La doctora en Historia y profesora de la UPV-EHU Mercedes Arbaiza ha comisariado la exposición ‘Zutik, zutik, zutik (1968-1994)’, que se puede ver en el Edificio Ensanche de Bilbao hasta el 6 de octubre.
La muestra repasa la historia del feminismo en Bizkaia desde su surgimiento en los años setenta hasta los noventa, el período que se ha denominado segunda ola. Se trata de un lapso en el que las mujeres se acercan a sus emociones, las comparten, descubren a partir de ese resonar colectivo el porqué de su opresión –conceptualizan el patriarcado– y politizan sus sentires.
-Cada vez son más las voces que dan importancia a las emociones como fuente de información, pero aún puede resultar extraño considerarlas políticas.
-Estamos viviendo un momento de giro emocional, en el que se está poniendo en cuestión una visión clásica que consideraba las emociones como parte de una reacción que impedía pensar y el giro afectivo plantea que pensamos con el cuerpo, somos pensamientos encarnados. Se ha modificado la jerarquía entre razón y emoción, que en el fondo escondía la jerarquía entre lo masculino y lo femenino.
En este momento, las ciencias sociales y experimentales colocan a las emociones en un lugar central. ¿Por qué? Porque son el canal a través del cual damos el significado a la realidad social. Es el principal material con el que nos relacionamos con el mundo. Son mediadoras en el cambio social y están implicadas en la toma de decisión. Por eso mismo, las emociones contienen una moralidad política, contienen un sistema de creencias y son fundamentales. Si reflexionáramos exclusivamente a través de la razón, no estaríamos capacitadas para tomar decisiones, porque no abarcaríamos la dimensión del malestar o el bienestar.
-Y eso tiene un reflejo en la exposición.
-La exposición es un diálogo entre una interpretación del feminismo, ‘Lo emocional es político’, y una intervención artística, la de Eduardo Hurtado, que la ha materializado en forma de biombos. Esta estructura viene a simbolizar la importancia del cuerpo, de lo vulnerable, una forma de establecer nuevas relaciones con el mundo. Tiene que ver también con la intimidad de la expresión en primera persona, con la expresión del sentimiento sobre qué les ocurre a las mujeres. De hecho, el feminismo tiene el gran acierto de politizar, es decir, y legitimar la expresión pública del sufrimiento emocional de las mujeres silenciado históricamente.
El biombo viene a decir también que hay unos espacios de intimidad compartidos por las mujeres y representados por el lema del feminismo ‘Lo personal es político’, que yo he traducido como ‘Lo emocional es político’ y que representa toda una estrategia de acción política, una respuesta desde las emociones que desbordan las normas sociales que oprimían a las mujeres.
-¿Qué importancia tiene para el feminismo la expresión en primera persona?
-Es un gesto político para aquellas personas y especialmente para aquellas mujeres que no tenían otra forma de manifestarse porque no se sienten expertas en nada. De hecho, las primeras campañas son muy claras al respecto. Con lemas como ‘¡Mujer, no te calles!’ o ‘¡Denuncia a tu agresor!’ se les anima abandonar el silenciamiento y traspasar la privacidad.
El biombo es también una metáfora de la agencia política, que comienza siempre hablando en primera persona, en términos emocionales o sentimentales; una forma de expresión que no respeta la jerarquía y verticalidad que produce el pensamiento científico e intelectivo.
“La opresión del patriarcado no se entiende si no se aprehende con el cuerpo”
-¿Dónde situamos la razón, la reflexión, el análisis…?
-Hay que superar el binarismo clásico entre emoción y razón. Las emociones son, de alguna forma, pensamientos que brotan, o juicios sentidos. Contienen una parte cognitiva que tiene que ver con el lenguaje, con el conjunto de categorías que en cada historia tenemos a nuestra disposición para poder poner nombre a esa alteración sensorial, corporal, que nos está hablando de un malestar que hay que identificar. La expresión de la emoción, la dimensión cognitiva en la que entran en juego los recuerdos, la memoria y también las categorías racionales ponen nombre, identifican el afecto. Le dan forma política.
Pero digamos que el lenguaje no tiene significado si lo separamos del cuerpo que lo interpreta. La opresión del patriarcado no se entiende si no se aprehende con el cuerpo. No se hace inteligible la contradicción o la opresión si no se recibe con los cuerpos que se han alterado emocionalmente. Así por ejemplo ‘El segundo sexo’ (1949), la biblia del feminismo de la segunda ola, no se entendió en su momento y, veinte años más tarde, cuando las mujeres comenzaron a participar en la resistencia a la dictadura, fueron confiando en sí mismas, forjaron redes con otras mujeres y cambiaron su disposición hacia la política.
