La prostitución es una forma de “violencia extrema” contra las mujeres, tolerada socialmente, que genera en quienes la ejercen “graves consecuencias sicológicas”. La superviviente de las redes de trata y activista feminista rumana Amelia Tiganus lamenta que “a eso se le quiera llamar trabajo”.
Tiganus ofreció ayer en Durango (Bizkaia) una conferencia sobre prostitución y pornografía organizada por la asociación contra la violencia machista Andereak. Toda su intervención se centró en hacer pedagogía de la postura abolicionista de la prostitución, que mantiene una parte del feminismo, junto a la regulacionista que defiende otra parte. Le avala el conocimiento del sórdido y brutal mundo del proxenetismo y todas las connivencias que lo sostienen, que ilustró con muchos ejemplos, descarnados pasajes extraídos de sus vivencias.
Explicó que su activismo se enmarca en la cuarta ola feminista y, en concreto, en su combate contra la violencia sexual y la mercantilización del cuerpo de las mujeres, a través de la prostitución, la pornografía y los vientres de alquiler. Entiende que todas estas prácticas deshumanizan y despersonalizan a las mujeres, por lo que se mostró partidaria de erradicarlas.
El “sistema prostitucional”, dentro del capitalismo neoliberal, fabrica “materia prima” en los países pobres para explotarla-exportarla al “mal llamado primer mundo”
Un negocio de 10 millones de euros diarios
Buena parte de su exposicion se centró en lo que denominó el “sistema prostitucional”, un orden sostenido por los Estados que, siguiendo la lógica del capitalismo neoliberal y la globalización, fabrica “materia prima” en los países pobres para explotarla-exportarla al “mal llamado primer mundo”, como lo demuestra el hecho de que la práctica totalidad de mujeres explotadas sean extranjeras del Sur y del Este. En este proceso, señaló, intervienen los proxenetas-tratantes, que son autóctonos y manejan un negocio que mueve “millonadas” (10 millones de euros diarios, que se contabilizan en el PIB) “con la colaboración de policías, jueces y empresarios ligados a la extrema derecha”. Los Estados, puntualizó, “ponen la base legal”. En el Estado español , la prostitución es alegal, por lo que no se persigue el proxenetismo.
A continuación, describió cómo se fabrica una puta basándose en su experiencia. Explicó que fue violada por cinco hombres a los 13 años y, siendo la sociedad rumana profundamente conservadora y machista, no se atrevió a decírselo a sus padres, por miedo al rechazo. Lo calló sin ser consciente de lo que supone esa “mochila” para una niña. Eso y el siguiente chantaje sexual que sufrió para intentar mantener el secreto no impidió que con el tiempo le ocurriera lo que precisamente trataba de evitar: que la considerasen una “chica fácil”. Su entorno la excluyó y marginó. Pensó en suicidarse para dejar de sufrir y se pudo agarrar a la vida gracias a “algo muy noble”, el amor que sentía por su hermana pequeña y “la admiración hacia mí que veía en sus ojos”. Para el resto, dice, “era basura”.
“La prostitución tienen que ver con la feminización de la pobreza y una puta se fabrica privando a las mujeres de referentes, oportunidades y autoestima”
“Extrema soledad y vulnerabilidad”
En esta situación de “extrema soledad y vulnerabilidad” le propusieron venir al Estado español a prostituirse. Llegó con la ilusión de dedicarse a ello durante dos años para, pasado ese tiempo, comprar una casa, poder estudiar y llevar una vida en condiciones dignas. “Incluso me pareció que me estaban ayudando y necesitaba creérmelo para seguir adelante”, recuerda.
Aquí fue vendida a un proxeneta español por 300 euros y la llevaron a un prostíbulo en Alicante. “Estaba feliz e ilusionada, imaginando cómo sería mi vida dos años después”. Pero nada fue como ella esperaba.
Relató esta historia personal que con el tiempo ha convertido en política para concluir que la prostitución tienen que ver con la feminización de la pobreza y que una puta se fabrica privando a las mujeres de referentes, oportunidades y autoestima. A ello se suma la violencia que se ejerce sobre ellas como “arma de destrucción y adiestramiento”, lo que les lleva incluso a sufrir el síndrome de Estocolmo, a creer que “sólo podemos confiar en los proxenetas”. Todas estas reflexiones, confesó, llegaron con el tiempo porque, como ocurre con todas las mujeres que sufren violencia machista, le costó reconocerse como víctima. Lo hizo cuando asumió el feminismo, que le ha permitido releer su vida a la luz de la opresión patriarcal, y gracias también a la paciencia de las personas de su entorno más cercano.
