AMELIA VALCÁRCEL FILÓSOFA 
«No hay ninguna libertad en alquilar un vientre o en prostituirse»

La filósofa Amelia Valcárcel está convencida de que “lo que llamamos Occidente” y las sociedades abiertas o democráticas “son sociedades feministas”. Es más, proclama que asistimos al desarrollo de una civilización feminista.

Uno de los rasgos de estas sociedades es la autoconciencia de las mujeres como “un grupo importante que puede expresar su voluntad política en forma de agenda”, hecho “muy reciente pero imparable”; y esa autoconciencia “tiene como destino lógico ir engrosándose y ser cada vez más clara”, vislumbra.

La civilización feminista se caracteriza también por “sus formas políticas abiertas, la libertad de las mujeres y su capacidad de estar en el espacio público, y de tener empleos y desarrollar vidas conforme a su deseo e interés”.

La libertad, tergiversada

El valor compartido más importante es, precisamente, la libertad, la “palabra más reverenciable de todas y central en una sociedad feminista”. Pero cree que su sentido se está tergiversando para “volver a apuntalar servidumbres horribles e inmemoriales”, como la mercantilización de los cuerpos de las mujeres que se produce en la prostitución o mediante la práctica de los vientres de alquiler. “No hay ninguna libertad en pertenecer, ser inferior a otro, vender criaturas o prostituirse”, zanja.

La pensadora y activista participó recientemente en un programa de la televisión mexicana, donde fue entrevistada por la escritora y periodista Sabina Berman. Trataron distintos temas, entre ellos la violencia machista, que es terrible en México y, de naturalizada que está, ya ni los medios la reflejan, según la informadora. Allí se asesina a una mujer cada dos horas y sólo el 2% de los culpables —generalmente, algún miembro de la familia— responde ante la justicia.

Opina que 71 asesinadas al año por violencia machista son una “cifra de la vergüenza”

Aunque el Estado español está lejos de esos registros, para Valcárcel 71 asesinadas al año son una “cifra de la vergüenza” y echa de menos un apoyo decidido del Estado a la libertad y a la ciudadanía de las mujeres, o sea a su derecho a vivir vidas libres de todo tipo de violencia. El mensaje institucional debería ser rotundo: “No toleraré que esto ocurra”, porque “entendemos muy bien cuando el Estado se toma una cosa en serio. Cuando el Estado nos hace hacer la declaración de la renta vamos rectos como alfileres porque sabemos que va muy en serio”.

Preguntada sobre una medida estrella en la representación política como es la paridad mostró escepticismo sobre su eficacia. “La política tiene un cierto interés porque pone las condiciones generales de la vida de hombres y mujeres, pero en lo único en que se traduce es en la autoestima que puede tener una mujer sabiendo que no es una excluida total, puesto que ve a otras en las cuales puede reflejarse, pero —remachó— lo único que funciona de verdad es que agenda feminista se cumpla”.

“En política lo único que funciona de verdad es que la agenda feminista se cumpla”

Además, puntualizó que las mujeres no manejan todavía los resortes de poder, que dibujó como “un palacio a oscuras, la mayor parte de cuyas salas desconocen y la mayor parte de cuyos usos tampoco entienden porque no los han practicado previamente”

Recogiendo una expresión de su maestra, Celia Amorós, aseguró que “las mujeres, cuando entran al poder, lo hacen sin la completa investidura y lo buen es ir aprendiendo e ir haciendo público lo que se aprende para ahorrar a otras un aprendizaje que suele ser duro”.

La ley del agrado

Aunque lo ve difícil, cree posible introducir cambios en la política, “hasta cierto punto” y siempre en alianza con la democracia, para orientarla hacia la igualdad. Todavía las mujeres nos vemos obligadas a transitar los pasillos laterales del palacio del poder. “Hay que hacer las cosas de modo tal que ni levantes sospechas ni levantes peleas. Vete agradando, sonríe”.

Ella ha denominado a esta norma “que no se verbaliza” la ley del agrado, y mantiene que todas estamos sometidas a ella. “Es terrible y todas las mujeres y los inferiores la conocemos, porque es la ley de quien tiene que someterse a una fuerza que no controla”. No obstante, cree que el “feminismo ha roto estruendosamente” esa norma, pues “llega un momento en que “tienes que enseñar los dientes”.

De ese común destino de quienes carecen el poder surge lo que llama la “amistad política”, una solidaridad entre personas que en principio no deberían tenerla, pero “pero que por una buena causa abandonarán sus reticencias y harán bien”.