Entonces entendieron que ellas eran ‘las otras’, eran el segundo sexo. Al fundirse las ideas del libro con un cuerpo alterado, que había modificado emocionalmente sus relaciones con los hombres, entonces sentían que se hacía la luz, se ‘desvelaba’ el antagonismo.
-Los grupos de autoconciencia surgidos en los setenta permitieron aunar los diversos sentires en torno a un único ‘sujeto mujer’. ¿Cómo afecta a esta unión la devaluación del sujeto mujer dentro de un sector del feminismo?
-Hay que entender que el movimiento feminista atraviesa distintas etapas, no necesariamente progresivas. El presente debate sobre la supuesta devaluación del sujeto mujer responde a un momento muy distinto que el del movimiento feminista de los años setenta y ochenta. En estos años se protagoniza la irrupción como una fuerza política que desafió las relaciones de poder socavando las bases del sistema franquista y acelerando el tiempo político de la Transición.
Efectivamente, el feminismo de los años setenta fue la expresión de que las mujeres se habían constituido un nuevo sujeto político. Ese sujeto mujer no es algo que estaba ahí y que había que descubrir, sino que se va construyendo en el propio proceso de búsqueda, en la misma lucha colectiva. Los grupos de autoconciencia fueron muy importantes de cara a entender cómo las mujeres primero se deshicieron de sus tabúes y perdieron sus miedos pero, al mismo tiempo, a partir de ese subjetivismo, fueron experimentando lo que les unía hasta sentirse formando parte de un nosotras las mujeres.
‘Porque sentimos, somos’ podría ser el resumen de cómo se constituye ese sujeto mujer fuerte. Fíjate que en esta etapa del movimiento feminista se habla en singular, la mujer, porque se entiende que lo que les une a todas las mujeres con orígenes territoriales y sociales distintos, es una misma opresión, y es lo que el feminismo radical identificó como el patriarcado, una categoría que nació con la vocación universal de asignar una opresión específica que afectaba a las mujeres en el campo de lo íntimo, de lo emocional, de la sexualidad y de lo doméstico.
“En la medida en que el feminismo se conjuga en plural se enriquece y es lo que permite que siga vivo”
También es cierto que esta autodenominada como segunda ola, como se explica en la exposición, tiene un final, a modo de resaca que frena la fuerza del movimiento, en los años noventa, y que consiste en una crisis de este sujeto mujer tan homogéneo. Una de las razones de este cambio es que se manifiestan otras experiencias de sufrimiento emocional entre mujeres de otras culturas, exteriores a la cultura occidental, y que reclaman para sí la posibilidad de tener voz propia y de intervenir en la política como mujeres. Me refiero a mujeres afroamericanas o a mujeres de países colonizados que irrumpen con sus propias opresiones en contextos religiosos y culturales muy diferentes. Es un proceso inevitable que forma parte de la entraña feminista de lo emocional es político. Por eso hoy el feminismo tiene un papel muy importante en todo lo que tiene que ver con la emancipación desde un tiempo poscolonial.
Hay otras formas de entender la opresión que cuestionan el carácter universal con el que nació el sujeto mujer del feminismo de la segunda ola. Por eso el sujeto mujer explota. ¿En qué? En sujetos mujeres. En feminismos. En la medida en que el feminismo se conjuga en plural se enriquece y es lo que permite que siga vivo. Si tuviéramos un feminismo como el de los años setenta, unitario en su organización, hace tiempo hubiera entrado en un declive como movimiento. Lo que aparece una debilidad, a mí me parece una fortaleza que permite que el feminismo siga muy vivo, muy rico, y en una constante reflexión sobre quiénes somos las mujeres.
–Sin embargo, el malestar sin nombre que describió Friedan persiste, aunque muchas veces no se sepa reconocer ni politizar
-Sí. El malestar entendido como sufrimiento, y por lo tanto, como expresión de la dimensión moral de la política, tiene muchas dimensiones. Hay una dimensión que yo creo que se ha superado en la actualidad y es la que tiene que ver con la domesticidad de las mujeres, con el confinamiento como amas de casa en aquellos proyectos de vida en los que lo habían entregado todo al amor conyugal, a una forma particular de entender el amor romántico, y en los que experimentaban que no obtenían ninguna devolución hacia ellas por parte de los hombres. Yo diría que eso es uno de los aspectos que ha cambiado.
