Orígenes y desarrollo del lesbianismo feminista

El término lesbiana se asigna popularmente a las mujeres homosexuales. Sin embargo, los movimientos reivindicativos surgidos en Europa y Estados Unidos a partir de mediados del siglo XX le otorgaron un significado político de crítica a la heterosexualidad obligatoria. Este sentido se mantiene hasta hoy en día, si bien su incidencia e influencia se han visto reducidas en los últimos años, debido diversos factores. Algunos colectivos intentan recuperar el lesbianismo activista y volver a dotarlo de su sentido comunitario y político-cultural.

Esta pieza informativa trata de recorrer dicho movimiento desde sus orígenes hasta hoy y se ha basado en la publicación ‘Algunas teorías lésbicas’ de Jules Falquet (Francia, 1968). Esta feminista, socióloga y profesora en el departamento de Filosofía de la Universidad Paris 8, analiza, desde una perspectiva materialista y decolonial, los movimientos sociales de resistencia a la globalización neoliberal (movimientos campesinos e indígenas de Abya Yala), además de los movimientos de mujeres, feministas y lésbicos.

En esa publicación explica que el lesbianismo como movimiento social apareció a finales de los sesenta del siglo XX en el mundo occidental en el marco de la descolonización y el auge de distintos movimientos revolucionarios. Según Falquet, se desarrolló “en estrecha vinculación ideológica y organizativa” con el movimiento feminista de la ‘segunda ola’, y el movimiento homosexual, que se va construyendo rápidamente después de las revueltas de Stonewall (1969).

Sin embargo, progresivamente, las lesbianas se fueron haciendo autónomas. En diferentes países “las lesbianas no tardan en criticar la misoginia, el funcionamiento patriarcal y los objetivos falocéntricos del movimiento homosexual, dominado por los hombres”.

Valiéndose de la crítica feminista, explican públicamente sus desacuerdos y fundan sus propias organizaciones. Por otro lado, y en forma más o menos simultánea, “muchas no terminan de sentirse plenamente identificadas con el movimiento feminista”. A pesar de que habían contribuido a fundarlo y nutrirlo, el hecho de que cuestionasen la heterosexualidad obligatoria provoca fricciones y, además, “buena parte del movimiento feminista se deja intimidar por el mensaje social que exige al feminismo silenciar, invisibilizar y postergar al lesbianismo para ser mínimamente respetado”.

Los espacios autónomos de lesbianas que van surgiendo multiplican los análisis teóricos específicamente lésbicos, “especialmente desde una profundización de las reflexiones feministas”.

Surgen dos grandes pensadoras. Una de ellas, la poeta estadounidense Adrienne Rich publica en 1980 ’Heterosexualidad obligatoria y existencia lésbica’, en la revista feminista ‘Signs’. El texto denuncia la heterosexualidad forzada como norma social que invisibiliza el lesbianismo incluso en el propio movimiento feminista.

Casi simultáneamente, Mónica Wittig, en dos artículos en francés publicados por la revista ‘Questions Féministes’, ‘No se nace mujer’, y ‘El pensamiento straight’ (‘derecho’ en el sentido de heterosexual), plantea la existencia de un régimen político aún más central, que es la heterosexualidad, cuyo eje ideológico es precisamente lo que ella llama “el pensamiento straight” (Wittig, 2001).

“La ‘lesbiana’ está más allá de las categorías de sexo: no es una mujer, ni en lo económico, ni en lo político, ni en lo ideológico”

Su análisis se ancla en el feminismo materialista francés, pues plantea la noción de “clases de sexo”, que hace de las mujeres y hombres categorías políticas que no pueden existir la una sin la otra. Explica: “Es más: ‘lesbiana’ es el único concepto que conozco que esté más allá de las categorías de sexo (mujeres y hombres), porque el sujeto designado (lesbiana) no es una mujer, ni en lo económico, ni en lo político, ni en lo ideológico. Porque de hecho, lo que constituye una mujer, es una relación social específica a un hombre, relación que otrora hemos llamado servaje, relación que implica obligaciones personales y físicas, tanto como obligaciones económicas (‘asignación a residencia’, tediosas tareas domésticas, deber conyugal, producción ilimitada de hijos e hijas, etc.), relación de la cual escapan las lesbianas, al negarse a volverse o quedarse heterosexuales. Somos prófugas de nuestra clase, de la misma manera que las y los esclavos  ‘marrones’ norteamericanos lo eran cuando se escapaban de la esclavitud y se volvían mujeres y hombres libres. Es decir. que es para nosotras una absoluta necesidad, así como para ellas y ellos. Nuestra sobrevivencia nos exige contribuir con todas nuestras fuerzas a la destrucción de la clase —las mujeres— en la cual los hombres se apropian de las mujeres. Y esto solo se puede lograr a través de la destrucción de la heterosexualidad como sistema social, basado en la opresión y apropiación de las mujeres por los hombres, la cual produce un cuerpo de doctrinas sobre la diferencia entre los sexos para justificar esta opresión”.

