Cuenta la tradición que la conquista llevó bienestar y progreso a las tierras de América. Sin embargo, en los pueblos originarios —los pueblos colonizados— la impresión es bien diferente. Para ellos, se trató de una historia de saqueos, despojos e imposición de religiones que nada tenían que ver con su cosmovisión. La barbarie continúa. Las comunidades afectadas alertan de que se está produciendo una segunda invasión colonial a través de la apropiación de tierras, proyectos extractivistas (minería y e hidrocarburos), monocultivos de palma africana, e iniciativas turísticas. Señalan como responsables a empresas del Ibex 35 como Iberdrola, Unión Fenosa, Repsol y Gas Natural.
Tales proyectos afectan a tierras ocupadas por comunidades indígenas de naciones de Mesoamérica (México y Centroamérica), además de otros países como Ecuador o Brasil. Entre los estragos que se están causando, destacan la destrucción de los recursos naturales y el desplazamiento de comunidades. Y como las poblaciones perjudicadas no se han quedado cruzadas de brazos, a esos perjuicios hay que añadir la persecución y la criminalización de defensoras del territorio y de los derechos humanos, pues son las mujeres las que están liderando las protestas.
Testimonios desgarradores
Varias de estas activistas han visitado estos días la Comunidad Autónoma Vasca, invitadas por las asociaciones Lumaltik Herriak y Berdinak Gara. Además de reunirse con representantes de asociaciones, centros educativos, grupos de mujeres y movimientos sociales han ofrecido los testimonios de sus luchas en dos centros, Hegoetxea e Hika Ateneo de Bilbao.
La salvadoreña Marixela Ramos y la guatemalteca Yolanda Oquelí comparten la experiencia de haber tenido que abandonar su tierra para escapar de serias amenazas de muerte. La primera ha podido regresar a su país pero la segunda, activista feminista de la comunidad La Puya en lucha contra los proyectos mineros, está acogida en Bizkaia, a donde llegó con el apoyo de la organización de ayuda a las personas refugiadas CEAR. La mexicana Rosi Rodríguez, del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, en Chiapas, sabe mucho del riesgo de defender derechos humanos en México, y la maya María Olga Coronado, maestra de profesión y representante del Consejo de los Pueblos Mam de Guatemala, es especialista en los 500 años de luchas de resistencia de los pueblos originarios. Sus desgarradores testimonios emocionaron y sobrecogieron al auditorio de sus conferencias (los relataremos en entregas posteriores).
Como término de su viaje, y tras finalizar el encuentro en Hika Ateneo, todas ellas, a una sola voz, han agradecido la acogida que se les ha dispensado, y han pedido a las instituciones vascas, así como a las organizaciones sociales, un compromiso para “poner fin al despojo y vulneracion de derechos humanos” en sus tierras pues vascas son “algunas de las empresas que nos tienen amenazadas”, si bien se congratulan de que “la sociedad civil no comparta la visión explotadora del mundo” de las mismas.
Como modo concreto de ayudar y actuar, hacen un llamamiento a “ejercer presión sobre las empresas que nos atacan y a apoyar campañas de denuncia y de solidaridad hacia las personas defensoras del territorio y de derechos humanos”, como las que han lanzado Lumaltik y Berriak Gara a través de los hastag #OzenEsan y #Defensoras (alzando la voz)
“Laboratorio de experimentación capitalista”
En su comunicado conjunto, afirman que “el territorio mesoamericano es actualmente uno de los laboratorios de experimentación del capitalismo más agresivo, que está provocando el destrozo de la naturaleza, y la expulsión de las comunidades, y está atacando directamente el buen vivir de los pueblos que allí habitamos”.
En el caso concreto de las defensoras del territorio que lideran los procesos de resistencia, “enfrentamos la bruta alianza entre oligarquía y capital en forma de hostigamientos, violencia institucional y campañas de difamación por parte de los poderes políticos y económicos”. También son objeto de “agresiones y difamaciones sexistas que buscan desprestigiar nuestra labor, no sólo como defensoras, sino también como mujeres”. Su resistencia es pacífica. Aún así, “provoca mucho dolor” en forma de “costes personales, familiares y colectivos, tremendos para nosotras”.
Dar visibilidad a las luchas
Las defensoras del territorio reivindican la necesidad de “compartir y escribir nuestra historia” para que sus luchas “no se olviden” y para dar visibilidad “a las que ya no tienen voz, a aquéllas a quienes les han arrebatado la vida”.
Con ese objetivo, ven necesario el intercambio de información y experiencias, y el establecimiento de redes entre pueblos de distintas partes del mundo, “no sólo para enfrentar los embates del sistema neoliberal y heteropatriarcal, sino también para construir colectivamente un modelo alternativo, feminista, inclusivo, que respete nuestra tierra y a todas las que en ella vivimos”.
Su meta es construir “un mundo en el que vivir, no en el que sobrevivir”, y creen que ello será posible si todas las personas se unen “en defensa de la casa común”, ya que “los ataques a nuestro territorio, aunque nos afectan de manera diferente, son ataques a todas nosotras: mesoamericanas, vascas, ciudadanas de todo el mundo”.
En línea con su cosmovisión que concibe al ser humano y el territorio como entes indisociables, consideran ineludible la responsabilidad de “cuidar nuestros bienes comunes y naturales, de defender nuestros ríos y nuestras montañas, y de articularnos para construir alternativas al modelo depredador por otro mundo posible que nos cuide a todas y todos”.