Maitena Monroy es una de las principales referentes vascas de la autodefensa feminista, una herramienta que últimamente está en boga y en la que ella lleva trabajando e investigando dos décadas. Ha impartido innumerables cursos en ese tiempo y lo sigue haciendo. Compagina esta labor con su trabajo como fisioterapeuta en Osakidetza y con la docencia en el Master de Igualdad de la UPV-EHU, entre otras ocupaciones. Ha militado en distintas organizaciones feministas y actualmente colabora con el Centro de Documentación de las Mujeres Maite Albiz de Bilbao.
-Has dicho que no basta con ser feminista para impartir talleres sean de autodefensa feminista. Aseguras que para que lo sean se requiere que el análisis, la metodología y la perspectiva sean feministas. ¿Que diferencia a los talleres que tú impartes de otros?
-Hay muchas mujeres que han empezado a dar talleres y no dudo de que sean feministas, pero sí de que puedan acompañar procesos. Para eso hay que que tener formación para acompañar instruir o atender a otras mujeres.
-Hablas de acompañar procesos. Sin embargo, las formaciones suelen ser, en general, de pocas horas.
-El taller no se cierra. No se pueden desvincular estas formaciones de los procesos. En Vitoria, por ejemplo, llevo dos años trabajando con un grupo de mujeres dentro de la escuela de empoderamiento. A otras asociaciones las llevo acompañando más años. Aunque sean de pocas horas, también se acompañan procesos, nos acompañamos siempre en el camino y, además, de una manera bastante recíproca. Estas formaciones no se puede desligar del movimiento feminista y de las escuelas de empoderamiento, porque eso implica que el trabajo que vamos a hacer no se queda sólo en el taller, sino que va a continuar. Sería impensable que una formadora pudiera acompañar a los miles de mujeres que pasan por los talleres de autodefensa. Tiene que ser un acompañamiento colaborativo con el resto de organizaciones e instituciones que trabajan a favor de la igualdad. No se trata sólo de que las mujeres puedan identificar la violencia y actuar frente a ella. No son talleres de autodefensa personal. No se pueden desmarcar de lo colectivo.
«Los talleres de autodefensa no son defensa personal; no se pueden desligar de la acción feminista»
-Ultimamente se esgrime la autodefensa como herramienta principal e inmediata contra la violencia, pero no se aclara de qué se está hablando. ¿Cómo definirías la autodefensa feminista?
-Como una estrategia surgida y conceptualizada desde las organizaciones feministas, no sólo para identificar la violencia sexista, sino para identificar cómo el patriarcado se nos ha colado a cada una de nosotras. Al sistema patriarcal le interesa mucho fragmentar la violencia contra las mujeres, que la veamos como casos aislados y, sobre todo, como un problema de violencia física, cuando la mayoría de la violencia es sicológica. No se trata de saber cómo actuar en los niveles más salvajes de violencia, sino en nuestro cotidiano, en cualquier situación en la que se vulneren nuestros derechos o se nos discrimine.
Subordinación y falta de autoestima
-¿Qué dificultades tenemos las mujeres para defendernos de la discriminación?
– Una de las dificultades es poner en primer lugar nuestra propia vida. En lugar de ello, tendemos a satisfacer los deseos ajenos. Tenemos más dificultades que nos atraviesan pero esa es una fundamental, porque todo sistema de dominación tiene que producir en ti el deseo de aceptar que está bien estar en subordinación, en segundo plano, que te traten mal, e incluso que todo tu bienestar y autoestima esté en función de cómo se sienten los demás. La autodefensa feminista supone una estrategia de empoderamiento feminista individual y colectivo, y una actitud vital que conlleva una disidencia de género, es decir, romper con muchos de los patrones, estereotipos… con la normativa de género, para poner en el centro nuestra propia mismidad, nuestra vida. Es cortar con la normativa de género a todos los niveles, no sólo estético, sino sobre todo en lo relacional.
-Llevas muchos años impartiendo estos cursos. ¿Cómo ha variado tu trabajo en estas décadas y en función de qué?
-De formarme más y más en el feminismo y de compartir experiencias con las propias mujeres en los talleres, y con otras formadores de autodefensa feminista. El trabajo de formación en feminismo no acaba nunca, porque atendemos a algo que tiene que ver con cómo se construyen las identidades, cómo son las relaciones a nivel personal, afectivo, laboral, social, etc. Tener formación en feminismo para poder desarrollar los talleres es algo inacabado. Lo que he hecho es cambiar de autodefensa de mujeres a autodefensa feminista. No se trata sólo de defendernos sino de tener esa actitud vital basada en la disidencia de género y para eso lo importante es entender lo que es el género.
«Confundimos el género con el sexo, género con mujer, género con estética… El género tiene que ver con posición social»
-Cuestión que está en el centro del debate feminista y en la calle también.
