El amor como agente revolucionario

El amor, la empatía, la hermandad y la alegría. Son las herramientas revolucionarias de las que nos debemos dotar las feministas para combatir la opresión, para cuidarnos entre nosotras y para autocuidarnos. Así lo cree la hondureña del movimiento Yo no Quiero ser Violada Michelle Carbajal, quien participó en Bilbao en las jornadas internacionales ‘Defendiendo el territorio desde los cuidados’, que ayer trató el tema ‘Cuidando nuestros cuerpos frente a las violencias patriarcales’.

Junto a ella se sentaron en la mesa la representante de la organización guatemalteca Otrans Stacy Velásquez y la abogada del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas de Chiapas Irma Vázquez. Los encuentros han sido organizados por las asociaciones Lumaltik Herriak y Lagun Artean con la colaboración de la Agencia Vasca de Cooperación para el Desarrollo y la Diputación de Bizkaia, y continúan esta mañana.

Carbajal reconoció que es difícil hablar de cuidados y autocuidados en un país donde la inequidad, que de modo particular soportan las mujeres, es sangrante. No obstante, reconoció que la digna rabia les permite seguir adelante. Ayuda también, aclaró, el esfuerzo que están emprendiendo para subvertir las formas de relación violentas que ha impuesto el patriarcado y a las que las feministas no somos inmunes.

20 años de cárcel por abortar

La representante de Yo no Quiero ser Violada definió a su país como una “dictadura y narcoestado donde las mujeres son criminalizadas”. Explicó, por ejemplo que se exponen a 20 años de cárcel por abortar. Con todo, no es la peor de las violencias. Cada 19 horas una mujer es asesinada y el 35% de las denuncias por violencia sexual se registran por haberse ejercido sobre niños y niñas.

Honduras es, además, el segundo país de Latinoamérica en embarazo adolescente. Yo no Quiero ser Violada está centrada ahora en conseguir la legalización de la pastilla anticonceptiva de emergencia, que está prohibida.

Más que por autocuidarse, las hondureñas está “preocupadas por subsistir, por que no te violen, no te asalten y no te maten”, algo que no es fácil porque “nuestros cuerpos están colonizados” a pesar de 500 años de resistencia, y el imperialismo se va renovando con formas de “violencia generalizada que abre brechas de pobreza y genera más violencia”.

Los feminismos enfrentan actualmente en Honduras el “resurgimiento de la Iglesia como poder político, social y económico, como un poder de sometimiento y control”.

Ante la “falta de justicia penal y de democracia” ellas responden con justicia de género, dando “pasitos de bebé”. El punto de partida es la “digna rabia” que les impulsa a la alegría. Están aprendiendo a ser felices “no desde el consumismo voraz”, sino desde sus existencias y resistencias.

“Hay que buscar espacios para hablar de nuestros saberes y sentires y, hacerlo desde el amor, aunque nos tiremos del moño en un debate”

Desde sus resistencias,  “reconociendo tu cuerpo-territorio conectado con la tierra” y desde la “rebeldía que exige al Estado un respeto a los derechos humanos sin distinción”.

Desde sus existencias, tratando de llevar el cuidado a sus vidas personales y a las de quienes les rodean y aprendiendo a ser rebeldes desde la felicidad, la empatía y la hermandad. Esto significa “buscar espacios para hablar de nuestros saberes y sentires y, sobre todo, hablarnos desde el amor, aunque nos tiremos del moño en un debate”. Se trata de “interpelarnos desde el amor y no desde la crítica”, además de reconocer la diversidad de todas las que participan en la lucha.

Es también una praxis que reconoce los liderazgos múltiples —“todas somos lideresas y cada quien tiene su espacio para hablar”—, ofrece espacios de defensa personal (autodefensa), y de cuidado para espacios digitales, puesto que también reciben muchos mensajes de odio y misoginia a través de las redes sociales.

Esta nueva forma de activismo supone, además, reconocer los privilegios y “saber que desde ahí también ejercemos poder simbólico”. Asimismo, exige recordar a las compañeras que nos han sido arrebatadas, como Berta Cáceres, pero, advirtió Carbajal, hay que hacerlo “sin iconizar y personalizar”, sino como “recuerdo de las herencias y luchas históricas”.

‘Acuerpamiento’ en la defensa del territorio

Irma Vázquez, del centro Fray Bartolomé de las Casas, expuso del trabajo que realiza esta institución chiapaneca, que cumple 30 años desde su fundación, así como el programa de autocuidado que han emprendido sus trabajadores y trabajadoras.

El centro documenta los asesinatos, torturas, expulsiones o desplazamientos de los pueblos originarios de sus territorios en México. Vázquez destacó el protagonismo que tienen las mujeres en la defensa del territorio frente a la rapacidad de las transnacionales, y la esperanza que supone contar con referentes que son protagonistas de su propia historia.

Como ejemplo de ello, citó a Marichuy, precandidata indígena a las elecciones presidenciales de México del pasado año y portavoz del Concejo Indígena de Gobierno (CIG), quien “ha recorrido muchas geografías en México y otros países mostrando el trabajo de autonomía, libre determinación, lucha antipatriarcal y antisistémica” que están desempeñando los pueblos originarios.

