Gurutzi Arregui, mujer de referencia en el campo de la etnografía y la antropología vasca no sólo fue una investigadora impecable e infatigable. Era también una líder consumada, según reconocen los colaboradores de los equipos que coordinó, quienes la describen como la jefa-compañera que todas quisiéramos tener y que no abunda precisamente. Lástima que no legara también un manual sobre cómo conseguir objetivos sin desgastar y quemar al personal.
En la web de Etniker, organismo que ayudó a crear, se le dedican varios panegíricos. El fotógrafo José Ignacio García Muñoz la define como una “trabajadora infatigable, siempre dispuesta”, que operaba como “el perfecto director de orquesta que puede no saber tocar ningún instrumento pero hacer que todos suenen bien”. Reconoce que sabía ordenar “sin que parezca una orden” y sacar lo mejor de las personas, “cosas que ni siquiera ellas sabían que tenían dentro”.
Además, su afán por el trabajo bien hecho no le impedía tener en cuenta la vertiente humana de las relaciones. “Si sabía de alguna preocupación por tus familiares, tus padres, tu mujer o tus hijas siempre tenía un detalle, una palabra de aliento”. No le costaba nada; “era su natural”, atestigua García Muñoz.
Directiva de Gerediaga
Nacida en Lemoa en 1936, después de la Guerra Civil la familia se trasladó a Durango donde permaneció toda su vida. Aquí se convirtió en una mujer hecha a sí misma, inteligente, tenaz y con metas claras.
Empezó a trabajar de contable y secretaria de dirección, tareas que compaginaba con el estudio de las costumbres y tradiciones de la comarca, lo que la llevó a formar parte de la primera directiva de Gerediaga Elkartea.
En 1972 conoció al antropólogo José Miguel Barandiaran y se unió a su equipo. Se matriculó en la facultad de Sociología de Deusto, tras superar la prueba para mayores de 25 años, y culminó su trayectora académica con una tesis doctoral sobre las ermitas vizcaínas y su papel en las relaciones de vecindad. Este trabajo había sido editado en 1987 en tres volúmenes, ‘Ermitas de Bizkaia’, que se consideran quizás el estudio más completo de santuarios y capillas de Europa.
Paralelamente, coordinó los grupos de investigación Etniker iniciados por Barandiarán y, junto con Ander Manterola, dirigió la confección del enorme y singular Atlas Etnográfico de Vasconia, enciclopedia de la cual se han editado una decena de volúmenes monográficos dedicados a distintos temas relacionados con la cultura y costumbres vascas.
No se casó y vivió muy volcada en el trabajo, pero tampoco le faltaba tiempo para la familia y las amistades. Tuvo veleidades políticas, pero las aparcó por la investigación. En 1980, renunció a su escaño en el Ayuntamiento de Durango y a la muy probable opción de ser candidata a diputada.
Pilar de la cultura vasca
Con su fallecimiento el 6 de mayo de 2020, cuando contaba 84 años, Euskal Herria perdió a uno de los pilares de su cultura. “Tenemos una gran deuda con ella. Sin su trabajo en Etniker, no dispondríamos de un conocimiento serio de la sociedad vasca tradicional, su forma de vida, sus estructuras y sus valores”, escribió en la revista ‘Enbata’ de Iparralde Ellande Duny-Petré.
Su enorme contribución al saber, le fue reconocida tanto en la vida como en la muerte y más allá. Otra persona que la frecuentó, el historiador religioso estadounidense y erudito William A. Christian, resume perfectamente todas sus facetas en este emotivo epitafio: “Fue una académica enérgica, una organizadora consumada y una colega generosa. Los libros que escribió, los proyectos académicos que coordinó, las asociaciones que ayudó a fundar o a las que sirvió, y los gratos recuerdos de quienes la conocieron y la quisieron, la sobrevivirán durante mucho tiempo”.
A ello contribuirán también el homenaje que le tributó el Ayuntamiento de Durango al nombrarla hija adoptiva de la villa a instancias de un grupo de representantes de la cultura, así como el hecho de que haya tenido el honor de ser la primera persona en recibir tal distinción.