos definidas como ‘no sujetos’”, rememora. A su juicio, el problema vino cuando hubo que formular la propuesta en positivo: qué queremos, quienes somos…
En los años ochenta se produjo una “fuerte institucionalización de un sector del feminismo”, que convivía con el movimiento crítico, radical. El feminismo de esa época entronca con el ilustrado y se apuesta por el desarrollo de derechos desde la política institucional, al tiempo que se establece una identidad unitaria, “una adscripción homogénea al género femenino”. Las distintas teorías feministas hablan de una naturaleza específica femenina que marca unas aspiraciones comunes. “Son teorías que vienen del feminismo cultural de EE UU para el que la sexualidad es el epicentro de la represión patriarcal y eso es lo que unifica nuestras experiencias”, repasa.
Nuevas voces y sujetos
Una década después, llega la reacción a esta idea de homogeneidad y unidad por dos razones. La primera, que el movimiento feminista da la palabra a mujeres con necesidades, aspiraciones y discursos diferentes. Se alzan las voces de otros colectivos, de “sujetos que se habían quedado fuera del discurso y del activismo feminista, tales como lesbianas, trans, migrantes o racializadas, precarias, transgénero, transexuales y algunas trabajadoras sexuales”.
La segunda razón —basada en el análisis de Silvia L. Gil— hace referencia a los efectos diferentes en las mujeres del ascenso del neoliberalismo y la reformulación del patriarcado para acoplarse a él, lo que acarrea nuevas formas de explotación laboral y la mercantilización de todos los aspectos de la vida. “Se instaura el ideal del liberalismo, el individuo como eje fundamental, lo que supone el rechazo de la consideración social de los sujetos y de la contestación colectiva”.
En los últimos años, desde la teoría feminista se ha considerado la diversidad, no como expresión de la realidad, sino como herramienta de poder político que, por una parte, “cuestiona la agenda feminista, crea tensiones en el movimiento y abre el campo de la discusión política”. A su juicio, contrariamente a lo que otras piensan, “hablar de interseccionalidad —el patriarcado imbricado con otras formas de dominación— no nos debilita; decir que bolleras, trans, no es que haya que incluirlas sino que están en el movimiento feminista, es la mejor forma de fortalecernos para enfrentarnos a las manifestaciones del patriarcado capitalista, neoliberal, racista y heteronormativo”. Montero advierte de que “si no se amplía el sujeto y la agenda pasará como en los ochenta: muchas mujeres se sentirán excluidas y el feminismo como propuesta de transformación de la realidad será un proyecto fracasado”.
Transversalizar la agenda
Esta diversidad hay que entenderla, en su opinión, no como “algo que queda instalado en el imaginario, sino como herramienta para analizar la realidad social”. Eso es lo que llevará a construir un “nosotras crítico que signifique las distintas identidades” sin invisibilizar a algunas. Eso es precisamente lo que ocurrió el 8M de 2018. Según la activista madrileña, “no todas se sintieron representadas, aunque en el argumentario de la convocatoria estuvieran reflejadas sus realidades”.
Su propuesta para evitar ese efecto no deseado es “transversalizar en la agenda esas realidades” y para ello es clave, al hablar de violencia, por ejemplo, hablar de las violencias institucionales, de las que son reflejo los CIEs (centros de internamiento de extranjer@s), el que la Ley de Extranjería impida que mujeres agredidas o violadas denuncien sin ser sometidas a un proceso de expulsión, el que las trabajadoras del hogar internas no tengan reconocidos unos mínimos derechos y sean abusadas con impunidad etc. No obstante, en su opinión, también hay que reparar en las “fronteras interiores, en el racismo de la sociedad y que también encarnamos nosotras, mujeres blancas”.
Habría que hablar también de las guerras. “Me parece impresionante que los colectivos de Euskal Herria hayan puesto este tema en su agenda a través de denuncias del tráfico de armas que salen del Puerto de Bilbao”, se admiró.
Las desigualdades en el mundo laboral también han de ser abordadas, pero no como brecha salarial solamente, sino “introduciendo las desigualdades de clase, si no corremos el riesgo de que se iguale la zona de arriba, la de mujeres con altos cargos, pero no la de abajo, la de las asalariadas”. Es decir, la solidaridad tienen que ser horizontal y vertical, “si no queremos que se beneficie sólo el ‘feminismo de élite’, que no es el que nos mueve a convocar la huelga, a movilizarnos”.
De tener claro el marco reivindicativo depende también el éxito de la huelga del 8M, que tuvo éxito por muchas razones, pero por una fundamental: “Pusimos en el centro la vida de las mujeres y ese mapa de los conflictos, lo que a su vez nos llevó a las causas estructurales y nos hizo hablar del capitalismo, de las políticas coloniales, de las políticas biocidas, del racismo etc.”, subraya Montero.
¿Y después de la huelga, qué? “Hay que pensar el 8M en términos de estrategia política; esto no es algo que se acaba en un día si queremos caminar a un horizonte de transformación”.