“El malestar de las mujeres sigue siendo una experiencia central y vital para seguir reclamando una acción política emancipadora”
El feminismo rompió con la melancolía de las mujeres producida por la fidelidad a aquella emoción romántica. Las mujeres siguen siendo románticas, pero viven su deseo y el amor de una manera más libre, ya no vinculada a una forma de entender la familia y a una forma de entender la institución matrimonial. Se ha liberado el amor de toda una serie de instituciones que sujetaban a las mujeres. Y sin embargo, vuelvo a subrayar la vigencia actual de que lo personal es político, ya que sigue el cuerpo como instancia donde se ejerce el poder sobre las mujeres.
En un presente tan sexualizado como en el que vivimos se sigue produciendo, incluso con más intensidad que en momentos anteriores, una fuerte violencia en forma de abusos sexuales y de acoso. Y ahí está la campaña del ‘MeToo’. Las mujeres no son trofeos para los hombres. Lo que está claro es que el malestar de las mujeres sigue siendo una experiencia central y vital para seguir reclamando una acción política emancipadora.
-La exposición expresa la viveza del movimiento feminista en la segunda ola hasta su repliegue en los años 90. ¿Por qué se eligió ese periodo?
-Porque se pretende narrar la historia de la eclosión del feminismo organizado en Bizkaia impulsada por una ola internacional, que venía desde California, Nueva York o Paris, por citar algunas ciudades en las que soplaban los aires de la nueva izquierda del 68. Fueron años convulsos en los que se devoraban los libros de las pioneras. Se leía a Kate Millet, a Simone de Beauvoir, y a Shulamith Fireston. Las mujeres se acercaban al feminismo buscando otra forma de ser mujer. La exposición pretende adoptar esa distancia histórica que permite intuir la contribución del feminismo al cambio social. Es un reconocimiento sobre cómo el movimiento feminista ha modificado de forma radical las relaciones entre las mujeres y los hombres así como entre las mujeres mismas.
“Los primeros diez años del feminismo organizado, entre 1975 y 1985, fueron apasionantes”
Desde la perspectiva histórica los primeros diez años del feminismo organizado, entre 1975 y 1985, fueron apasionantes. Yo diría que el movimiento feminista aceleró un tiempo político ya trepidante, el de la Transición. Demostró su fuerza política en las luchas por los derechos genuinamente femeninos como la despenalización del adulterio y de los anticonceptivos, la aprobación de una ley del divorcio, la aprobación de la primera despenalización del aborto en 1985, la desestigmatización de la prostitución. Me parece que la lucha resumida bajo el lema ‘Amnistía para la mujer’ amplió radicalmente el contrato social y la nueva democracia que nacía.
La exposición aborda también los años ochenta. La década entre 1985 y 1994 fueron diez años de consolidación del feminismo como un movimiento autónomo, y también el tiempo de la pluralidad identitaria y constitutiva. Estallaron propuestas y prácticas feministas divergentes en la forma de entender la política, y que dieron lugar a diversas organizaciones en su seno. Se rompió el carácter unitario de la Asamblea de Mujeres. Se configuró así un mapa caleidoscópico en espacios, miradas y manera de ser feminista. Creo que ningún grupo se puede arrogar la esencia del feminismo ni tampoco la totalidad de las conquistas logradas. No había ni hay un único recorrido, ni una única manera de ser feminista. Esto es la más interesante de estos diez años.
La exposición termina en una fecha que viene marcada, entre otros acontecimientos, por las Terceras Jornadas Feministas de Euskadi en las que se reconocen dos cosas: por un lado que el movimiento había perdido fuerza movilizadora, pero a la vez señalan con acierto que gran parte de las políticas feministas habían dejado una huella indeleble en la sociedad vizcaína y vasca. Y a la vez, también, como he explicado, es un momento de cambio en el que otras mujeres desde otros lugares y con otras experiencias amplían el concepto de lo que significa ser feminista. Es entonces es cuando los feminismos se conjugan en plural.
-¿Cuáles fueron los primeros pasos del movimiento feminista en Bizkaia?
