¿Porno y feminista son ideas compatibles? La filósofa feminista y especialista en esta materia, Mónica Alario Gavilán, lo niega rotundamente: “El porno feminista no existe. Esta idea apareció en los años ochenta en EE UU desde dentro de la industria de la explotación sexual y en un momento histórico en el que el movimiento feminista estaba centrado en criticar la pornografía y ésta peligraba. Decir que el porno feminista era posible fue una jugada maestra”.
Era también el momento histórico perfecto para que ese concepto pudiese calar. “Justo después de la revolución sexual, ninguna quería que la llamasen puritana, y la solución fue decir: estoy en contra de esa pornografía y a favor de esta otra”.
Sin embargo, para Alario, no hay pornografía buena, como no hay prostitución buena, porque la pornografía equipara violencia con sexo y está contribuyendo a que los hombres se exciten con la violencia sexual. “La pornografía transmite que el sexo puede ser violento, pero no deja de ser sexo; es dominación masculina, pero no deja de ser sexo”, apunta. Ese pensamiento es el que está también detrás de la gran cantidad de agresiones sexuales que padecemos las mujeres en los ámbitos público y privado.
“Las feministas no estamos criticando el porno porque haya poca variedad -especifica-. Hacer variedades nuevas no arregla los problemas que señalamos”.
4 ideas fundamentales
Esta filósofa experta en violencia sexual participó en la I Jornada Abolicionista organizada por Euskal Herriko Feminista Abolizionisten Koordinakundea (EHFAK) en Gasteiz el pasado sábado. Le acompañaron como ponentes las feministas supervivientes de la prostitución Sarah Berlori y Carol L.
Alario expuso las conclusiones de su tesis doctoral, una investigación de seis años sobre cómo la pornografía promueve la violencia sexual y se ha convertido además en la educadora sexual de las nuevas generaciones. Le preocupan, en particular “las consecuencias que para las mujeres y niñas pueda tener la equiparación de porno y sexo”.
Sus investigaciones, destacó, han arrojado cuatro “ideas fundamentales”:
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Los hombres ejercen violencia sexual porque les excita sexualmente
Violan porque quieren, aunque existe un constructo social que transmite que violan porque necesitan. Alario se mostró crítica con la defensa de la prostitución hecha por el actor Telmo Irureta en los premios Goya. “Dice barbaridades como que tiene derecho al sexo. No, el sexo no es un derecho, es un deseo. Si tienes ganas y no quieren te aguantas y no pagas por violar”. A juicio de la filósofa, si la falta de deseo de una de las partes en la relación no excitara, no se podría ejercer la violencia sexual que se da en la prostitución. “Al final, todo en el patriarcado está ensamblado para que no pongamos la responsabilidad en quien la tiene, el hombre. Se dice: ese tío esta arrebatado por esa necesidad y la responsable es la mujer que ha despertado el deseo. Otro mito que apoya la violencia sexual es el de la fantasía de la violación, “la idea de que las mujeres tenemos el deseo de sufrir violencia sexual y por lo tanto no sería violencia”. Según explica, los grandes filósofos de la sexualidad y sexólogos han empleado la estrategia de hacer pasar los deseos de los hombres por deseos de las mujeres y la violación pasa de ser una responsabilidad de los hombres a nuestra. Lo que están diciendo es que un profundo deseo instintivo animal hace que las mujeres deseemos cosas en contra nuestra supervivencia e integridad. Es una desfachatez”. Aportó el dato de que 1 de cada 4 niñas sufre violencia sexual y la mayoría de los casos se dan dentro de las familias.
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Los hombres tienen el poder de poner nombre a las cosas y a cualquier cosa que les excite se le llama sexo
Vivimos en una sociedad androcéntrica. La visión de los hombres genera la cultura dominante. La consecuencia es que “en la sociedad patriarcal cualquier cosa que excite sexualmente a los hombres pasa a ser denominado y considerado sexo, aunque de hecho no lo sea, aunque sea violencia”. Señaló que lo vemos todos los días en los medios de comunicación. “Nos encontramos con oxímoron como sexo no consentido, forzar a alguien a tener sexo o tener sexo con menores. Nada de esto es sexo. Es violencia y es importante cambiar la terminología y llamar a las cosas por su nombre”. La misma manipulación semántica se produce al referirse a la prostitución. Se habla de cambiar sexo por dinero y matiza: “El sexo no se puede comprar. Es coacción. Se puede comprar un consentimiento viciado, pero no sexo”. Asume que “nos llamen puritanas por reivindicar que es necesario el deseo para mantener relaciones sexuales” y que “a las feministas que nos posicionamos contra porno nos acusan de antisexo” y subraya que “es curioso cómo funciona el lenguaje y cómo cala. No tenemos problemas con el sexo, sino con que se llame sexo a la violencia sólo porque excita a los hombres. Hablamos de justificar la violencia contra la mitad de la humanidad llamándola sexo”.
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No es que en el porno los hombres se exciten a pesar de la violencia contra las mujeres, sino con esa violencia
“En los miles de formatos de la pornografía y todo el rato las mujeres expresan dolor y que son prácticas desagradables. A pesar de que les duela, de que aparezcan niñas, drogadas… Se excitan precisamente porque ellas no quieren y porque les duele. El video más visto, con 225 millones de visitas, es una violación colectiva. Los hombres se excitan con sensación de poder y eso hace que cada vez la pornografía sea más violenta, más humillante y más en contra de la humanidad y de los derechos básicos de mujeres y niñas”. La pornografía, resume, “no va de sexo sino de ejercicio de poder masculino y de supresión de la humanidad de las mujeres hasta la eliminación de su existencia. Este es su abanico y no hay límite. No hay ninguna barbaridad o forma de tortura que mi cerebro pueda imaginar que no encuentre en una página de porno y sea consumida impunemente por muchos hombres”.
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Ver porno es muy duro para cualquiera que considere a las mujeres seres humanos
“Si consideramos a mujeres seres humanos dignos, somos capaces de identificar las más sutiles prácticas de denigrar, deshumanizar y humillar. Todos hombres que ven porno y se excitan no consideran a las mujeres seres humanos”. Estos hombres, entiende Alario, no empatizan con las mujeres y ello “permite explicar las magnitudes de violencia devastadoras. 4 de cada 10, como poco, son capaces de desconectar del sufrimiento y la vulnerabilidad de las mujeres y de comprar su cuerpo en contextos prostitucionales”.