“El Ejército ha ocupado los territorios y les ha hecho ver a las mujeres que pueden ser violadas y víctimas de feminicidios”

La situación de las mujeres en estas luchas ha sido y es primordial, aunque ha cambiado con el tiempo. Antes,  ellas y los niños estaban en primera línea porque “a los hombres se les encarcelaba y les daba vergüenza hacer lo mismo con ellas”. Ahora, visto su poder de organización y resistencia, el Ejército ha ocupado sus territorios y les ha hecho ver que “pueden ser violadas y víctimas de feminicidios”.

Desde el Centro Fray Bartolomé de las Casas se muestran las violencias hacia las mujeres pero también el “acuerpamiento que dan éstas a la defensa del territorio”, lo que supone “poner el cuerpo, herramientas físicas para evitar que las expulsen de su tierra”.

Ejemplo de esta lucha es la organización de la sociedad civil de Las Abejas, que se constituyó en 1992 y “acuerpó” la masacre de Acteal en 1997, una operación de la contrainsurgencia en Chiapas como respuesta al levantamiento armado de 1997.

La proyección pública de Las Abejas se realiza a través de un coro de denuncia y de la organización política en el Concejo Nacional Indígena de Gobierno dentro del Congreso Nacional Indígena. Son las propias víctimas de la masacre, de la que aún no se han depurado responsabilidades, quienes relatan en primera persona lo sucedido. Recientemente se han incorporado mujeres a los órganos directivos de la organización.

El Centro Fray Bartolomé de las Casas está estudiando la constitución de un centro de combate a la violencia para asistir a las mujeres y hablar de cómo les dañan las violencias, pero también para analizar cómo les afectan psicológicamente a los propios trabajadores y trabajadoras del centro los casos que atienden. Esta circunstancia está detrás de sus ‘burn out’ y tentaciones de abandono. Frente a ello han desarrollado una política institucional de cuidado que prevé más días de descanso y períodos sabáticos, entre otras medidas.

Vázquez asegura que el sufrimiento de las personas que atienden les afecta porque aunque “a veces se las considere como números de expediente”, desde Fray Bartolomé de las Casas “tenemos otra apuesta en términos de proyectos de vida”, que consiste en poner en el trabajo “el cuerpo, la mente y el corazón”.

También apelan a la ‘digna rabia’ como alivio a sus malestares, pero igualmente como esperanza que se manifiesta en “la risa de los niños que están en desplazamiento forzado” o en la alegría de sus madres cuando se reúnen para hacer tortillas.

Trans frente al odio y la estandarización

La trans guatemalteca Stacy Velásquez relató la situación en que se encuentran las mujeres trans en su país. La práctica totalidad de ellas están abocadas a la prostitución y son objeto de agresiones tránsfobas y crímenes de odio. Su organización da voz a las mujeres transexuales y procura “que se representen” a ellas mismas. La lucha en que están inmersas se centra en una ley que garantice la plena ciudadanía de las personas trans.

Velásquez percibe el cuerpo físico como “un territorio colonizado desde la identidad, la sexualidad y la política”. Más allá de las imposiciones, entiende la “identidad de género autopercibida” como una resistencia. Eso implica “no binarizarnos tanto”.

Para ellas, el autocuidado es una forma de resistencia frente al recurso al alcohol, las drogas o la prostitución, y frente a las discriminaciones que sufren. A resistir les ayuda, sobre todo, el aliarse con otras mujeres.

Otra forma de lucha es la visibilización de sus cuerpos a través de una batucada, que les permite también gestionar su ira. La banda de percusión suele acompañar a “un movimiento social que nos discrimina” pero que al menos sirve para “acuerpar nuestra lucha”.

“Hay que fomentar un cuidado colectivo que fortalezca los sistemas comunitarios porque sin comunidad no hay lucha”

Velásquez cree que hay que introducir la interseccionalidad en el movimiento social. “Falta nombrarnos trans, campesinas, jóvenes, feministas… Hay que luchar mucho todavía para que cuando lleguemos las trans no nos miren como raras, y a las indígenas no las miren como indígenas y a las negras como negras”.

Aboga por un “cuidado colectivo” a base de alianzas estratégicas que fortalezcan los sistemas comunitarios “porque sin comunidad no hay lucha”.

Defiende también un “cuidado popular feminista”. Esto significa “que las compañeras sean como quieran ser y sean feministas como quieran ser porque no hay un manual sobre cómo ser feminista”. Sobre todo, defiende el cuidado del “ser” independiente de la imagen externa y los estereotipos.

Su organización dispone de una clínica, que atiende la salud física y mental de las personas transexuales y, gracias al trabajo que se hace allí, el número de mujeres trans que ejercen “trabajo sexual” ha pasado de un 99% a un 76%.

Denuncia del golpe en Bolivia

Antes de comenzar las intervenciones, se denunció el reconocimiento por parte de la UE de la “golpista Jeanine Añez” como presidenta de Bolivia. “Eso también es violencia y enviamos nuestra solidaridad desde aquí a las compañeras que están resistiendo alli”, proclamaron las asistentes.