-En febrero de 1976 se constituyó la primera organización feminista en Bizkaia como una asamblea de mujeres. Se reunieron unas 100 mujeres en la Iglesia de la Encarnación que decidieron crear un movimiento autónomo organizado. 1977 fue un año crucial para el feminismo vasco. El 8 marzo de 1977 se convocó por primera vez el Día Internacional de la Mujer trabajadora, en Bilbao.
Hay una serie de imágenes en la exposición muy emocionantes cedidas por Mikel Alonso, el fotógrafo de la Transición, en las que se muestra aquella tarde, ya de noche. El siguiente hito, pocos meses mas tarde, en diciembre de ese mismo año, es el de las Primeras Jornadas de Leioa. En aquel encuentro de unas 3.000 mujeres en la universidad se sentaron las bases de los siguientes diez años del feminismo vasco. Se puede decir que se constituyó un movimiento político muy creativo en sus formas de acción directa, en su lenguaje simbólico y corporal, así como en su modelo de organización. Cuando hablas con las mujeres que estuvieron allí, te das cuenta de que su eco todavía resuena. Fue un acontecimiento emocional.
Un último hito que quiero señalar es el de la movilización contra el juicio por aborto de las 11 mujeres de Basauri. Este acontecimiento significó la transformación del feminismo en un auténtico movimiento social. Consiguió algo que parecía imposible, dejar de ser un reducido círculo de feministas y convertirse en sujeto político. Aquellas jóvenes ocuparon las calles, tomaron los edificios públicos, hicieron campañas apoyadas por miles de personas.
Aunque no consiguieron sus objetivos sobre el aborto libre y gratuito, sí se les puede atribuir un cambio importante en la conciencia ciudadana en relación al tema de la interrupción del embarazo. Aquellas mujeres de Basauri entraron culpables en los juzgados en 1976 y salieron inocentes. No lo digo porque fueron absueltas, sino porque la sociedad había cambiado su percepción sobre este tema.
-¿Qué más aportó el movimiento feminista en todo ese tiempo?
-Impulsó un cambio social importante en cinco temas que considero que son genuinos de la política feminista: en la revolución de la sexualidad y el deseo femenino, en la materialización económica del trabajo doméstico de las mujeres, en la expresión de otras formas de amar desde la opción feminista por el lesbianismo, así como un cambio radical en el marco de interpretación de las agresiones y malos tratos a las mujeres, que ha invertido la política sobre la violencia machista. La coeducación fue el otro gran tema. Y, por último, todo lo que fue la dinámica de los barrios.
También articularon una forma de organización desde abajo, que me parece muy interesante. Por ejemplo, impulsaron la acción directa de muchas mujeres que, sin tener muchas herramientas teóricas, generaron grupos de protección frente a las agresiones. Son estrategias políticas de quienes todavía no tenían un discurso muy elaborado, pero sí tenían muy claro que querían llevar a cabo una práctica feminista.
“Hoy en día ser feminista es mucho más fácil porque es una corriente que tenemos a favor”
-¿Qué destacarías de la exposición?
-En primer lugar, responde a un esfuerzo colectivo de muchas mujeres que desde distintas instancias nos propusimos llevarla a cabo. Me refiero al grupo de historiadoras de la UPV-EHU, Experiencia Moderna, al que pertenezco; al Centro de Documentación de Mujeres Maite Albiz, que cuenta con un patrimonio de incalculable valor sobre el movimiento feminista; a las mujeres que nos han cedido sus documentos privados, o sus fondos de fotografía sobre le época, como Elena Sarasola. Y, por último, la exposición ha sido posible gracias a las mujeres que desde la gestión de lo público, como el Departamento de Igualdad de la Diputación Foral de Bizkaia, se han comprometido desde el principio con este proyecto.
En segundo lugar, y vuelvo al comienzo, quiero destacar el diálogo entre una concepción histórica del feminismo que atiende a lo emocional como político y la propuesta artística que se hace en forma de biombos. En este caso, el biombo entendido como una trinchera imprescindible para aquellas mujeres feministas que fueron vilipendiadas, estigmatizadas e insultadas. Hoy en día ser feminista es mucho más fácil porque es una corriente que tenemos a favor. Me gustaría que las chicas jóvenes entendieran que también era necesario defenderse y que vean el esfuerzo que se hizo, el compromiso tan fuerte y el coste personal que tuvo para muchas mujeres.