Wittig sienta las bases de una teoría lésbica autónoma para poder constituir un verdadero movimiento lésbico, que en algunos casos se separa del feminismo.

Tres grandes corrientes

De forma general, el “lesbianismo político” se organiza en tres grandes corrientes: el lesbianismo feminista, el lesbianismo radical y el lesbianismo separatista.

  • El lesbianismo feminista, critica el heterofeminismo por su falta de reflexión sobre la cuestión de la heterosexualidad, pero no deja de insistir en la necesaria solidaridad política de las mujeres (como clase de sexo) y en la objetiva convergencia de intereses que las une a todas en contra del heteropatriarcado (Green, 1997). Consideran la lesbofobia un arma contra todas las mujeres que, independientemente de sus prácticas sexuales, aspiran a tener acceso propio a los medios de producción o a ejercer profesiones ‘masculinas’ y quienes pueden ser acusadas de ser lesbianas y así condenadas a un verdadero ostracismo social.
  • El lesbianismo radical -tendencia marcadamente francófona que se articula en torno al pensamiento de Monique Wittig y de la feminista materialista francesa Colette Guillaumin- realiza un análisis más complejo de la opresión de las mujeres. Para esta corriente, las lesbianas escapan a la apropiación privada por parte de los hombres, pero no a la apropiación colectiva, lo que las vincula a la clase de las mujeres con quienes luchan conjuntamente.
  • El lesbianismo separatista teorizado en EE UU por Jill Johnston supone la creación de espacios físicos o simbólicos por y para lesbianas únicamente: comunidades en casas ocupadas o en el campo; manifestaciones culturales, espacios de reunión… Luchan para la creación de una cultura y de una ética lésbicas.

Estructuras internacionales

Estos movimientos dan lugar a estructuras internacionales como el Frente Lésbico Internacional, creado en 1974 en Frankfort, ILIS (Sistema de información lésbica internacional), creado en 1977 en Amsterdam, o desde 1987, los encuentros lésbico-feministas latinoamericanos y del Caribe -los grupos lésbico-asiáticos organizan redes en el siguiente decenio.

En ese momento, se critica la hegemonía del modelo lésbico (y feminista) blanco, occidental y de clase media, tanto desde el incipiente medio académico de estudios lésbicos, como desde los grupos activistas.

Varias feministas y lesbianas negras de Estados Unidos, como Barbara Smith, fundan organizaciones autónomas, entre ellas Salsa Soul Sisters y el Combahee River Collective de Boston, que hace en 1977 la ‘Declaración feminista negra’, donde afirma su compromiso de luchar “contra la opresión racial, sexual, heterosexual y clasista”.

Anzaldúa y Moraga

En 1979, las chicanas Gloria Anzaldúa y Cherrie Moraga recogen en un libro las experiencias y voces de las mujeres y lesbianas ‘de color’ de Estados Unidos. Denuncian el sexismo y la lesbofobia de los movimientos progresistas y antirracistas, pero también el racismo y el clasismo del movimiento feminista y lésbico.

Crean sus propias estructuras editoriales para hacerse oír. Barbara Smith, Cherrie Moraga, Audre Lorde y Ochy Curiel destacan entre esas voces. Muchas se oponen al separatismo lésbico, al asociar sus luchas a las de las mujeres heterosexuales y de los hombres de sus comunidades.

“La vuelta al pensamiento masculino-gay coincide con una relectura despolitizante del concepto de género”

En los años 80, Estados Unidos, sufre una crisis económica y se refuerza el moralismo conservador y el movimiento provida (antiabortista y también antifeminista y lesbofóbico). El movimiento lésbico cobra auge pero también hay una vuelta al pensamiento masculino-gay y una relectura despolitizante del concepto de género.

En ese contexto, se desarrolla una línea “liberal” en torno a la sexualidad. Gayle Rubin establece como problemática la “jerarquización de las sexualidades” que sitúa “arbitrariamente” en la cúspide la heterosexualidad reproductiva y monógama, mientras que las sexualidades disidentes son discriminadas y condenadas.

