1. ENFOCANDO EL PROBLEMA
(1) Hay posiciones sociales relativamente fáciles de argumentar, porque los valores que subyacen en ellas son valores socialmente compartidos, al menos a nivel de principios. Cualquier persona razonablemente sensata, razonablemente ética, razonablemente democrática y razonablemente socializada en los valores recogidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos, es capaz de argumentar que la trata de personas (mujeres, hombres, niñas, niños…), sea cual sea la finalidad, es un atentado contra derechos fundamentales de las personas.
Por tanto, para deslegitimar la trata de mujeres con fines de explotación sexual, es suficiente remitir a estos principios básicos, y no se requiere de ninguna otra reflexión adicional. Otros problemas sociales, en cambio, plantean aparentemente -al menos aparentemente y podría ser también de fondo-, un conflicto de intereses opuestos y razonablemente defendibles desde los mismos valores sociales compartidos: principios éticos, convicciones democráticas, y respeto de Derechos Humanos. La prostitución es uno de estos problemas. Es un hecho que en el debate social permanente entre reglamentación y abolicionismo, se esgrimen argumentos razonables y justificados desde los mismos principios de convivencia socialmente consensuados.
Reducimos la reflexión a estas dos posibilidades como referentes paradigmáticos de la dicotomía entre el sí y el no a la prostitución, aunque la diversidad de opciones incluye otras que las matizan; pero entendemos que cualquiera de ellas entraría en la línea de argumentación esgrimida, en función del resultado de la misma: a favor o en contra. No obstante, para despejar el mapa en el que nos movemos y centrar el debate en la cuestión básica de fondo (dominación masculina en la sociedad patriarcal), conviene precisar que no se consideran relevantes en este caso otros argumentos de la moral tradicional que subyacen en algunas posturas prohibicionistas. La penalización de las mujeres que ejercen la prostitución, como defienden algunas de estas posturas, no sólo elude la crítica a la cuestión de fondo, sino que constituye además una doble victimización de las mujeres en esta práctica de violencia patriarcal.
“Si la trata de mujeres no puede ser admitida en ningún caso, la prostitución tampoco puede serlo en una sociedad de iguales”
Por todo lo dicho, la tesis de partida de esta comunicación es que “Trata de mujeres con fines de explotación sexual” y “Prostitución” comparten la misma cuestión de fondo, y que si la trata de mujeres es algo que no puede ser admitido en ningún caso, la prostitución tampoco puede ser admitida en una sociedad de iguales, porque la prostitución, también la aparentemente ejercida libremente, sólo puede ser conceptualizada como una forma de dominación y violencia.
Ciertamente no es una cuestión simple, y quienes mantienen posturas favorables a la reglamentación esgrimen argumentos que, de ningún modo, son cuestiones banales. La mejora de las condiciones de vida de las mujeres, fin último del discurso reglamentarista (2), pretendiendo ser en sí mismo un bien para las mujeres dañadas por el sistema y por tanto una mejora social, su aceptación supone en último término admitir una forma de dominación masculina: la que legitima el uso del cuerpo de las mujeres como mercancía al servicio de una concepción androcéntrica de la sexualidad, en la que son las mujeres mismas quienes quedan reducidas a objeto de consumo.
“Pretender que la reglamentación mejoraría las condiciones en las que se ejerce parecería una lectura ingenua de la realidad”
En una concepción mercantilista de la prostitución, tal como es formulada desde posiciones reglamentaristas, la voluntad que opera es la del prostituidor-consumidor, quien paga para apropiarse del cuerpo de otro ser humano, como mercancía comprada en el libre mercado. Por otro lado, pretender que la reglamentación mejoraría las condiciones en las que se ejerce la prostitución, más bien parecería una lectura ingenua de la realidad de la prostitución y los efectos de la misma en las mujeres que la ejercen: ni su seguridad física, ni su salud expuesta a enfermedades de transmisión sexual, ni el deterioro psicológico, ni el estigma social, serían eliminados con la reglamentación y así se comprueba en países que han probado esta medida.
“El daño que ocasionaría a las mujeres la reglamentación de la prostitución, a todas en general, es mayor que el bien que persigue”
Por todo lo dicho, se puede concluir que el daño que ocasionaría a las mujeres la reglamentación de la prostitución, a todas en general, es mayor que el bien que persigue. Consecuentemente, en nuestra opinión, los efectos “aparentemente” positivos que se seguirían de ello, quedan oscurecidos y deslegitimados cuando se amplía el foco de atención y se sale de la lógica del mercado, a la que se quiere remitir en el planteamiento del problema.
Si aceptáramos esta forma de formular la cuestión tendríamos que aceptar entonces, en el mismo nivel discursivo, la reglamentación de la explotación laboral en los llamados países del Tercer Mundo. Posiblemente reglamentar la jornada laboral de más de 18 horas en minas, manufacturas, etc… haría “más humana” su explotación; pero este efecto “humanizante” no eliminaría la violación de sus derechos fundamentales y añadiría un plus de injusticia, ya que con la reglamentación estaríamos legitimándola.
El mismo criterio es aplicable a la prostitución. Los ejes de argumentación que aquí se expondrán, para justificar la posición abolicionista como la única legítima en una sociedad de libres e iguales, se articulan en torno a: (1) trata de mujeres y prostitución son dos caras de un mismo problema: la organización patriarcal de la sociedad, que legitima la objetualización del cuerpo de las mujeres, (2) prostitución forzada y prostitución consentida forman parte del mismo continuum psicológico, y (3) la representación social de la prostitución oculta y legitima un modelo de sexualidad patriarcal.
“Se podría afirmar que la prostitución precede a la trata, y que ésta es consecuencia de la prostitución”
2. TRATA DE MUJERES Y PROSTITUCIÓN: DOS CARAS DE LA DOMINACIÓN PATRIARCAL
La consideración de que trata de mujeres y prostitución constituyen dos caras de un mismo problema, está avalada por los datos que asocian el 90% de trata de mujeres a su explotación sexual (APRAMP, 2011). Se podría afirmar que la prostitución precede a la trata, y que ésta es consecuencia de la prostitución. En último término, la finalidad de la trata es abastecer los prostíbulos y satisfacer la demanda masculina que reclama tener a su disposición un amplio y variado abanico de mujeres para consumo sexual (Carracedo, 2011). La trata de mujeres, como el tráfico de armas o el tráfico de drogas, dejarían de existir si desaparecieran las condiciones que los convierten en negocio: no es casual que la prostitución se haya convertido en la segunda o tercera fuente de beneficios en el mundo a la par con el negocio de las armas y las drogas (Cobo, 2011).
