Hildegarda de Bingen, la mujer que lo sabía todo

En una fase de la historia en que a las mujeres les estaba prohibido pensar, pues se suponía que carecían de raciocinio, y hablar, pues el discurso estaba reservado a los hombres, emergió una lumbrera femenina que refulgió en la oscuridad de la época y a la que se rindieron nobles, eclesiásticos y gobernantes. Una mujer referente de una sabiduría que trasciende las épocas: Hildegarda de Bingen.

Nació tal día como hoy, el 17 de septiembre de 1179 en Bingen (Alemania). Gerda Lerner la califica como una de esas mujeres extraordinarias que contribuyó a la creación de la conciencia feminista, pues, si bien la primera ola feminista tardaría todavía algunos siglos en estallar, el legado intelectual y político de la sabia renana marca un hito importante en nuestra genealogía.

Harían falta tomos y tomos para explicar todo lo que de significativo hizo esta compositora, escritora, filósofa, científica, naturalista, médica, abadesa, líder monacal, profetisa y santa. Pero vamos a lo que nos interesa: a lo que se cuenta acerca de ella en ‘La creación de la conciencia feminista’.

Fue “pionera en la combinación de espiritualidad, autoridad moral y activismo para crear un nuevo rol público para las mujeres”

Lerner la presenta como “pionera en la combinación de espiritualidad, autoridad moral y activismo público para crear lo que se convertiría en un nuevo rol público para las mujeres”. Además, “dejó un conjunto de obras enorme y sumamente original, escritos que fueron influyentes, tanto durante su vida, como después de su muerte”.

“Y de repente sabía”

¿Quién o qué concedió esa autoridad a Hildegarda en una época en que las mujeres eran consideradas menos que nada? Estamos en el siglo XII. El respeto que se le profesaba procedía “exclusivamente de sus visiones”. Lerner apoya la idea de que “Dios le habló a Hildegarda” y de que “ella no sólo lo creía y lo sabía, sino que hizo que todos los que la rodeaban lo creyeran y lo supieran”.

Hildegarda reveló sus visiones, que percibió desde niña, “bajo una orden expresa de la voz interior y sólo después de una enfermedad severa que la convenció de que aquella orden era realmente voluntad de Dios”. Explicó su experiencia de forma similar a como lo hicieron otros místicos y místicas: “Y de repente sabía”.

Lo más importante es que esos trances, no sólo le confirieron autoridad externa, sino también interna: “Fue de ese conocimiento del que Hildegarda obtuvo la confianza en sí misma”, señala Lerner.

Se definía como “inculta”

Claro que su saber no sólo procedía de esas revelaciones, sino también de su formación en literatura patrística, exégesis bíblica, filosofía, astrología, ciencias naturales y música. Escribió, entre, otras obras, libros de medicina basados en los conocimientos de Galeno. Y a pesar de todo se refería a sí misma como “mujer inculta”, algo que la historiografía ha descartado.

Escribió mucho, pero lo que más influyó en su época son sus libros de visiones, que fueron confirmadas en el Sínodo de Treveris. Ello le “otorgó una autoridad de lo más peculiar para un místico y más para una mujer”, a decir de Lerner.

A partir de ahí, inició su actividad pública. Predicó en grandes ciudades y asesoró al clero y a las gentes corrientes. También a quienes ejercían liderazgo político y religioso en la época, reyes, reinas y papas incluidos, y su correspondencia con estas personas revela un tono “autoritario y firme, sin mostrar ningún tipo de sumisión, la timidez y la humildad tan características de una mujer de su posición –dice la autora de ‘La creación de la conciencia feminista’-. Se dirigía a los papas y emperadores como a sus iguales y, al parecer, estos la trataban igual a ella en sus respuestas”.

Demostrar su derecho a pensar

Su influencia no le evitó conflictos con las altas instancias de la jerarquía religiosa, pero antepuso siempre la autoridad de su voz interior y salió ganando casi siempre.

Incluso, “superó el mayor obstáculo con el que se encontraban, y todavía se encuentran, todas las mujeres pensantes: la sobrecogedora carga de tener que demostrar su derecho y su capacidad de pensar, en oposición con los tradicionales roles de género que se supone que tenían que cumplir”, destaca Lerner.

En siglos posteriores, otras recogieron su legado y combinaron la vida contemplativa con la política. Entre ellas, Catalina de Siena o Teresa de Avila. Y no cabe duda de que su herencia también nos ha llegado a nosotras.