Considera necesaria una alianza de todas las “minorías sexuales” que subvierten la heterosexualidad. Dicho análisis “reduce una vez más el lesbianismo a la sexualidad, y la sexualidad lésbica a una sexualidad “diferente” entre muchas. Es decir, que desdibuja del todo el cuestionamiento político global de la sociedad originalmente propuesto desde el lesbianismo feminista, radical o separatista”, afirma Jules Falquet.

Sadomasoquismo y erotización de la violencia

En esa línea “pro-sexo liberal, algunas lesbianas no dudan en reivindicar abiertamente el sadomasoquismo lésbico como una manera de empoderarse a través de la sexualidad”, expone la socióloga francesa, quien asegura que “numerosas lesbianas y feministas han denunciado vigorosamente esta tendencia como anti-feminista, por basarse en la tradicional erotización patriarcal de la violencia y de la dominación”.

Entre ellas, Audre Lorde afirma: “Como mujer perteneciente a una minoría, sé perfectamente que el dominio y la sumisión no son temas propios del dormitorio.” Otras autoras consideran también, sin rechazar ni la sexualidad, ni la búsqueda del placer, ni el erotismo, que “volver a regirse nuevamente por patrones de conducta sexual típicamente masculinos —y gays— presentados como el ‘verdadero sexo caliente’, demuestra una caída de la autoestima de las lesbianas, quienes desde hace años se proponían más bien una búsqueda sexual diferente y congruente con sus aspiraciones feministas”, escribe Falquet.

Critican, además, el uso de la pornografía y la prostitución porque refuerzan un imaginario patriarcal y multiplica las ganancias de la industria del sexo.

“Una lesbiana, es la rabia de todas las mujeres concentrada hasta su punto de explosión”

La teoría queer de la estadounidense Judith Butler, influenciada por el pensamiento gay y psicoanalítico, afirma que el género es una “performance”, una representación, lo que les permitiría a las mujeres “jugar” sobre un registro identitario variado y cambiante (Butler, 1990).

Transgéneros, travestis, transexuales, drag-kings, drag-queens, e incluso las y los heterosexuales disidentes vendrían a romper la bipolaridad de los géneros y a cuestionar su “naturalización”. Muchas lesbianas quieren luchar con esas otras “minorías sexuales”.

Sheila Jeffreys y los “imaginarios sexuales masculinos”

No obstante, Sheila Jeffreys hace una crítica feminista a la teoría queer, de la que dice que “está influenciada por imaginarios sexuales y sociales masculinos y su concepción de la ‘liberación sexual’, tiene connotaciones profundamente individualistas e idealistas que dejan incólumes las bases materiales de la explotación, en especial de la explotación de las mujeres”.

“En todo caso, esas evoluciones no deben hacer olvidar el carácter profundamente radical, subversivo y transformador de algunas propuestas políticas lésbicas”, invita Falquet, que rescata algunas proclamas políticas de entonces.

Radicalesbians de Nueva York (1970): “Una lesbiana, es la rabia de todas las mujeres concentrada hasta su punto de explosión”

Cheryl Clarke (1988): “Ser lesbiana en una cultura tan supremacista-machista, capitalista, misógina, racista, homofóbica e imperialista como la de los Estados Unidos, es un acto de resistencia —una resistencia que debe ser acogida a través del mundo por todas las fuerzas progresistas”.

“Sin repensar un movimiento lésbico, político y civilizatorio, no podremos desarticular el sistema”

Margarita Pisano: “Sin repensar un movimiento lésbico, político y civilizatorio, no podremos desarticular el sistema. Sin una mirada crítica, no sabremos si es desde dentro del propio movimiento lésbico que estamos traicionando nuestras políticas y nuestras potencialidades civilizatorias. ¿Qué costos ha tenido esta sucesión de ruegos a la maquinaria masculinista para que nos acepte y nos legitime?”.

Junto a los avances del lesbianismo, Falquet sitúa también los “profundos” retrocesos: “La miseria y la explotación de las mujeres ha aumentado más que nunca en la historia, sobre todo en los países del Sur, las religiones patriarcales se han reforzado considerablemente y el militarismo guerrerista domina. Sería un grave error olvidar que muchas mujeres en el mundo no estamos libres ni felices y que, en muchísimos lugares y en especial lejos de las grandes ciudades, el lesbianismo sigue siendo tabú, reprimido, perseguido, duramente castigado, y puede incluso ser pretexto para el simple y llano asesinato. Por tanto, queda bastante lucha por delante”, proclama.