Las condiciones que hacen de la trata un negocio, son las que derivan del modelo patriarcal de organización social: la legitimación de que los cuerpos de las mujeres sean objetualizados como mercancía, para satisfacción de un modelo de sexualidad masculina patriarcalmente construido. Dicho de otro modo, el problema de fondo es el modelo patriarcal de sexualidad masculina que, en su lógica de dominación, ha enseñado a los varones a obtener satisfacción sexual objetualizando a las mujeres como cuerpo “comprado” al servicio de sus deseos. Y ésta es la cuestión clave desde un punto de vista psicosocial, porque “aunque la realidad psicológica sólo adquiere concreción en los individuos, su origen está en la estructura social” (Martín-Baró, 1990, pág. 98).
“La prostitución existe porque los varones han aprendido a obtener gratificación poseyendo el cuerpo de las mujeres a cambio de un precio”
La prostitución existe porque los varones han aprendido a obtener gratificación poseyendo el cuerpo de las mujeres a cambio de un precio. Y en este sentido, es importante ajustar el lenguaje a la realidad que pretende expresar; tomar conciencia del modo en el que el lenguaje –constructo social y por tanto reproductor de los valores a los que sirve, por mucho que algunos pretendan argumentar lo contrario-, falsea interesadamente la conceptualización de la prostitución.
La idea de que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo presenta a las mujeres prostituidas como agentes de la acción, en cuanto hace parecer que son ellas quienes realizan el oficio y que la prostitución existe porque hay mujeres que la ejercen. Conceptualizar la prostitución en estos términos (oficio más antiguo del mundo), activa en el imaginario social la idea de que la responsabilidad de la acción está en ellas. Dicho de otro modo, hace parecer que la prostitución satisface la necesidad (3) de prostituirse de las mujeres, representación patriarcal por otro lado, tan bien arraigada en el imaginario social (4) (Lagarde, 2011). La representación de la realidad tiene esta virtualidad: no importa que la imagen no coincida con la realidad representada, y que los datos la desmientan o contradigan; su utilidad es mantener el sistema de creencias del que se participa, aunque hayan de utilizarse mecanismos de distorsión cognitiva para acomodar los hechos a las creencias (Ibáñez, 1988; Moscovici & Hewstone, 1986).
La representación social de la prostitución, tal como la ha construido el sistema patriarcal del que participamos, pone en las mujeres la carga de responsabilidad y no se altera por el hecho de que exista la trata de mujeres (prueba fehaciente de que las mujeres son obligadas a prostituirse en contra de su voluntad y de que la carga de responsabilidad está en quienes la demandan). La contundencia de los hechos, no afecta al núcleo de la representación que sirve a intereses ideológicos (Moscovici, 1979). Y para los intereses ideológicos de la sociedad patriarcal la “invisibilidad de los clientes es la estrategia tradicional a partir de la cual se hace recaer toda la estigmatización de una conducta, forzosamente dual y rechazada socialmente, sobre uno de los integrantes de la relación, la mujer” (Juliano, 2002, pág.95).
“Aducir que la prostitución existe porque no sólo hay demanda, sino también oferta, es tan contrario a razón como aducir que existen víctimas de malos tratos porque también hay mujeres maltratables”
Aducir que la prostitución existe porque no sólo hay demanda, sino también oferta, es tan contrario a razón como aducir que existen víctimas de malos tratos porque no sólo hay maltratadores sino también mujeres maltratables. Pretender aplicar el principio de simetría a realidades de tamaña desigualdad es añadir, a la violencia real, la violencia simbólica de responsabilizar a la víctima de su situación.
Por todo lo dicho no es banal, y tiene su relevancia, examinar la carga de profundidad que subyace a la expresión que circula con tanta fortuna. La prostitución no es ‘el oficio más antiguo del mundo’. Consideración aparte sobre la “antigüedad” y poniendo el punto de mira en el “oficio”, habría que decir que, en todo caso, sería la actividad que responde a la demanda más antigua del mundo (Hernández, 2007).Así pues, no existe otro modo posible de conceptualizar la prostitución, fuera del interés de los hombres para controlar y mantener a las mujeres a su disposición sexual (Díez, 2009; Raymond, 2004) y no hay otra forma de entender la tolerancia social hacia el consumo sexual de mujeres, fuera de la lógica patriarcal y la representación ideológica de las relaciones entre hombres y mujeres.
“Para que una sociedad admita la compra y consumo del cuerpo de una mujer tiene que haber normalizado el uso del cuerpo femenino como instrumento de placer”
Para que una sociedad admita la compra y consumo del cuerpo de una mujer, debe tener previamente interiorizada la idea de que ese consumo es posible y tiene que haber normalizado socialmente el uso del cuerpo femenino como instrumento de placer (Ulloa, 2011). Por tanto, frente al término prostitución y la carga simbólica de su forma de representar la realidad, sin duda es más adecuado el de sistema prostitucional, que remite a la forma de organización patriarcal que lo sustenta: “La prostitución o más exactamente el sistema prostitucional, es una de las formas de dominación patriarcal que organiza y legitima la puesta a disposición sexual de algunos seres humanos… para mantener y reforzar el poder masculino” (Louis, 2001, pág. 203).
Prostitución masculina
Antes de avanzar en este planteamiento, hemos de abordar una cuestión que en opinión de algunos invalidaría –o al menos pondría en entredicho- este modo de dar significado a la prostitución: la prostitución padecida (5) por hombres.
Ciertamente la prostitución masculina también existe. Y aquí nos encontramos con la misma objeción que se plantean algunos cuando abordamos la violencia de género; con el mismo argumento pretenden negar validez al discurso: también las mujeres ejercen violencia. Sobre esta cuestión, las evidencias que muestran las diferencias sustanciales en el caso de la violencia ejercida por mujeres y hombres (Delgado, 2008) son igualmente aplicables al caso concreto de la prostitución: a) frecuencia, b) efectos y c) significado.
