¿De qué hablan las mujeres?

¿De qué hablan las mujeres maduras? ¿Qué es lo que captaría una cámara que recogiera sus conversaciones al vuelo? Ayer era el día propicio para averiguarlo. Recibí la invitación a participar en la marcha de mujeres ‘Urrats Moreak’ de las comarcas vizcaínas de Ezkerraldea y Meatzaldea, y allá que me fui de incógnito, puesto que había sido convocada como formadora y no como periodista.

El recorrido discurría de la Playa de la Arena (Muskiz-Bizkaia) a Punta Lucero para regresar a la salida a través de un recorrido circular de 9 kilómetros y 300 metros de desnivel. Participaban unas 400 vecinas.

Foto de familia al inicio de a marcha.

Dos cosas rompieron mis esquemas ya de entrada: la primera, la significativa presencia de mujeres de más de 70 años con esos cuerpos redondeados propios de quienes han dedicado demasiado tiempo a cuidar de otras personas y poco de sí mismas (durante la bajada hablé con una de ellas. Lo contaré más adelante).

La mayoría, no obstante, estaba entre los 40 y los 65. Las veteranas, además, marchaban a buen ritmo y llegaron hasta la cima sin problemas, señal de que caminan a diario. De hecho, dicen los estudios que se trata de la actividad de tiempo libre preferida por las mujeres.

Fuera del tópico

Al apuntarme me había planteado dedicarme un tiempo a mí misma y caminar a mi propio ritmo, lo que no es posible cuando se circula acompañada. Ahí vino lo segundo que me descolocó. Tuve que esperar a mitad del trayecto para poder seguir mi propia marcha. Pasa mucho tiempo antes de que un grupo tan numeroso deja de ser compacto. Y forzada a sumarme al rebaño se me ocurrió el ‘plan B’ de atender a las conversaciones de las mujeres a mi alrededor.

Desfilábamos ordenadamente en parejas o pequeños grupos. Ocupábamos la vía izquierda de un carril-bici que atravesaban a cada poco ciclistas solitarios en uno u otro sentido. El rumor incesante de voces no impedía distinguir, a veces con dificultad, las confidencias entre amigas. ¿Hablarían de temas de familia y de salud? ¿De escarceos amorosos? ¿De asuntos de corazón? Pues no. No rendían honor a los tópicos.

Transitando por el bidegorri.

Algunas sí que comentaba aspectos del final de curso y la continuación de los estudios de la chavalería, pero otras conversaban circunspectas sobre facturas ‘en a’ y ‘en b’ y sobre cómo gestionar los pagos… De pronto, el ambiente se animaba con cánticos bulliciosos de unos pocos niños y niñas, que ahogaban las voces.

La que más me sorprendió en ese tramo fueron el testimonio de una mujer de más de sesenta que se resignaba a suspender el ascenso al Naranjo de Bulnes, el próximo jueves, por las previsiones de mal tiempo. Lamentaba no poder obtener provecho del esfuerzo invertido en su preparación física. Comentaba que se había tenido que aplicar bastante en las últimas semanas, a diferencia de los hombres de su familia que podían entrenar durante todo el año.

“Muchas mujeres tiene el reflejo de volverse cuando notan una presencia a sus espaldas”

En este trayecto, donde cambiar de grupo requería colocarse a pocos centímetros de los cuerpos para adelantar me di cuenta de que muchas mujeres tiene el reflejo de volverse cuando notan una presencia a sus espaldas. ¡Que no, mujeres, que la mayoría de agresiones no ocurren en el espacio público sino en el hogar! Es lo que me hubiera gustado decirles, pero no lo hice. Incluso oí a alguna comentar que cuando iba sola colocaba el bastón en perpendicular al cuerpo para llevarlo extendido a un metro detrás de sí, “por si acaso”.

La ascensión final

Casi todo el recorrido discurría por asfalto hasta que en el tramo final llegamos a un sendero de preciosas vistas con el Superpuerto de Santurtzi y el encantador puerto de Zierbena a la derecha mientras, a la izquierda, se divisaba la imponente playa de La Arena, “¡nuestra playa!” se enorgullecían unas cuantas. Lástima que la bruma difuminara el horizonte, aunque eso y la brisa evitaron que el sol nos achicharrara.

Remedios medicinales

En este último tramo de ascensión, alfombrado de vegetación litoral, sobre la que se ha dibujado un sendero, una experta en remedios medicinales hizo valer sus conocimientos. Iba identificando distintas especies y comentaba las propiedades de la ruda como agente blanqueador. Deduzco que todas conocían la planta -tiene también usos abortivos- porque asentían al unísono. “¡Echa una ramita en la lavadora y verás!”, recomendaba la especialista. “¡Uff, pero con qué olor saldrá la ropa…!”, replicaba otra con un mohín de disgusto.

