Caso Arandina: cuando a la dominación le llaman consentimiento

La agresión sexual a que tres ex jugadores de la Arandina sometieron a una niña de 15 años y las reacciones posteriores ha puesto en evidencia hasta qué punto está extendida la cultura de la violación. No sólo ha sido la primera vez que se ha organizado una manifestación a favor de unos condenados por un delito de estas características, sino que además se han filtrado audios de la víctima que algunos medios supuestamente serios y rigurosos han publicado irresponsablemente.

Las redes sociales han sido estos días un hervidero de comentarios de todo tipo acerca de esta agresión múltiple. Proliferan las opiniones que ponen el grito en el cielo por lo que consideran una condena “sin pruebas”. Nos indignan pero quizás no nos deberían de extrañar. Como bien resume irónicamente en twitter la maestra y cantante María Martín Romero, “españoles y futbolistas… No son violadores, son machos”.

No hace falta que sean futbolistas. Como bien sabemos, basta con que sean hombres.  Su palabra vale infinitamente más que la nuestra. Tengo bien presente un caso similar ocurrido en Abadiño (Bizkaia) donde, si bien la gente no se manifestó a favor del agresor, ahora en la cárcel, rehusó apoyar a las víctimas, cuyo testimonio se puso en duda y cuyo sufrimiento fue ignorado por una atronadora mayoría silenciosa.

Entre los comentarios más o menos cabales o disparatados que se vierten estos días en la citada red social he rescatado dos que me parecen particularmente interesantes para arrojar luz sobre el caso y entender por qué una menor de 15 años no puede mantener relaciones sexuales con un adulto. No es sólo que en el Estado esto se considere delito (la edad de consentimiento está en los 16), sino que a esa edad un adulto tiene capacidad para imponer su poder a una menor sin obtener resistencia.

Testimonio “persistente”

La primera argumentación pertenece a un juez que se autocalifica como “inconformista” y se identifica como Judge the Zipper. Es interesante porque explica muy bien el porqué de las contradicciones de la víctima y por qué no puede haber consentimiento a esa edad en esas circunstancias:  “La sentencia dice en los hechos probados que  la víctima y uno de los acusados habían entablado una relación por Internet, incluido el intercambio de fotos en ropa interior; incluso hablaron en broma por teléfono (con manos libres) sobre hacer una orgía “los cuatro”.

El ‘día D’, víctima y acusado se vieron en un bar y él la invitó a subir al piso para hacer un video musical con una app. Fueron llegando los otros acusados. Todos sabían que ella tenía 15 años. Tras hacer el vídeo, ellos apagaron la luz y se desnudaron, ella fue al baño.

Regresó del baño y la desnudaron (salvo bragas), cruzando paralizada los brazos y dejándose coger manos y cabeza para masturbarles y hacerles felaciones. Uno eyaculó en su boca y ella fue al baño a escupir, y al regresar uno de los acusados le dijo cuál era su habitación.

Ella entró en esa habitación, se tumbó en la cama y él, de similar madurez psicológica que ella, y tras ponerse un condón, la penetró sin su oposición. Tras diez o quince minutos, ella volvió al salón, se vistió y se marchó. Posteriormente tuvo ansiedad y depresión que tuvo que tratarse.

También el tribunal entiende probado que, el día anterior, el primer acusado había contado en un grupo de WhatsApp que él y sus compañeros estuvieron con la víctima “y se la chupó a los tres” y “mañana vuelve“, aunque no da por probado que esto ocurriese. Nadie denunció/acusó por esto.

“Aunque los acusados negaron los hechos, el tribunal entiende que ellos le intimidaron para acometerla sexualmente”

Pues bien, aunque los acusados negaron estos hechos, el tribunal entiende que ocurrió así, que ellos le intimidaron para acometerla sexualmente, lo que es un delito de agresión sexual (violación) a un menor de 16 años, con penetración bucal y agravado por hacerlo en grupo.

Se basa para concluir eso en el testimonio de la víctima, fundamentalmente, pues entiende que el mismo reúne los requisitos que la jurisprudencia exige para darle credibilidad. Así, fue persistente, pues, aunque reconoce que ha contado distintas versiones a diferentes personas, ello es debido a su inmadurez (influencia de RRSS y preocupación por su imagen). Por eso, y por sentimiento de culpabilidad, a los conocidos les contó que fue todo voluntario, pero en su círculo más íntimo sí fue persistente y constante en decirles que todo fue forzado.