“El 90% de quienes padecen la prostitución son mujeres frente al 3% hombres y niños, y el 7% transexuales”
a) No es necesario recurrir a estudios sociológicos para verificar que son las mujeres quienes mayoritariamente padecen (6) la prostitución (Hernández,2007; Meccia, Metlika, & Raffo, 2003). El simple análisis de la economía criminal organizada en torno a ella, es suficiente para dibujar un mapa de la realidad (Cobo, 2011). No obstante, se pueden aportar cifras: el 90% son mujeres frente al 3% hombres y niños, y el 7% transexuales; en todos los casos, quienes consumen y trafican son hombres (De la Fuente,2007) (7). Desde el parámetro de la frecuencia, por tanto, las diferencias hablan por sí mismas: lo que en el caso de las mujeres es un problema social por la magnitud de personas afectadas y economía criminal que moviliza, en el caso de los hombres sería un problema minoritario, y las posibilidades de afrontarlo, por tanto, diferentes
“Son las mujeres quienes son explotadas por proxenetas, y quienes ven hipotecadas sus vidas y las de sus seres queridos”
b) Desde el punto de vista de los efectos que causa la prostitución, es posible que los ligados a la marginalidad de quienes la ejercen impacten tanto a hombres como a mujeres, aunque de forma distinta (lo cierto es que la escasa presencia social de hombres prostituidos, no permite disponer de estudios que lo corroboren, lo que prueba su carácter socialmente anecdótico). Existen diferencias sustanciales, que hacen de la prostitución dos fenómenos cualitativamente distintos, en función del sexo de quien la ejerza. La primera diferencia que no pude obviarse es la referente a la trata: son las mujeres quienes son explotadas por proxenetas, y quienes ven hipotecadas sus vidas y las de sus seres queridos, en el caso de inmigrantes traficadas o tratadas por mafias (Martínez, Sanz, & Puertas, 2007). Otra diferencia sustancial es el continuo estrés causado por el miedo y la inseguridad que afecta a las mujeres, al que se añade en muchos casos la situación de ilegalidad con un plus de pánico a la expulsión (Meneses, 2007).
Los efectos sobre la salud están descritos en los trastornos de estrés postraumático (Pichot,1995): ansiedad, insomnio y trastornos del sueño, alteraciones emocionales, malestar psicológico intenso, alteración de respuestas fisiológicas y sexuales, y numerosas disfunciones físicas y psíquicas. Las secuelas permanecen incluso años después de abandonar la prostitución: depresión, estrés postraumático comparable al que experimentan veteranos de guerra o supervivientes de tortura, problemas de sueño, hipervigilancia, flashbacks, adicción a las drogas, ansiedad, disociación, interiorización de desprecio y objetualización, etc. (Orengo, 2001).
La prostitución “viola el derecho a gozar de un buen nivel de salud física y mental, porque la violencia, las enfermedades, los embarazos no deseados, los abortos y el sida presentan graves riesgos para la salud y les impiden (a las mujeres) tener una conciencia positiva de su propio cuerpo y una relación sana con él” (Ulloa, 2011, pág. 307).
“En el ‘gigoló’ no se producen las condiciones de subordinación que intervienen en la prostitución de mujeres”
c) La cuestión del significado ha sido apuntada en las consideraciones anteriores: remitimos al modelo patriarcal de sexualidad al que nos hemos referido. Sea cual sea el sexo de quien padece la prostitución, son hombres quienes la utilizan mayoritariamente; también la prostitución ejercida por hombres está al servicio de otros hombres (Tamzali, 1996). Por tanto, independientemente del sexo de quien la ejerza (factor en sí relevante), el uso es masculino en consonancia con la construcción patriarcal de la sexualidad masculina. Pero no obviaremos, aunque sea muy minoritario, el caso de hombres prostituidos al servicio de mujeres: el “gigoló”. ¿Qué hace de esta cuestión un fenómeno absolutamente diferente? Lo que hace que sea un fenómeno absolutamente diferente, es que no se producen las condiciones de subordinación que intervienen en la prostitución de mujeres. Ni la imagen social del “gigoló” es el reverso masculino de la imagen social de la “puta”, ni el “gigoló” vende su sexualidad en las condiciones de sometimiento sobreentendidas para las “putas”.
“La prostitución de los hombres no debilita el poder de los hombres en tanto “clase”, como ocurre en la prostitución de las mujeres”
El dominio y sometimiento forma parte de la construcción social de la sexualidad masculina, no de la femenina; por esto, aunque en ambos casos tome la forma de “sexo pagado”, las mujeres “compran” cosas distintas a las que “compran” los hombres. La socialización sexual marca en el género del sujeto la posición en el intercambio sexual. De ahí que la prostitución de los hombres no debilita el poder de los hombres en tanto “clase”, como ocurre en la prostitución de las mujeres (Rey, 2006). La sociedad patriarcal socializa a los hombres para afirmarse virilmente dominando, y no socializa a las mujeres para lo mismo. En el consumo de la prostitución, los hombres proyectan una afirmación de la virilidad socialmente sancionada, y por eso la exhiben como prueba de su “machío”. Nada de esto es aplicable cuando son las mujeres quienes pagan por sexo; por tanto, aunque hubiera similitud de conductas, hay disparidad de significados, haciendo de ambas conductas, acciones completamente diferentes. Lo importante del comportamiento humano es el modo en que “es significado y valorado, y esta significación y valoración vincula a la persona con una sociedad concreta” (Martín-Baró, 1990, pág. 16) (8).
La existencia de mujeres y niñas prostituidas tiene un efecto sobre el conjunto de las mujeres, ya que confirma y consolida las definiciones patriarcales que establecen como función de éstas estar al servicio sexual de los hombres (Tamzali, 1999). Reduce así a las mujeres a meras anatomías pasivas, objeto de consumo de hombres que utilizan la prostitución para ejercer su cuota de poder (Barahona & García, 2006).
“En el imaginario social ‘puta’ es el insulto más extendido cuando se quiere denigrar a una mujer”
Esto está tan presente en el imaginario social que “puta” es el insulto más extendido cuando se quiere denigrar a una mujer (y no es “puto” el que se utiliza para denigrar a un hombre). El calificativo “puta” sugiere algo peyorativo y estigmatizante y sirve para clasificar una desviación social (De Paula, 2000). La prostitución ha sido y es, un instrumento de control de las mujeres y de su sexualidad, y sirve para dividir a las mujeres en dos tipos: las que son para casarse y tener descendencia porque encarnan “la buena mujer”, y las que son para prostituir recayendo sobre ellas el estigma de “la mala mujer”, y que pertenecen a todos los hombres (Lagarde, 2011; Tamzali, 1996). Éstas últimas sirven además al patriarcado como recurso pedagógico para las “buenas mujeres”, ya que las impele a mantenerse sujetas al comportamiento que la sociedad patriarcal impone para ellas (Pachajoa & Figueroa, 2008). Ninguno de estos análisis sería aplicable a la
escasísima prostitución de hombres consumida por mujeres.