-Hoy en día tenemos una enorme confusión. Confundimos el género con el sexo, género con mujer, género con estética… El género tiene que ver con posición social. No es sólo una cuestión de que yo me exprese estéticamente de una determinada manera. Tiene que ver con esa posición social de subordinación que implica que nuestro deseo está en satisfacer a los demás y que nos hace vincularnos afectivamente con todo el mundo, y creer que nuestra autoestima está en función de nuestras relaciones afectivas. Identificar cómo el sistema patriarcal nos ha desempoderado es quizás el trabajo de mayor indagación que he tenido en las dos ultimas décadas para ver desde ahí qué es lo que nos pasa cuando al poner límites nos acusan de ser egoístas, exageradas, femininazis etc. Entender que esto no es simplemente decir a las mujeres, empodérate. ¿Empoderame frente a qué? Lo primero es entender cómo el género nos atraviesa, cómo el patriarcado nos atraviesa y, a partir de ahí, identificar que ese desempoderamiento no es sólo cognitivo, de cómo yo percibo y proceso la información e interpreto una realidad, sino que también tiene que ver con cómo siento frente a esa realidad y en ese sentir cómo se construyen los mapas emocionales para internalizar la desigualdad como algo natural. Y eso lleva a que, cada vez que hacemos algo por nosotras, nos sintamos egoístas, que cuando ponemos límites nos sintamos que somos unas exageradas, unas histéricas… Lo más importante ha sido pasar de un componente más teórico a identificar qué es lo que nos pasa, cuáles son nuestros malestares de género, por qué nos entristecemos, por qué enfermamos las mujeres. En los talleres, las mujeres van expresando qué les pasa, cómo se sienten, las dificultades que tienen para poner límites, con todas las resistencias patriarcales que se van encontrando, tanto a nivel personal y social, como institucional. Es una forma de trabajar en ese acompañamiento recíproco.
«A las mujeres, aparte de buenas profesionales, se nos exige que tratemos a la gente con cariño y no: hay que tratarla con amabilidad»
Vínculo afectivo obligatorio
-Has conceptualizado el ‘vínculo afectivo obligatorio’.
-Es un concepto que estoy investigando sobre un hecho que se produce en el ámbito del espacio social o laboral. Tiene que ver con esa idea de que, con cualquiera que nos relacionemos, independientemente de que sea alguien con quien sólo establezcamos una relación puntual o formal, tenemos que tener un vínculo afectivo. A las mujeres, aparte de buenas profesionales, se nos exige que tratemos a la gente con cariño y no: hay que tratarla con amabilidad, incluso con ternura. A los hombres no se les hace esa exigencia. Todas las personas tenemos un vínculo emocional relacionado con la especie humana y que nos implica en la ética del cuidado, pero la afectividad es otra cosa. Querer a alguien no se puede imponer, robar, chantajear… Muchas veces, en el espacio formal, a las mujeres nos tratan de ‘nena’, ‘hija’, ‘cariño’… (nos quitan constantemente el nombre) como si hubiera una relación afectiva y, a la vez, en ese punto maternalista o paternalista con que nos tratan, nos ponen en una categoría de subordinación. Cuando se da por hecho que hay relación afectiva en el ámbito formal, cuesta más poner los límites. Ese vínculo afectivo obligatorio hace que muchas veces el espacio personal y profesional se mezclen, y es más fácil que surjan síndromes como el de la quemada, porque la mochila del trabajo te la llevas a tu casa, cuando no es un problema de tu ámbito afectivo. Es un mandato que establece el sistema patriarcal para que las mujeres no establezcamos las normas, los límites en el ámbito de lo formal y, además, tiene una repercusión en cómo nos sentimos y en cómo nos baremamos en la autoestima. El ámbito afectivo se construye desde la reciprocidad, el respeto la igualdad y lo haces con quien tú quieres. Nunca puede ser por imposición.
-¿Cómo ves el feminismo, los debates y conflictos que se están produciendo, y la reacción patriarcal?
