La obra de Frida Khalo obuvo ayer un reconocimiento que generalmente se niega a las mujeres. Su obra ‘Diego y yo’ se adjudicó en Nueva York por 3,4 millones de dólares, una cifra que no han alcanzado las obras de Chagall, Picasso o Monet. Ni siquiera las de su marido, el cotizado Diego Rivera.
Según informó la casa de subastas Shoteby’s, el cuadro lo ha comprado un reconocido coleccionista de arte y fundador del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), Eduardo Constantini, con destino a su colección privada.
La cifra es extraodinaria para la obra de una artista, aunque una pintura de Georgia O’Keefe ya alcanzó 44 millones de dólares en 2014 en la misma galería.
Icono del feminismo
Frida, icono del feminismo, por su atrevimiento y su magnetismo personal, estético y artístico, fue también, sin embargo, una mujer maltratada y resignada a las constantes infidelidades de su marido. De hecho, ella misma comparó la relación con él con el atropello de un tranvía que dejó su cuerpo maltrecho para siempre.
‘Diego y yo’ es un autorretrato –como casi todas sus obras- pintado el año en que Diego inició un romance con María Félix y, para Anna di Stasi, responsable de Arte Latinoamericano en Sotheby’s, es “un resumen de toda su pasión y dolor”.
Sabido es que toda mujer por poderosa que sea puede ser objeto de violencia machista, pues milenios de patriarcado han inscrito la tendencia a la violencia en la psique masculina y la resignación en la femenina. Pero no todo es blanco o negro en una vida, y mucho menos en la de la pintora surrealista, y vamos a quedarnos con su faceta imponente, su alegría, su humor y la desbordante imaginación de su legado artístico.
El escritor mexicano Carlos Fuentes, en la introducción de ‘El Diario de Frida Khalo (Un íntimo autorretrato)’, la describe con bellas y potentes figuras retóricas que cortan el aliento. Dice que la vio una sola vez y fue en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México, donde asistía a un concierto.
Y relata así la llegada de Frida al recinto: “Cuando entró a su palco, todas las distracciones musicales, arquitectónicas –antes describe la riqueza artística del teatro- quedaron abolidas. El rumor, estruendo y ritmo de las joyas portadas por Frida ahogaron a los de la orquesta, pero algo más nos obligó a todos a mirar hacia arriba y descubrir la aparición que se anunciaba a sí misma con el latido increíble de ritmos metálicos, para en seguida exhibir a la mujer, que tanto el rumor de las joyas como un magnetismo silencioso, anunciaba”.
“Una diosa azteca”
“Era –prosigue- la entrada de una diosa azteca, quizá Coatlicue, la madre envuelta en faldas de serpientes, exhibiendo su propio cuerpo lacerado y sus manos ensangrentadas como otras mujeres exhiben sus broches… Quizá sera Tlazolteotl, la diosa tanto de la pureza como de la impureza, el buitre femenino que devora la inmundicia a fin de purificar el mundo… ¿Un árbol de Navidad?”
Ha habido quien ha calificado esta presencia y actitud de ‘marketing’. Nada más lejos de la realidad y de cualquier asomo de comprensión. El aclamado escritor mexicano no deja lugar a dudas de que la belleza y la sensibilidad del arte de Frida Khalo resiste los tiempos y atraviesa las épocas.
Dice Fuentes: Su “manera de concebir la belleza como verdad y autoconocimiento –la verdad como devenir- requiere una valentía sin parpadeos y es el gran legado de Khalo a los hombres y mujeres marginales, los seres invisibles de un planeta cada día menos visible, más anónimo, donde sólo lo ‘fotogénico’ o lo ‘escandaloso’, como nos lo muestran las pantallas, merece nuestra mirada”.