Hay una imagen que permite comprender lo que en algunas culturas supone la mutilación genital femenina. Es una cuestión que, a ojos occidentales, parece una atrocidad (y nadie niega que lo sea) pero que, situada en su contexto, puede comprenderse que aún persista.
“Es como la fiesta de la comunión en el sentido de cómo la gente lo vive”. Así lo ilustra la mediadora intercultural, activista y escritora guineana Fatima Djara, quien participó en el IV Encuentro feminista de Madejas contra la Violencia Sexista, celebrado el pasado fin de semana.
Djara sufrió ella misma la mutilación genital de niña y ahora, desde la asociación navarra Flor de Africa, se empeña en erradicar esta práctica que atenta contra los derechos humanos de mujeres y niñas y a la que se ven sometidas todavía unos 200 millones de niñas y mujeres en el mundo. Dijo hablar en nombre de todas ellas y también de las 125 niñas condenadas a matrimonios forzados y de las muchísimas que son sometidas a violencia sexual.
La activista, que ha sido acreditada con diversos premios y reconocimientos a su labor, procede de Guinea-Bisáu, un pequeño país africano católico y animista con un 50% de etnias musulmanas. Una de ellas es la suya, la mandinga, donde se somete a la ablación a casi el 95% de las niñas y el matrimonio forzado afecta a alrededor de un 30%.
“La mutilación genital constituye un rito de paso que integra a las jóvenes en el ‘mundo de las mujeres”
Normalmente, explicó, la mutilación genital constituye un rito de paso que integra a las jóvenes en el ‘mundo de las mujeres’. Se practica de tres formas: se seccionan el prepucio y el clítoris; se cortan los labios menores y el clítoris o, el tipo más severo, se cose la vagina con espina de acacia y se abre después del rito del matrimonio, de 12 a 14 años.
Ritual obligatorio de grupo
Este ritual, obligatorio para la aceptación de la niña y para garantizar su pertenencia al grupo y asegurarle el matrimonio, importantísimo en esas sociedades, se practica desde la lactancia hasta edades avanzadas de las mujeres.
La ablación está prohibida en desde 2011 en Guinea-Bisáu y desde 1996 en otros países africanos pero explicó que se sigue realizando, sobre todo en zonas rurales, por la falta de medios de control y debido a la corrupción policial.
Por hacer frente al problema es imprescindible, a juicio de Djara, el trabajo comunitario con la población en general, con líderes religiosos y mujeres influyentes, y con mujeres que practican la mutilación genital para formar “agentes de cambio” que ayuden a desterrar esa costumbre.
Son las mujeres quienes se encargan de transmitir y perpetuar esta tradición que no se sabe de dónde procede, y se asocia incluso a pureza espiritual. Aunque se fundamenta en el islam, la activista guineana señala que se le atribuye una existencia premahometana. Ella refuta enérgicamente la idea del mandato religioso. “No hay nada de esto en el Corán”.
El origen probable se sitúa en la época faraónica en que los hombres emigraban y la mutilación genital era una forma de controlar a las mujeres. Además, se cree que proporciona satisfacción sexual a los varones mientras ocasiona a las mujeres problemas de salud de todo tipo, además de complicaciones en el parto y la fertilidad.
Sortear la prohibición
En los países occidentales está prohibidísima y no ha faltado quien ha pretendido que algún pediatra la realice. Ante la negativa, aprovechan las vacaciones en sus países de origen para llevar a cabo su propósito.
Flor de Africa, entre otras organizaciones, efectúa una labor de concienciación con las comunidades africanas que residen en Nafarroa y la Comunidad Autónoma Vasca. Gracias a su labor se ha conseguido frenar el ‘turismo de mutilación genital’ mediante un certificado que se otorga a las familias y que al llegar a su país de origen les permite asegurar que se les impedirá volver o se enfrentarán a consecuencias penales en caso de haber practicado a sus hijas la ablación.
No es ésta una cuestión fácil, como no lo es nada que tenga que ver con tradiciones hondamente arraigadas. Afortunadamente, quienes padecen esta forma extrema de violencia sexista cuentan con la pasión militante, el carisma y el testimonio de activistas como Djara que, conociendo perfectamente el problema y las sociedades que lo padecen, están dispuestas a dejarse la piel para enfrentarlo.