La cuestión del significado es la que, sin duda, mejor permite captar el componente de dominación masculina siempre presente en la prostitución. La objetualización del otro se acomoda bien al imaginario social en la sociedad patriarcal cuando el otro es mujer; pero repele cuando el otro es hombre: no hay dónde anclar la idea de hombre objetualizado en el sistema de creencias. Así se explica que la prostitución masculina, a diferencia de la femenina, sea ejercida por chicos muy jóvenes (Meneses, 2007; Zaro, 2008). La dificultad de objetualización de los varones, tanto en el rol prostituidor como en el rol prostituido, se aminora si la edad permite representarlo como “todavía no varón”. Como prostituidor, un hombre no puede conceptualizar a otro hombre, similar a él, como un objeto sexual que pueda ser comprado y usado; sólo le será posible si por razón de la edad, se permite negarle el estatus de hombre adulto, y por tanto “aún no” igual a él.
La diferencia de edad, como ocurre con el abuso infantil en el caso de los niños, permite objetualizar al otro y privarle de la condición de igual. Como prostituido, un hombre no puede conceptualizarse a sí mismo como objeto sexual que pueda ser comprado y usado por otros hombres (Vigil, 2000). Trata de mujeres y prostitución son, por tanto, aspectos inseparables de la misma cuestión: el estatus subordinado de las mujeres en el sistema patriarcal, que mantiene y perpetúa la asimetría y desigualdad de los sexos, y legitima socialmente el poder de los hombres como clase dominante (Rey, 2006).
3. ANÁLISIS PSICOLÓGICO DEL ARGUMENTO DE LA DECISIÓN LIBRE O CONSENTIDA
En el problema de la prostitución están implicados los dos elementos que regulan las relaciones humanas: libertad e igualdad. Si la cuestión de la igualdad remite a condiciones y condicionantes sociales, el marco privilegiado para el análisis de la cuestión de la libertad -en la prostitución, como en otros aspectos de la vida-, es sin duda el plano psicológico.
Cuando hablamos de trata de mujeres con fines de explotación sexual, se hace evidente su carácter forzado. En estas condiciones, las mujeres ejercen la prostitución para beneficio de alguien que rentabiliza su explotación, alguien que puede configurarse de formas muy diversas: desde redes internacionales hasta el proxeneta con quien la mujer podría mantener una relación.
Frente a esta prostitución forzada, algunos discursos distinguen la prostitución libremente ejercida, como aquélla en la cual las mujeres o bien eligen o bien consienten su ejercicio a cambio de prestaciones económicas, como una actividad laboral más, regulada o no.
Se habla en el primer caso de elección libre, y se reivindica la libertad sexual de las mujeres, para elegir la prostitución y decidir “exhibir su cuerpo, disfrutarlo, invadirlo, comercializarlo; el derecho a prostituirse también es un derecho de la mujer si así lo decide; no siempre ha sido un acto de violencia y coacción; ella también lo ha consentido” (Pineda, 2011) (9) .
“Invocar el derecho a prostituirse, tiene resonancias que provocan la misma perplejidad que suscitaría la invocación del derecho a ser esclavo”
Invocar el derecho a prostituirse, tiene resonancias que provocan la misma perplejidad que suscitaría, por ejemplo, la invocación del derecho a ser esclavo. Si este derecho se reivindicara en aras de la libertad sexual de las mujeres, lo primero que habría que desmitificar es que “en la prostitución las mujeres no ponen en funcionamiento los deseos ni ponen en funcionamiento ni esperan la obtención de ningún tipo de placer (…) la libertad sexual es uno de los conceptos que se oponen de manera más radical a la prostitución. La prostitución es una forma onerosa y una forma extraordinariamente dura de ganarse la vida. Allá donde aumentan los niveles de bienestar de una sociedad y donde disminuye la desigualdad, de una manera inmediata las mujeres de esa sociedad dejan de ser ese grandísimo contingente de prostitución” (Cobo, 2006).
Por otro lado, más allá de la conciencia subjetiva de las mujeres que podrían decir de sí mismas que eligen libremente la prostitución, está el análisis objetivo de quiénes son los beneficiarios de esa elección, y desde luego no son ellas (véanse los efectos anteriormente expuestos). Por tanto, en este caso sería plenamente aplicable el concepto de alienación, tal como lo define Alain Touraine: la alienación “no es la conciencia de privación, sino la privación de conciencia” (Touraine, 1973, pág.169).
“No tiene nada de extraordinario que las mujeres socializadas en el patriarcado asuman como intereses propios, los intereses de quienes se benefician de su servidumbre”.
No tiene nada de extraordinario que las mujeres socializadas en el patriarcado asuman como intereses propios, los intereses de quienes se benefician de su servidumbre. En este sentido, podemos hablar de una verdadera “psicología de clase, que es el dato inmediato que el psicólogo encuentra al examinar a las personas y que puede expresar precisamente la alienación” (Martín-Baró, 1990, pág. 105).
La corriente de la Psicología de la Liberación estudió ampliamente, y explica, los mecanismos psíquicos por los cuales los valores de los grupos sociales dominantes que oprimen a los grupos dominados, son asumidos por éstos como propios (Martín-Baró, Aron, & Corne, 1994; Montero M., 1995). En este sentido, resulta plenamente aplicable la crítica a la ceguera de la Psicología tradicional, en su forma de explicar la subjetividad de las personas: “el segundo presupuesto de la Psicología dominante lo constituye el individualismo, mediante el cual se asume que el sujeto último de la Psicología es el individuo como entidad de sentido de sí misma. El problema con el individualismo radica en su insistencia por ver en el individuo lo que a menudo no se encuentra sino en la colectividad, o por remitir a la individualidad lo que sólo se produce en la dialéctica de las relaciones interpersonales. De esta manera el individualismo termina reforzando las estructuras existentes al ignorar la realidad de las estructuras sociales y reducir los problemas estructurales a problemas
personales” (Martín-Baró, 2006, pág. 9) (10).