-Vivimos una crisis civilizatoria. Una oportunidad para avanzar o retroceder a niveles más conservadores o patriarcales, porque la reacción patriarcal es global. Los debates en el feminismo, a veces pueden ser muy confrontativos y desautorizadores de ciertas posturas. Creo que tenemos que ver qué es lo que tenemos en común, porque la derecha lo tiene muy claro, tiene una capacidad de generar alianzas increíble. Aunque digan cosas diferentes, por detrás van a aliarse para quitar derechos siempre a los mismos sujetos y, entre ellos, estamos el conjunto de las mujeres. Tenemos diferencias y es importante ver esa diversidad, pero eso no quita que podamos establecer alianzas en todos los lugares comunes que tenemos. Mujeres de todo el mundo nos identificamos rápidamente con la última acción contra la violencia sexista que nos ha convocado a nivel global, ‘El violador eres tú’, porque tenemos muchos nexos en común, a pesar de las diferentes formas de expresarse el patriarcado y otros sistemas de dominación como el racista o el heteronomativo. Porque a veces se confunde opresión con discriminación y esto es importante diferenciarlo. Lo que sufrimos las mujeres es opresión y este sistema de opresión se alía con otros sistemas de opresión. No nos podemos perder en un debate que desacredite a unas o a otras porque no se trata de establecer como una pirámide de opresiones. Creo que tenemos que vernos en esa diversidad que nos atraviesa, donde el género nos atraviesa también a todas las mujeres y eso no se nos puede olvidar. No sólo tenemos que hacer alianzas entre las mujeres diversas, sino también con otros sujetos que estén compartiendo sistemas de opresión. Creo que es un momento de oportunidad y a la vez peligroso, y una cosa que deberíamos tener clara es que el enemigo nunca es otra feminista. No tengo que estar de acuerdo con todas. Tenemos muchas cosas en común: el tema de la violencia, los cuidados, el ecofeminismo o la necesidad de que el feminismo que nos atraviese sea antirracista, anticapitalista… Creo que desde ahí podemos construir viéndonos en la diversidad, pero reconociéndonos en los lugares comunes.
«Una cosa que deberíamos tener clara es que el enemigo nunca es otra feminista, lo que no me obliga a estar de acuerdo con todas»
-Comentas que opresión y discriminación se confunden.
-La discriminación es un trato desigual basado en prejuicios. La opresión es un sistema que tiene cinco marcas: el imperialismo cultural (se percibe en el androcentrismo), la explotación, la carencia de poder, la marginación y la violencia. La opresión requiere una estructura que la facilite.
Toma de conciencia masculina
-¿Qué opinas de medidas que se toman para prevenir las agresiones como escoltas en las fiestas o botones de pánico?
-Una cosa fundamental es hacer un trabajo que se enfoque en la prevención, no sólo en dar recursos a las mujeres. Un trabajo que se enfoque en que los hombres tienen que aprender de una vez por todas que la misión de las mujeres no tiene que ver con satisfacer sus deseos. Eso tiene que ver con cómo se construye la identidad masculina, y se construye en la idea de que incluso el sufrimiento ajeno es válido con tal de que ellos cumplan con sus deseos. Entonces, creo que antes de pensar en recursos para las mujeres, o a la par, porque si no vamos a dar por supuesto que las mujeres vamos a tener que estar defendiéndonos toda la vida de situaciones machistas o del propio patriarcado, me parece que hay medidas que pueden ser valiosas. Pero hay que contextualizar todos los ejercicios de violencia que hay contra las mujeres y que construyen la idea del terror sexual: identificar que a las mujeres nos socializan en el miedo a que nos pase algo por el hecho de ser mujeres. En cuanto a los escoltas, si una mujer esta en una situación de riesgo vital, yo no voy a decir que no.
«Es imprescindible poner la responsabilidad en los agresores»
-¿Y en fiestas, como se le ha ocurrido a algún Ayuntamiento?
-La violencia contra las mujeres no ocurre sólo en fiestas. Hay que romper el estereotipo de que los agresores son locos. Ese es también es el mensaje del terror sexual. Es importante generar espacios de seguridad, de confianza y que, cuando veamos situación de agresión, sepamos cómo actuar. Luego hay otras situaciones en nuestro cotidiano que permiten otros ejercicios de violencia más salvaje y entonces el tema de acompañamiento puede ser interesante. Habrá mujeres que digan: yo quiero sentirme segura cuando voy sola al monte a la playa o cuando viajo conmigo misma… Estamos hablando de apartheid para las mujeres, donde se nos niegan ciertos espacios, y además es curioso porque la mayoría de la violencia se produce en el espacio personal y afectivo, pero el sistema nos hace pensar que es el otro, el extraño, el loco el descontrolado. Hay ideas que pueden ser más o menos acertadas, pero creo que poner la responsabilidad en los agresores es imprescindible.
-¿Cómo hacerlo?
-Es importante que asuman que es su responsabilidad, que tienen que trabajar para erradicar la violencia, identificando cómo el género les atraviesa también para que entiendan cómo han construido en ese deseo, que tiene que ver con que lo suyo es lo más importante, y que no tienen que preguntar a las mujeres qué quieren, porque ellos ya lo saben, porque lo importante es lo que ellos quieren. Medidas que pueden posibilitar el uso del espacio social y lúdico también son fundamentales. Lo que no se puede hacer es poner la responsabilidad en las mujeres como hizo una campaña de la Ertzaintza en las fiestas de Bilbao. No se les puede decir a las mujeres: ‘No digas’ o ‘No hagas’. Hay que potenciar medidas que faciliten que las mujeres puedan participar en igualdad de condiciones en cualquier espacio.