“El putero no es un cliente, no es lo mismo pedir una chuleta que penetrar por todos los agujeros posibles a una mujer en una situación extremadamente vulnerable”
El prostíbulo, “campo de concentración”
En esa forma de violencia que es la prostitución tiene mucho que ver también el “putero”, término que le dicen que “suena despectivo” pero explica que “de eso se trata”, de señalar a estos hombres y no a las putas. Es, además, a su juicio, “la única palabra que describe a un hombre que consume prostitución”.
El término “cliente” lo tiene vedado, ya que “no es lo mismo un señor que hace una gestión en el banco o pide una chuleta que alguien que penetra por todos los agujeros posibles a una mujer en una situación extremadamente vulnerable”. También englobó en la categoría de puteros a los grupos de hombres que van de copas a los prostíbulos y “hacen allí lo que hoy en día no está permitido en ningún otro bar: babosear, tocar y vacilar a una mujer” para irse sin más y luego volver solos entre semana si alguna les ha gustado.
En razón de esta misma diferencia, entiende que, salvo en el caso de las ‘scort’ (las llamadas prostitutas de lujo), que son casos contados, el resto es explotación sexual, incluso aunque haya consentimiento, como fue su caso. El interrogante que planteó, al hilo de esa idea, es qué clase de consentimiento es el que se da en una situación de extrema fragilidad personal a todos los niveles, en un contexto de escasez de alternativas.
Además, volviendo a su experiencia, puntualizó que fue engañada porque lo que iban a ser dos años se convirtieron en cinco, en los que pasó por decenas de prostíbulos. “Tenía una deuda que iba aumentando porque nos cobraban a precio de oro la habitación donde dormíamos hacinadas; lo mismo la coca y el alcohol que nos obligaban a consumir y luego lo hacíamos voluntariamente para soportar aquello; los artículos de uso personal; nos ponían multas por llegar tarde…” Un horror en lo que denomina “campos de concentración” de los prostíbulos, polígonos o carreteras, donde las mujeres “están disponibles las 24 horas del día”, duermen cuando pueden y comen una vez al día para mantener la figura.
“No sé cómo se ha podido colar esta basura del libre consentimiento, que es misoginia, dentro del movimiento feminista”
Consentimiento y libre elección
En cualquier caso, concluyó, el “consentimiento no exime de responsabilidad al explotador” y para argumentar esto lo comparó con la lucha sindical, en la que, a las acusaciones de explotación, el empresariado puede argüir que las condiciones de trabajo constan en un contrato que ha sido firmado y acordado por ambas partes.
Esta cuestión de la libre elección es a lo que se agarra y defiende el lobby proxeneta, del que forma parte “gente que cuenta con muchísimos medios y dinero” y trata de influir en la política, las universidades e incluso los movimientos sociales. Mostró su desconcierto por “cómo se ha podido colar esta basura, que es misoginia, dentro del movimiento feminista”, para cuestionar “cómo podemos dar por válido ese discurso” y preguntarse “cómo defendernos las que menos recursos tenemos”. Tiganus urgió al movimiento feminista a debatir sobre esta cuestión.
Insistió en que la prostitución es “insalubre y daña la salud física y psicológica de las mujeres”, pues quienes son prostituidas se arriesgan al asesinato, a contraer enfermedades de transmisión sexual -muchos puteros exigen mantener relaciones sin preservativo- y al embarazo. Están brutalmente expuestas a la violencia y al sometimiento, lo que les obliga a vivir en una situación de disociación (distanciamiento de la experiencia física y emocional), que si se prolonga en el tiempo puede producir enormes daños, y de indefensión aprendida (impotencia aprendida). “Si esto no es tortura, no sé qué puede serlo”, expresó.
“El estigma desaparecerá, no cuando digamos todas somos putas, sino todas somos mujeres y la prostitución nos afecta a todas”
Pornografía y vientres de alquiler
Habló también del estigma de la prostituta y opinó que éste desaparecerá, no cuando digamos “todas somos putas” para regocijo de los hombres, sino cuando reconozcamos que “todas somos mujeres y las decisiones sobre la prostitución nos alcanzan a todas”. También cuando veamos esta clase de comercio como “un acto discriminatorio hacia todas nosotras”.
En cuanto a la pornografía, se refirió a un estudio reciente que señala que se empieza a consumir desde los ocho años a través de los móviles y la calificó como “marketing de la prostitución”. Siendo aún niños, “asisten a una misoginia explícita y extrema”, lo que les hace acudir a la prostitución a “edades cada vez más tempranas” para realizar “actos que ven en las pantallas y que no son de placer sexual sino de dominación”.
Dentro del paquete de mercantilización y cosificación del cuerpo de las mujeres incluye los vientres de alquiler. “¿Qué diferencia hay entre lo que está haciendo con este tema y los niños que, durante el franquismo, eran robados a las mujeres pobres para dárselos a los ricos?”, reflexionó. Reconoció que en el feminismo hay más acuerdo en rechazar esta práctica que la prostitución, “quizás porque se empatiza más con las madres que con las putas”.