Asumiendo los postulados de la Psicología de la Liberación, la decisión de prostituirse en los casos en que subjetivamente fuera reivindicada como decisión libre, no puede ser considerada como tal por cuanto los resultados objetivos de la misma son contrarios a los intereses de la persona y perpetúan el sistema de dominación para todas las mujeres. Por todo lo dicho, lo que se presenta como decisión libre, sería estrictamente una decisión alienada por cuanto “asume como propios los intereses y valores de la clase dominante sin que ello se traduzca necesariamente en una conciencia subjetiva de impotencia o de insignificancia” (Martín-Baró, 1990).
“Quienes hablan de consentimiento asumen que no es una elección genuina, sino una opción entre un marco restringido de posibilidades”
Si consideramos el segundo caso, que las mujeres pudiendo elegir otras formas de ganarse la vida optan por la prostitución como resultado del análisis de costes-beneficios, el argumento no sería tanto la libertad que se reconoce claramente condicionada, sino el consentimiento. Se apela al consentimiento de las mujeres para argumentar su carácter voluntario. Quienes así argumentan, asumen que no es una elección genuina, sino una opción entre un marco restringido de posibilidades.
Aunque la prostitución apareciera como la única posibilidad real de sobrevivir, desde este discurso se invoca el resquicio de libertad (por muy condicionada que estuviera) para señalar que, en último término, no hay coacción que obligue a prostituirse. Se asume que, ciertamente, siendo una posibilidad no deseada, las situaciones de precariedad pueden no dejar mejores alternativas; pero se explica como una más de las situaciones que produce un sistema social injusto, ocultando la lectura de género. Se reduce el análisis a las condiciones sociales, negando el componente previo de objetualización patriarcal de las mujeres; es decir, se admite la relevancia de las condiciones socio-económicas que obligan a formas indeseadas de ganarse la vida, pero se niega la relevancia del sometimiento de las mujeres al servicio de los hombres expresado en la prostitución.
En esta línea argumentativa, la regularización sería el mal menor, porque admitiendo que lo denunciable sería el sistema social que margina y condena a algunos de sus individuos a formas de vida alienantes, la sobrevivencia es un bien prioritario y se antepone a cualquier otro. La prostitución así desenfocada, sólo sería un caso particular de las condiciones alienantes producidas por el mundo injusto que hemos creado, y su eliminación tendría la misma prioridad que tantos otros trabajos alienantes, porque no es más que “un trabajo más”. La sociedad produce condiciones en las que trabajar no es una elección, sino una necesidad, y millones de personas se ven obligadas a realizar trabajos no deseados para sobrevivir.
“En la prostitución, lo que está en venta no es el trabajo de la persona, sino la persona misma”
Frente a este discurso, podemos preguntarnos si de verdad el ejercicio de la prostitución, es uno más de estos trabajos no deseados. ¿No hay en la prostitución un elemento que lo hace sustancialmente diferente a cualquier otro trabajo? El elemento sustancial que no puede ser obviado en la prostitución, es que lo que está en venta no es el trabajo de la persona, sino la persona misma. Los estudios que abordan los efectos de la prostitución constatan la disociación que experimentan las mujeres prostituidas entre su identidad y su cuerpo, y las estrategias que utilizan para conseguir esa separación en el momento del acto sexual (Ulloa, 2011); la prostitución fragmenta y mutila simbólicamente, violenta a las mujeres al obligarlas a vivirse como “seres desencarnados” (Jónasdóttir, 1993).
Obviar esta cuestión, invisibilizarla o minimizarla, es añadir otra violencia a la violencia que supone la prostitución: la violencia de las “representaciones sociales” que pretenden ocultar la dominación sobre las mujeres. Estas representaciones de la realidad son compartidas por quienes ejercen el poder y por quienes lo padecen, y en el “reparto de las representaciones” (lo que se asigna a cada sexo), el consentimiento actúa como coartada para justificar la dominación (Fraisse, 2011). Afirmar el principio de “un trabajo más”, es negar la evidencia. Poniéndonos en el terreno de lo práctico, ¿habría entonces formación profesional, dentro de esta tendencia académica a capacitar para el buen ejercicio de los oficios?
“La pregunta decisiva es si en verdad alguien cree que la prostitución es un modo de vida deseable”
Si de un oficio más se trata, debería haberla en buena lógica. ¿Cuántas madres y padres verán con buenos ojos esta salida profesional para sus hijas? ¿O sólo les parecerá bien para las hijas de otros y otras? ¿Podrían llamarte de la Oficina de Empleo para cubrir un puesto de prostituta si eres mujer, o llamar a tu compañera, madre, hermana, amiga… que se hubiera inscrito en el INEM? ¿Sería un trabajo cualificado, para lo cual alguien tendrá que expedir títulos? Las deducciones que se seguirían de este argumento, son a todas luces absurdas e inasumibles, porque la pregunta decisiva es si en verdad alguien cree que la prostitución es un modo de vida deseable (Valcárcel, y otros, 2007; Lienas, 2006; Sau, 2006).
“No puede haber derechos laborales ni mercantiles cuando se violan derechos fundamentales”
No cabe duda, de que la consideración de la prostitución como trabajo aporta un beneficio secundario a costa de la subordinación de las mujeres. Como muy bien señala Wassyla Tamzali, la legalización introduce la prostitución en el campo de lo aceptable y de la elección personal, liberando de la responsabilidad al resto de ciudadanos y ciudadanas, y transformando la prostitución en un problema personal (Tamzali, 1999). Lo cierto es que no puede haber relación laboral alguna en la prostitución, dado que no puede haber derechos laborales ni mercantiles cuando se violan derechos fundamentales (Brufao, 2008). No puede ser una profesión, una actividad contraria a la igualdad, que deshumaniza a una persona haciéndola sufrir graves secuelas físicas, psíquicas y sociales (Hernández, 2007).
Cuando una sociedad reglamenta la prostitución, organiza el mercado de “la carne” y fomenta un sistema de valores y un mensaje que legitima el uso comercial del cuerpo de las mujeres, sobre todo de las más desfavorecidas y excluidas socialmente. En todos los países en que la prostitución ha sido regulada se ha producido un fuerte aumento de la industria del sexo -en muchos casos asociada al crimen organizado-, ha tenido lugar un incremento de la prostitución infantil y de la violencia contra las mujeres y niñas traficadas (APRAMP, 2005).