Por otra parte, el ambiente de la exposición reproduce el activismo de la época, con pegatinas, pancartas, carteles, y fotocopias de fotocopias. Da la sensación de que todo es muy frágil y provisional, como fue aquel movimiento. Es una exposición que cuando entras a verla parece que está desordenada. Eso es algo que está buscado. Las aristas de los biombos son estructuras que posibilitan juntar la mirada con otras posiciones, con otros biombos. Representan la afirmación de que hay muchos caminos y formas de ser feminista, y que hay algo que es constitutivo del feminismo y es su propio pluralismo, pero que siempre tiene un legado, que es la autonomía de las mujeres. Es decir, hay algo que sigue vigente hoy y es que la política feminista se dicta y se plantea desde las propias mujeres, desde sus necesidades, pero no necesariamente dentro de una única organización.
Me parece que el que haya distintas prácticas y formas de entender la política feminista y que en un momento dado coincidan en oleadas o movimientos de forma coordinada hace que el feminismo esté vivo, sea muy rico y haya sobrevivido a muchos momentos de desencantamiento.
-¿Qué evolución se ha producido en lo teórico?
-El feminismo tiene en su entraña la idea de ‘Lo personal es político’. Es una estrategia política y desde esa perspectiva ha hecho una gran aportación teórica, ha generado un corpus teórico impresionante, categorías propias y ha producido un pensamiento científico alternativo que ha cambiado muchas de las políticas que se están haciendo. De todos modos, hay que tener cuidado con intelectualizar demasiado al movimiento en la medida en que se jerarquizan y se verticalizan las relaciones. El feminismo tiene que estar siempre muy atento a los refugios emocionales que ofrece. Esos balbuceos en primera persona son centrales a la hora de que las mujeres tengan agencia política y para mí es como el mensaje o la llamada de atención para evitar enfrentamientos entre distintos grupos feministas. Cuando hay mujeres que no están a gusto porque no acaban de ser reconocidas, se está produciendo una grieta y hay que darle una respuesta política.
-Una idea muy necesaria en estos momentos de debates intensos e incluso amargos.
-Tenemos que buscar un espacio común. Está complicado porque, al menos en las redes sociales, se está viviendo un debate muy agresivo. Creo que es un debate en el fondo también sobre lo que significa ser feminista.
“La ira es una de las emociones más políticas que hay y es necesario enfadarse”
-¿Te atreverías a decir qué es para ti ser feminista?
–Ser feminista significa modificar el orden de género a favor de las mujeres, modificar los límites que nos coaccionan, que no nos dan espacio a las mujeres ni a la cultura femenina, para querer ser, para expresar nuestros deseos y contar con espacios de libertad. El feminismo siempre es emancipación de lo que oprime a las mujeres en cada tiempo y espacio concreto. Es una tensión con las normas y los límites que condicionan lo que las mujeres y la experiencia femenina desea desarrollar como propio y como proyecto de vida que trascienda. Como historiadora he aprendido que el feminismo es una respuesta relativa a cada contexto histórico y a cada tiempo. No hay un canon de lo que significa ser feminista.
-Retomando la cuestión del ambiente de debate en las redes, en el que predomina la violencia. Con Teresa Lange de Paz y otras haces mucho hincapié en la ira como emoción feminista, como sentimiento que sirve para lanzar a la acción y restaurar la justicia si es necesario. ¿Nos tenemos que enfadar mucho todavía?
-Creo que la ira es una de las emociones más políticas que hay y es necesario enfadarse. A las mujeres la ira nos saca de otra emoción, que es la de la culpa, en la que estamos educadas. La ira intenta restablecer el daño causado. Por lo tanto, es como la condición para que se establezca un sentido común compartido sobre un marco de injusticia. Cuando empezó el movimiento feminista, las mujeres tenían un lema que a mí me gusta mucho, que decía: no somos feas, estamos enfadadas.
La ira proyecta hacia el exterior, hacia el origen de la responsabilidad de lo que nos ocurre, y lo identificamos en el sistema patriarcal y con una estructura jerárquica del poder que nos está coartando. Por eso me parece que la ira es una emoción profundamente política y que está en la entraña del feminismo. La ira te lleva y te conduce hacia afuera mientras que la culpa implosiona. Es bueno que estemos enfadadas. Otra cosa es cómo se expresa la ira. Está mal visto estar enfadada y además expresarlo. Creo que las mujeres también hemos aprendido otras formas de expresión de la ira en grupos de autoprotección o en formas de acción directa, sin utilizar la violencia. La ira femenina es muy productiva políticamente.