La llegada a la cima dio ocasión para confraternizar y reponer fuerzas. A ello ayudó también el alegre agitar de una bandera feminista y la lectura de un comunicado que reivindicaba el derecho a la salud de las mujeres, la necesidad del autocuidado, nuestra presencia en el deporte y la disposición de tiempo para nosotras.

El área de Igualdad de Santurtzi, quien organizaba este año la marcha, dio el relevo a la de Barakaldo, que lo organizará el próximo año. El acto central congregó alrededor a todas las participantes y lo cerraron gritos de júbilo.

Las tecnicas de igualdad de las dos comarcas y otras mujeres de la organización, en la cumbre.

El descenso continuó por sendero y se inició con fuerzas renovadas. Parece que eso permitió entrar en temas más polémicos y candentes. Una defensora del territorio de las de más de setenta se quejaba de que fueran a dar otro mordisco al monte en el que nos encontrábamos para posibilitar unas obras en el Superpuerto.

El traslado de Mercabilbao

Temía también que el traslado de Mercabilbao a Ortuella pudiera aumentar los casos de cáncer en la zona porque el efecto de los gases de tantos camiones se sumarían a lo que ya contamina Petronor. Por eso, en cuanto tenía ocasión, se quejaba al alcalde y éste trataba de tranquilizarle con la cantidad de puestos de trabajo que crearía el traslado del mercado central mayorista a la comarca. Pero ella se mostraba escéptica respecto a la cantidad y la calidad de los empleos que pudieran resultar. Otra se mostraba totalmente de acuerdo con ella, mientras que una tercera, que aseguraba haber visitado el gran centro logístico de Basauri durante más de una década, apoyaba el traslado.

Un momento de la ascension.

A una media hora del final del trayecto entablé conversación con Carmen (nombre ficticio) de 74 años, que marchaba sola. En realidad, no estaba sola, sino que había dejado atrás a su hija y amigas de ésta. Varias organizadores estaban atentas también a ella y, cuando nos quedamos un poco apartadas, me dijo que había enviudado hacía 3 meses de un hombre con el que había estado casada 54 años.

Lo había cuidado durante los últimos 13 años, en que había estado incapacitado por un cáncer -“con ayuda, ¿eh?”, especificó-. El último año había resultado especialmente duro porque lo había visto sufrir mucho. Ahora estaba empezando a reorganizar su vida y fue ella quien pidió a su hija que la apuntara a la marcha “porque el registro era por ordenador y no me arreglo”. No obstante, la adaptación le estaba costando. Al llegar a casa le pesaba mucho la soledad. No quería comentar nada con su familia “para no agobiar”. La experiencia de la marcha a pie le había encantado y ya pensaba en apuntarse el próximo año. Esto mismo se lo escuché también a otras.

Carmen, campeona de los cuidados, ha cuidado toda la vida de su marido, de su madre, de su suegro, de una hermana y de dos hermanos

Confieso que cuando era joven me horrorizaba el papel del ama de casa y no lo valoraba en absoluto. Pero con el tiempo, y a la par que el feminismo reconoce el valor de este trabajo esencial y no retribuido para la reproducción de la vida, me admira la valía de estas mujeres que nos han dedicado su tiempo y esfuerzo a costa de ellas mismas. Mi propia madre fue una de ellas y no la cambiaría por nadie. Creo que les debemos una compensación en forma de lugares y actividades de su agrado como lo es ‘Urrats Moreak’.

“Eso lo hace cualquiera”

Carmen, de hecho, acumula récords difíciles de superar. No sólo había atendido a su marido. También se ocupó de su madre con alzheimer, de otra hermana con la misma enfermedad, de su suegro, y de dos hermanos con cáncer. Uno de ellos, sacerdote, con el que permaneció 24/7 durante 54 días en una clínica de Pamplona hasta que murió.

“¡Eres una campeona, Carmen!”, le expresé mi admiración y asombro mientras ambas nos sujetábamos una a la otra de brazo para evitar tropiezos o resbalones en los puntos más abruptos del camino. “¡Bah! Eso lo hace cualquiera”, soltó quitándose toda importancia. ¡Ay, la autoestima y la autovaloración, ese gran tema que tenemos pendiente!

Ya casi estábamos llegando de nuevo a la playa y la alcanzó su hija. Le comentó emocionada que se había echado una amiga. O sea, yo… Espero y deseo, Carmen, no traicionar tu confianza con este escrito. Me consuela pensar que nunca lo leerás, ya que circulará por Internet, ese medio que te es tan ajeno.

La hermosa playa de La Arena.