Holanda ha regulado la prostitución y casi el 80% de las mujeres que ejercen la prostitución querrían dejarlo pero no hay programas de ayuda
En Holanda, país que ha regulado el mercado prostitucional, “casi el 80% de las mujeres que ejercen la prostitución querrían dejar su actividad, pero no se han puesto en marcha programas de ayuda para ello” (Rey, 2006, pág. 117). En Suecia, que en 1999 estableció una Ley que multa a los prostituidores al considerar que es la demanda la que origina y mantiene el mercado prostitucional, los resultados han sido una disminución de hombres que compran servicios sexuales por el miedo a ser arrestados, una disminución de un 30-50% de mujeres en prostitución y una disminución del tráfico y trata hacia ese país (APRAMP, 2005).
“El mensaje social de que las mujeres y las niñas en Suecia no están en venta, ha ido calando en la representación social de la prostitución”
Pero sin duda, el logro más importante de Suecia ha sido la función normativa de la Ley, y la consecuencia pedagógica en el imaginario social. El mensaje social de que las mujeres y las niñas en Suecia no están en venta, ha ido calando en la representación social de la prostitución, cuestionando el derecho de los hombres a expresar su sexualidad de cualquier manera y momento. La aplicación de la ley, al contrario del caso holandés, se acompañó de medidas reales para las mujeres, a quienes se facilita formación y alternativas vitales, principales factores que arrastran a la prostitución.
“La prostitución no tiene cabida en una sociedad que lucha por alcanzar la igualdad de mujeres y hombres”
La prostitución no tiene cabida en una sociedad que lucha por alcanzar la igualdad de mujeres y hombres y por erradicar la violencia de género (Rubio, 2008). Si la sociedad patriarcal ha creado hombres a quienes hace sentir la prostitución como necesidad, tendrá que resocializarlos para que aprendan a vivir su sexualidad sin servidoras sexuales ni domésticas, del mismo modo que deberá resocializar a los hombres que han aprendido a afirmar su virilidad ejerciendo la violencia (Díez, 2009).
Esto implica una larga tarea de concienciación social para que ningún hombre proyecte en la prostitución la satisfacción de necesidades aprendidas bajo la sexualidad patriarcal, y ninguna mujer tenga que plantearse el ejercicio de la prostitución como forma de supervivencia. No es un camino nuevo; es reciente el ejemplo del recorrido social en el tema de la violencia contra las mujeres en las relaciones de pareja. Pero abundando en el argumento del consentimiento, ¿de qué libertad se habla cuando se esgrime este argumento? Asimilar libertad (aunque sea restringida) y consentimiento plantea un problema, al menos psicológico. Cuando se abordó la violencia de género en la pareja, se responsabilizaba a las mujeres que permanecían con sus maltratadores de consentir la convivencia y el maltrato. La investigación describió el “Síndrome de la Mujer Maltratada” y explicó el proceso de “colonización mental” que experimentan bajo condiciones de estrés y terror psicológico (Walker, 2009). En este proceso de “colonización mental” hay una fase en que la mujer adopta el modelo mental de quien la maltrata, como mecanismo de sobrevivencia; es una fase de adaptación a través de la identificación con el maltratador, asumiendo su punto de vista y su manera de explicar la realidad, similar a la descrita en el “Síndrome de Estocolmo” (Montero A., 2001).
“Que algunas mujeres prostituidas reivindiquen como derecho el ejercicio de la prostitución, no habla de libertad; habla de sobrevivencia”
¿Podríamos en estas condiciones asimilar consentimiento y elección libre? La psicología humana, desarrolla mecanismos de adaptación funcionales para la sobrevivencia en condiciones límite o casi límite. Que algunas mujeres prostituidas reivindiquen como derecho el ejercicio de la prostitución, no habla de libertad; habla de sobrevivencia. Los intereses inmediatos que ocupan el campo de conciencia (necesidad de sobrevivir) pueden oscurecer los intereses objetivos (vida digna), pero nunca legitimarlos. El concepto de “psicología de clase” investigado por la Psicología Social, es plenamente aplicable: “La psicología de clase de una persona y aún de un grupo puede presentar contradicciones entre los intereses inmediatos que ocupan el campo de su conciencia y los intereses objetivos de su clase social” (Martín-Baró, 1990, pág. 102). No olvidemos que la representación de la realidad contiene la carga ideológica que el sistema le imprime al elaborarla: no existen representaciones en un vacío social (Billig, 1996) ni en un vacío ideológico, podríamos decir también (Delgado, 1997).
“El consentimiento ni implica libertad, ni legitima el acto consentido. Con el análisis de la dominación, el consentimiento no tiene el valor de la opción: es una coacción”
El consentimiento ni implica libertad, ni legitima el acto consentido. Aunque “para los defensores de la prostitución, el consentimiento es una decisión contractual, con el análisis de la dominación, el consentimiento no tiene el valor de la opción: es una coacción” (Fraisse, 2011, pág. 66). Cuando se pretende legitimar la prostitución apelando a la libertad de la víctima consintiente, se está haciendo “Psicología reaccionaria” tal como la define Martín-Baró (2006, pág. 10): “una Psicología reaccionaria es aquélla cuya aplicación lleva al afianzamiento de un orden social injusto”. La prostitución materializa la dominación injusta de las mujeres, por parte de los hombres que usan sus cuerpos como objetos sexuales; por tanto, pretender explicaciones que justifiquen tal dominación apelando al “consentimiento” de las mujeres, o incluso a su beneficio, es evidentemente hacer Psicología reaccionaria.
Concordamos con Geneviève Fraisse en que el consentimiento de la prostitución se realiza por una conciencia impedida por obstáculos materializados fuera de ella, y que para poder decir de un sujeto dominado que consiente a la dominación, se requiere que previamente haya identificado esa relación de dominación (Fraisse, 2011). Identificar la dominación en el laberinto patriarcal (Bosh, Ferrer, & Alzamora, 2006) requiere un largo recorrido de deconstrucción y concienciación para todas las mujeres. La legitimidad de la prostitución, aún en el caso de que así fuera, no podría sustentarse en la voluntariedad de ejercerla, con todos los condicionantes sociales a tal “voluntariedad”. El consentimiento remite a decisiones en las que prima la sobrevivencia; algo muy distinto de la libertad. Y remite a servidumbre y a subyugación, en ausencia de otras posibilidades de sobrevivencia.
Quienes pretenden ver en la prostitución un contrato entre dos partes ignoran lo fundamental: la desigualdad de poder y de recursos de cada parte”
Quienes pretenden ver en la prostitución un contrato entre dos partes, argumentan la libertad de las partes sin tener en cuenta lo fundamental: la desigualdad de poder y la desigualdad de recursos con los que cada parte llega a la negociación.
