«El mito del matriarcado evita cuestionar el orden de género»

El mito del matriarcado no supone un elemento potenciador para las mujeres, tal y como muchas creen. Por el contrario, la idea arraigada de que la vasca es una sociedad donde las mujeres ejercen poder ha desalentado la busqueda de avances en igualdad. La antropóloga y profesora Margaret Bullen postula que “la creencia en un orden matriarcal evita cuestionar el orden de género y lleva al estancamiento de las tradiciones”.

Bullen participó ayer en un curso de verano de la UPV-EHU, dedicado a su maestra y la de otras muchas antropólogas Teresa del Valle, en el que se analizó desde diversas perspectivas la extensa obra de esta precursora y sus aportaciones a la antropología feminista.

Las dos primeras ponencias se refieron a su estudio del simbolismo de los espacios y de la relación de los mitos y los relatos con la segregación que se produce en los mismos (hombre = espacio público; mujer = espacio privado). Según explicó la profesora de la UPV-EHU Miren Urquijo, “la creación de barreras y límites físicos o simbólicos interpretan y jerarquizan las actividades y a los actores sociales”.

Teresa del Valle hizo una lectura del mito de Mari diferente a la proporcionada por Barandiaran y otros estudiosos anteriores y la relacionó con la polémica presencia de mujeres en espacios y papeles de poder de los Alardes de Irun y Hondarribia. Para Carmen Díez Mintegi, otra de sus epígonas, Del Valle asocia a Mari con la negación, la desobediencia, la adopción de múltiples formas, la presencia en espacios de distinto valor simbólico. “Sería una figura con contradicciones y tensiones, representativa de ambos sexos y ligada a la resistencia feminista”.

Los alardes, un hito

En los Alardes de Irun y Hondarribia se combinaría la presencia de una Mari asociada a la tradición (cantineras) con otra transgresora (mujeres soldado).

El papel de estas últimas es tan importante para la maestra de antropólogas que considera que el conflicto generado en las fiestas de las dos localidades guipuzcoanas por una presencia igualitaria en los Alardes ha marcado un hito en el feminismo vasco similar a los que supusieron las primeras Jornadas Feministas de Leioa de 1977 o los juicios por aborto a las mujeres de Basauri de 1979.

“El uso del espacio es una herramienta para transformar el orden social”

Y es que, a juicio de Del Valle, la centralidad de las mujeres en la fiesta, donde ocupan por lo general un papel subsidiario, periférico, de intendencia e invisible, es fundamental para romper ‘techos de cristal’ y acabar con los ‘suelos pegajosos’. También cumple el importante objetivo de modificar los comportamientos producto de la socialización diferencial que hacen que las chicas estén más constreñidas en su posibilidad de explorar y experimentar, y en su movilidad.

Beatriz Moral, alumna de Del Valle, aseguró que para su mentora “el uso del espacio es una herramienta para transformar el orden social”, ya que la pasividad y la secundariedad femenina se refuerzan con las leyendas, cuentos e historias, y en el caso vasco, también mediante las tradiciones.

Los imaginarios que todo ese entramado construye asocian simbólicamente a las mujeres con la casa, lo que “conlleva una gran carga de responsabilidad, que no de poder”. Además, el trabajo de hogar y de cuidados impide la movilidad de las mujeres y quienes rompen con las convenciones sufren la amenaza de la “desgracia, la desventura y el escarnio”.

De ahí proviene el miedo de las mujeres al espacio público, que “no se corresponde con la magnitud de la violencia” que sufren en la calle, mucho menos peligrosa objetivamente que los hogares, donde se produce habitualmente el maltrato.

Es así como el espacio “construye, manifiesta, transfiere y simboliza el sistema de género” con una intencionalidad que no es explícita. “Pasa desapercibida porque estamas acostumbradas”, puntualizó Moral.

Del Valle sostiene que el espacio urbano está diseñado para mantener a las mujeres en ocupaciones que concuerdan con los roles familiares y alejadas de lugares donde se toman las decisiones principales. Lo asocia con “un campo de batalla, no sólo en sentido figurado, sino también literal donde se negocian el significado y la realización de ciertas actividades”, apuntó Moral.

Vencer las limitaciones

Esta antropóloga indicó que el avance es posible mediante lo que Del Valle denomina encrucijadas y espacios-puente. Las primeras son extensiones pequeñas, como fisuras que permiten iniciar acciones que tengan en cuenta a la ciudadanía y sus necesidades. Los segundos serían los espacios de mujeres con su potencial emancipador.

Frente a las limitaciones que sufren las mujeres en sus experiencias vitales en virtud de los mandatos recibidos en su proceso socializador y sus consiguientes limitaciones en el uso del espacio público, Del Valle, quien ha sido una gran viajera y ha estudiado culturas muy diferentes, propone una serie de remedios:

  • Experimentar en propia carne el gozo de recorrer espacios y de disfrutar de la noche.
  • Recuperar narrativas de viajes en solitario o en grupo, experiencias de recorridos no habituales y de superación del miedo para contrarrestar el peso de esta emoción en la memoria, que puede marginar las experiencias positivas.
  • Buscar referencias de mujeres que disfrutaron de modelos de poder catalizador y cuestionaron normativas.
  • Ocupar los espacios-puente que permiten transitar desde los espacios interiores a los exteriores.