La historia de Pilar Arteaga no es la que sueñan y viven la mayoría de chicas jóvenes, las de las generaciones que lo han tenido casi todo para triunfar. Esas que parece que se comen el mundo pero al mismo tiempo se asustan ante el reto y se resisten a ejercer su poder.
Ella tenía un sueño y lo ha perseguido. Desconfió de sí misma cuando la suerte se puso de su lado, dudó ante su capacidad de demostrar su valía y temió por su proyecto de pareja. Pero aprovechó la oportunidad, calló (obrando) a quienes dudaban de ella y dejó atrás su relación para poder avanzar en su proyecto vital.
Esta veterinaria y ganadera de 29 años de origen vasco nació y vivió en Brihuega (Guadalajara). Residió también en León y Valencia, por motivos de estudios, y en Bilbao porque era de allí su pareja. Recientemente, ha resultado finalista de los Premios Zoetis Ganadería en Femenino, que pretenden reconocer la presencia e importancia de las mujeres en el sector y eso le ha hecho “mucha ilusión” y dice que le ha dado fuerzas en un momento delicado.
600 reses
Arteaga regenta la ganadería Las Pachecas, una explotación de vacas lecheras, en Jerez de la Frontera (Cádiz). Entre ella y los ocho trabajadores de la finca gobiernan una cabaña de 600 cabezas de ganado.
El reconocimiento le ha sido otorgado por informatizar la producción mediante un programa estadounidense, llamado ‘Bovisync’, que permite que cada trabajador disponga en su dispositivo toda la información sobre la gestión de la granja.
Es la primera explotación que lo utiliza en el Estado y lo suyo le costó porque tuvo que traducirlo del inglés e introducir todos los datos que el anterior gerente había recogido y guardado en papel.
Esta herramienta tecnológica permite mejorar la labor de selección genética y manejo de bienestar animal, una buena herencia que, dice, le dejó su antecesor en el cargo. Lo siguiente será la renovación de las instalaciones, pues “están algo obsoletas”.
“Ahora sólo me dedico a la gestión, pero cuando llegué inseminaba, asistía los partos, ordeñaba… Para que vieran que algo sabía”
La oportunidad laboral de su vida le vino de la mano de un compañero de trabajo. Le comentó que la empresa propietaria de la finca, radicada en Cantabria, buscaba gerente para Las Pachecas por jubilación del titular del puesto.
El “gusanillo del campo”
Ella trabajaba entonces en una clínica de pequeños animales en Bilbao por “insistencia” de sus progenitores que la animaban a aprender para abrir su propio centro. La experiencia le sirvió para confirmar que no era lo suyo. Tenía el “gusanillo del campo”, producto de su vinculación temprana a los animales que criaban y cuidaban en un terreno familiar.
Por eso, cuando hace un año le surgió la oportunidad, no se lo pensó dos veces. Eso sí, fue a la entrevista sin muchas esperanzas. “No creía que me cogerían porque era joven y sin experiencia en gestión, pero justamente buscaban un perfil como el mío, con estudios en esa rama, joven y con proyección. Alguien con pasión”, refiere.
Llegó a la finca entusiasmada y allí la recibieron ocho rostros masculinos desconfiados. “Ahora sólo me dedico a la gestión, pero cuando llegué inseminaba, asistía los partos, ordeñaba… Para que vieran que algo sabía. Me pegué buenas palizas”. Es, constata, lo que pasa con las mujeres, que “tenemos que demostrar el doble para que se nos reconozca la mitad”.
Aunque ha atravesado situaciones duras a lo largo de estos doce meses, está empezando a ver el fruto de sus esfuerzos, gracias también al estilo de liderazgo tranquilo que ha impuesto. “De buenas maneras funciona todo mucho mejor. No soy amiga suya, pero intento ser cercana. Además, tratamos con animales, son delicados y cualquier cosa les afecta”.
Bienestar animal
El bienestar animal es una de sus preocupaciones. ¿Cómo es posible garantizarlo en una explotación intensiva? “Cumplimos unos estándares muy estrictos y tenemos la certificación de Aenor. Las vacas tienen que estar muy bien sanitariamente para producir leche”, explica.
Además, durante unos cuantos meses al año, las reses salen a terrenos de la finca a caminar y a pacer, salvo en verano por el calor y porque no hay pasto.
Ahora lucha por mejorar la explotación a todos los niveles y por que sea rentable. Los precios que pagan las centrales lecheras ayudan poco. “Después del coronavirus ha sido terrible. Han especulado con las materias primas y sus precios se han disparado. Tenemos márgenes muy ajustados”. El litro de leche se paga a 0,33 y opina que debería subir al menos cuatro céntimos.
Otra amenaza a la que se enfrenta el sector es la entrada de leche de EE UU producida “a lo bestia”, a base de hormonas y anabolizantes, en explotaciones gigantescas. Eso puede tirar hacia abajo los precios de la leche certificada porque –advierte del engaño- las etiquetas no indicarán su procedencia, con lo cual no sabremos qué clase de producto estamos consumiendo.
A las jóvenes: “Si ven una mínima interés en algo que la cojan porque con amor e ilusión todo sale”
El trabajo le requiere mucho tiempo y energía. Empezó viviendo en la finca. Recientemente se ha trasladado a la ciudad, donde tiene amistades y comienza dar un poco más de espacio a su vida personal y a separarla del empleo.
La maternidad
En este año ha roto la relación con su novio porque dice que la distancia y las características de su trabajo la hacían impracticable y se está planteando tener descendencia. ¿Sola? “Bueno, si no encuentro a alguien que entienda mi trabajo, tal vez”.
Otros proyectos que baraja pasan por unirse a otras mujeres de este sector fuertemente masculinizado y pelear por estar ahí y por conseguir mejoras de todo tipo. “Es duro pero tenemos que hacerlo”. Otras estuvieron antes y se siente en deuda con ellas.
Al mismo tiempo, quiere servir de referente para las jóvenes. Le pido un consejo para ellas: “Si tienen un sueño que se arriesguen. Hay que poner mucho en juego porque el miedo, la inseguridad y a veces la soledad son duros, pero si ven una mínimo interés en algo que lo cojan porque con amor e ilusión todo sale”.