4. ANÁLISIS PSICOSOCIAL DEL ARGUMENTO DE LA SEXUALIDAD MASCULINA
En la lógica funcionalista de Parsons (Parsons & Bayles, 1955), la prostitución estaría cumpliendo una función social, porque de no ser así, no podría explicarse su pervivencia a lo largo de la historia. Ahora bien, ¿cuál es esa función y a qué intereses sirve?
“La prostitución es siempre un acto de dominio con la apariencia de intercambio”
La primera consideración en este análisis, es que la prostitución es siempre un acto de dominio con la apariencia de intercambio. Es un acto de dominio porque ratifica la desigualdad entre quien hace uso del cuerpo de la otra (el hombre) y quien “consiente” el acceso a su cuerpo como objeto sexual (la mujer), a cambio de una contraprestación (económica) que le da apariencia de intercambio. Por tanto, y ya de entrada, resulta muy sospechoso que se designe como “necesidad” de un ser humano el dominio sobre otro ser humano.
La justificación de la prostitución en base a inclinaciones naturales, ha calado en el imaginario patriarcal, haciéndola parecer una respuesta natural para la satisfacción de necesidades sexuales. Lo cierto es que ni los varones tienen una irrefrenable necesidad sexual que les lleva a pagar dinero para que las mujeres se plieguen a sus deseos, ni éstas tienen una inclinación natural a ofrecer su cuerpo a cambio de dinero (Barahona, 2003).
“No es posible invocar la libertad cuando es la dignidad humana de alguien la que está en riesgo”
Los intereses patriarcales emergen nuevamente bajo la representación social, ocultando la dominación bajo la apariencia de necesidad o de ejercicio de derechos. La concepción del ser humano y del bien común, pone límites a la libertad: no es posible invocar la libertad cuando es la dignidad humana de alguien la que está en riesgo; tenemos multitud de ejemplos en la prohibición de la esclavitud o la venta de órganos, el asesinato o el robo.
Sólo los intereses patriarcales pueden legitimar en la prostitución, lo que repudian en otras prácticas cuyas consecuencias les afecta, y que por ello han convertido en tabú, como el incesto (Tamzali, 1996).
¿Qué supuesta función social cumpliría la prostitución, en la lógica funcionalista? La respuesta tradicional, vigente en el pensamiento social, postula que los hombres tienen necesidades sexuales distintas de las mujeres, distintas y mayores y que la prostitución sirve para satisfacer estas necesidades y permitir que la sociedad siga funcionando, y no se colapse por la “catástrofe” que supondría un exceso de frustración sexual masculina.
En torno a este mito, la ciencia construye teorías sobre la sexualidad masculina, con los mismos sesgos patriarcales que cualquier otra producción humana. El alarmante “exceso de misoginia”, que científicos tan reputados como el propio Gregorio Marañón reconocía en los años 30, impregnó las producciones científicas y encontró en la teoría de la complementariedad de los sexos, entre otras, la explicación perfecta para dar cobertura a las supuestas necesidades sexuales diferentes y mayores en los hombres (Delgado, 2012). Estas teorías, básicamente, atribuyen al deseo sexual masculino un carácter impulsivo e irrefrenable que debe encontrar satisfacción, como si el hombre (en este aspecto) fuera pura biología, y esa biología fuera instinto sexual.
No deja de ser curioso que se identifique al hombre con la biología en este aspecto, cuando en los demás se le asignaron las funciones sociales intelectuales superiores, el raciocinio y los principios éticos que capacitan para ocuparse de la “cosa pública”. Se argumentaba precisamente que la mujer, identificada con lo natural y lo biológico, carecía de las aptitudes intelectuales necesarias para controlar las emociones y tener por tanto un pensamiento racional que la capacitara para el gobierno de la vida pública; de ahí su reclusión histórica al ámbito de lo doméstico.
Hemos de preguntarnos por qué en el ámbito de la sexualidad, las supuestas diferencias sexuales se invierten, con el resultado de que siempre a las mujeres les toca la peor parte: exclusión de los lugares de poder argumentado que son naturaleza, y servidumbre sexual argumentando que naturaleza son ellos. Resulta, como poco, sospechoso. Efectivamente, las investigaciones de la sexualidad muestran que la conducta sexual se aprende, es adquirida, y que está sujeta a modificaciones y control. De hecho, hombres y mujeres pasamos largos períodos de nuestra vida sin sexo.
“La prostitución es una cuestión de racionalidad más que de impulsividad, de voluntad más que de necesidad, y de dominio más que de deseo”
La conducta del prostituidor es planificada; su acción está sujeta a disponibilidad de dinero, tiempo… y en función de ello, la satisfacción de sus necesidades fisiológicas es retrasada (Barahona, 2003). El argumento de la necesidad hace aguas por todas partes; la prostitución es una cuestión de racionalidad más que de impulsividad, de voluntad más que de necesidad, y de dominio más que de deseo.
Pero la lógica patriarcal no se conforma con legitimar el uso de la prostitución presentándola como una respuesta a una necesidad, sino que da por bueno que las mujeres estén al servicio de esa necesidad de los varones. Considera que una contraprestación económica es un intercambio justo y equitativo, haciendo ver cuán poco debe valer la dignidad de las mujeres. Se considera natural que las mujeres cumplan esa función de satisfacción de necesidades masculinas.
Otros análisis desde Teorías Feministas encuentran en la prostitución la expresión de la dominación sexual masculina. Así, por ejemplo, Carole Pateman, Doctora en Oxford y miembro de la Academia Británica desde 2007, presenta una explicación para el fenómeno universal de la prostitución en su obra ‘El Contrato Sexual’ de 1968 (Pateman, 1968/1995). En esta obra de Filosofía Política, Pateman explica el surgimiento de las sociedades modernas, más avanzadas que las sociedades del Antiguo Régimen de estamentos y monarquías absolutas (nobles y plebeyos). Las sociedades modernas surgen de un pacto entre varones, del que son excluidas las mujeres por carecer de las cualidades necesarias para ello: racionalidad, capacidad de ocuparse de lo público y juicio imparcial sin dejarse contaminar por las emociones. En este pacto entre varones libres e iguales, se incluye el tema sexual. Y se pacta que cada varón tenga una mujer, y que haya unas pocas mujeres sin varón, para uso de todos, del común de los varones.
Es decir, se pactan las dos estructuras que regulan socialmente la sexualidad (patriarcal): el matrimonio y la prostitución. Tenemos así los dos tipos de mujeres que constituyen el canon social: las buenas mujeres que sirven para casarse y reproducirse, y las prostitutas que pertenecen a todos los hombres y que sirven para su uso y disfrute. La prostitución, sería por tanto, la manifestación más clara del dominio patriarcal, al pretender reducir a “simple contrato de trabajo” el uso del cuerpo de las mujeres, en el que la “identidad encarnada” de las personas no tiene relevancia (Puleo, 1992).
“Se mire como se mire, la respuesta a la pregunta sobre la función social de la prostitución, remite siempre a relaciones de dominación patriarcal”
Así pues, se mire como se mire, la respuesta a la pregunta sobre la función social de la prostitución, remite siempre a relaciones de dominación patriarcal, relaciones de poder y dominio de quien usa a otro ser humano como cuerpo-objeto para satisfacción sexual.
Puesto que el lenguaje es producto y trasmisor de valores, también en el ámbito de la prostitución resulta necesario un análisis crítico sobre el modo en el que se designa. Resulta más pertinente hablar de mujeres prostituidas en lugar de prostitutas, como las designa el patriarcado (Gutiérrez, 2012). La mujer es el término pasivo de la acción de prostituir, y el varón el sujeto activo que prostituye; cuando decimos “prostituta” estamos esencializando a la mujer, eliminando su sustantividad de persona y de ser humano, como recogen Farley y Kelly (2000).
“No hay mujeres que ‘son’ prostitutas, sino mujeres que ‘están prostituidas’ para uso y disfrute de los varones”
No hay mujeres que “son” prostitutas, sino mujeres que “están prostituidas” para uso y disfrute de los varones. El participio (prostituida) adjetiva; sustantivar (prostituta) esencializa. En el mismo sentido, resulta más pertinente hablar de prostituidor que de cliente. El término “cliente” remite a una transacción comercial, obviando todo lo que se acaba de exponer; oculta lo que tiene de indigno asimilándolo al usuario de cualquier otra mercancía. El término “prostituidor”, por el contrario, visibiliza el uso mercantilista del cuerpo de las mujeres como mero objeto sexual, e implica al sujeto en el estigma social que se sigue de la objetualización y uso del cuerpo de otro ser humano (Barahona & García, 2006; Juliano, 2002; Meneses, 2007).
5. CONCLUYENDO
La prostitución como institución no puede tener cabida en una sociedad de libres e iguales: porque afecta a todas las mujeres, porque ratifica un modelo de sexualidad patriarcal, y porque ratifica relaciones de dominio de los varones sobre las mujeres. Su legitimación, ratifica simbólicamente la lógica patriarcal. Si diéramos por bueno el ejercicio de la prostitución, estaríamos dando por buena la dominación masculina expresada a través de la dominación sexual, ya que la sexualidad que expresa la prostitución es una sexualidad masculina patriarcalmente construida. Por cuanto simboliza relaciones de dominación de los varones sobre las mujeres y atenta contra la dignidad humana, no es posible legitimar la prostitución bajo ningún supuesto en una sociedad de libres e iguales.
La prostitución como modo de vida de las mujeres a quienes la sociedad excluye del mercado de trabajo, expresa la violencia estructural de género y requiere alternativas para sus víctimas: alternativas para la erradicación, no para la persistencia.
(Carmen Delgado Alvarez es profesora Titular de Psicometría en la Facultad de Psicología de la Universidad Pontificia de Salamanca
Andrea Gutiérrez García forma parte del personal investigador en formación del Área de Psicología y Género de la Universidad Pontificia de Salamanca
El título original del artículo es: ‘Prostitución: notas para un análisis psicosocial. De la coacción al consentimiento’)
Notas
1. Esta comunicación es parte de los resultados del proyecto de investigación, dirigido por la Dra. Rosa Cobo Bedia, COACCIÓN Y CONSENTIMIENTO: PROSTITUCIÓN Y POLÍTICAS PÚBLICAS, financiado por el Instituto de la Mujer (BOE nº 41 de 17 de febrero de 2011, Resolución de 29 de diciembre de 2010). Forma parte, dentro de este proyecto, de una ayuda predoctoral concedida por la Consejería de Educación, Cultura y Turismo del Gobierno de La Rioja, asociada al III Plan Riojano de I+D+I 2008-2011
2. No se contempla ninguna opción en el debate, que no tematice sobre la mejora de la vida de las mujeres prostituidas. Es obvio que cualquier otro interés queda descartado como legítimo
3. Necesidades del tipo que sean, incluidas las económicas; pero lo destacable de esta representación es que designa a las mujeres como los sujetos de la acción, haciendo creer que la prostitución acabaría si las mujeres dejaran de prostituirse. La realidad muestra por el contrario, que si las mujeres no quieren prostituirse, se las obligan y se trafica con ellas.
4. Sobre esta cuestión se recomienda el libro de Marcela Lagarde Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas, que acaba de reeditar la Editorial Horas y Horas, en colaboración con el Instituto de la Mujer.
5. Se utiliza el término padecida, en cuanto sujeto pasivo, en la lógica que se acaba de exponer.
6. Se utiliza el término padecer, en el sentido expuesto en la nota anterior, y así se utilizará en adelante.
7. España encabeza la lista de países consumidores de prostitución con un 39% de hombres que lo declaran (APRAMP, 2011).
8. Martín Baró hace una dura crítica de la corriente conductista en Psicología Social por considerarla “psicología reaccionaria”, en tanto que desactiva la capacidad de transformación de un orden social injusto y limita su campo de estudio a las conductas vaciándolas de significado: “Todavía en la actualidad psicólogos sociales de orientación conductista consideran que la Psicología Social debe estudiar las reacciones de un individuo a los estímulos socialmente relevantes” (o.c. p.12).
9. Este supuesto, en este caso tomado de la socióloga venezolana Esther Pineda en 2011, parece referirse más a una posibilidad hipotética que real, a juzgar por lo que escribe en 2012: “Históricamente la mujer ha sido concebida como objeto saciador de los deseos incontenibles del hombre, al servicio de éste ya sea por voluntad o contra ésta, pues desde la lógica androcéntrica y misógina de nuestras sociedades las mujeres no poseen autonomía sobre su cuerpo, por el contrario, su cuerpo es un medio para el ejercicio del poder masculino” (Pineda, 2012).
10. Si bien el artículo de Martín-Baró del que se extrae la cita fue publicado en 2006, el texto es anterior a 1999, fecha en que el autor fue asesinado por el ejército salvadoreño.
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