Entiende el tribunal que no concurren motivos espurios por los que ella pudiera estar mintiendo. Y a pesar de que da por probado que ella le dijo a una amiga que “como digan que fue algo más que pajas y mamadas, me invento lo que sea”, el tribunal no ve falsedad en ella.

Ansiedad y depresión

Las psicólogas (forenses) no realizaron el test de credibilidad a la víctima, pero no dudan de que todo ocurrió como lo cuenta ella. Y que aunque la ansiedad y depresión que ella sufrió pudieran venir de la relevancia pública del asunto tras su denuncia, éstas concluyen que están directamente relacionadas con los hechos.

Todo ello, señala el tribunal, a pesar de que hubo indicios de que ella consintió el sexo: testigos a los que contó su “hazaña” y que la vieron feliz, o anotaciones en su móvil bajo el título “Mis líos”. Sin embargo, entiende el tribunal que no restan credibilidad a su testimonio.

Hemos visto que el delito por el que se les ha condenado no ha sido abuso, sino agresión sexual, que requiere de violencia o intimidación. Pues bien, en esos hechos probados el tribunal vio intimidación. Concretamente lo que se ha llamado “intimidación ambiental”.

Así, dice la sentencia que al estar en un domicilio ajeno, con la luz apagada y rodeada por tres varones desnudos de superior complexión y edad, se creó el ambiente intimidatorio que hizo que ella, sorprendida e inmadura, quedara bloqueada por temor a una reacción violenta de ellos.

Y dice el tribunal que los acusados crearon ese ambiente y sabían (sin incurrir en error) que ella no actuaba así libremente: fueron ellos quienes la quitaron la ropa y ella cruzó sus brazos tratando de evitar la realización de una acción sexual que no deseaba ni consentía”.

“Oscar tenía un poder que yo no tenía”

El segundo relato ahonda en los efectos psicológicos de practicar sexo a los 15 años con una persona adulta. Pertenece a una mujer de 37 años que a esa edad mantuvo lo que pensaba entonces que era una relación consentida con un adulto y narra las secuelas que sufrió. Se identifica como Li_Kachin:

“Ayer cumplí 37 años. Entre mis 14 y 15 años tuve ‘relaciones sexuales’ con un tipo de 26-27. Bueno, yo creía que eran relaciones sexuales. Yo no me negué y creía que estaba haciendo lo que quería. Nunca pensé que me afectaría. Me creía muy capaz de tomar ciertas decisiones. Creía ser una persona muy adulta. Me sentía muy mayor. Quedábamos algunos sábados y recuerdo perfectamente cómo me sentía al ir hacia su casa, recuerdo los nervios. Y también cómo me sentía al irme.

Cada vez que volvía a casa experimentaba una especie de incomodidad, tristeza y vacío. No entendía por qué, así que me convencí de que simplemente le echaba de menos. El problema era que yo siempre tenía ganas de irme cuando me iba. No quería quedarme más rato. Entonces, lo de querer estar más con él era poco probable, pero fue la respuesta que me di porque sencillamente no tenía otra. A medida que fue pasando el tiempo, cuando ya éramos sólo amigos, me iba incomodando más.

“Él se refería a sí mismo respecto a mí como el ‘desvirgator’ entre risas”

Él se refería a sí mismo respecto a mí como el ‘desvirgator’ entre risas. Y yo, que siempre sabía salir de situaciones así, teniendo ya 24 años (y él 35), me quedaba totalmente en blanco. No mantuvimos el contacto todo el tiempo. Nos fuimos reencontrando por Facebook y esas cosas, pero hasta mis 26, precisamente, nos escribíamos y nos habíamos visto alguna vez más desde aquellas quedadas.

Le tenía cierto cariño pero de pronto recordaba momentos, imágenes, cosas que me decía y que, por algún motivo, aún tengo grabadas y son muy desagradables y no entiendo cómo no me di cuenta. Me recordé con 15 años, me vi a mí misma con 26 y miré a mis alumnos y alumnas de 14 y 15 años.

Lo entendí todo. Óscar no me forzó. No me obligó a nada. No me extorsionó. Sin embargo Óscar sabía cosas que yo no sabía. Óscar tenía un poder que yo no tenía.

Óscar no sintió que me viola a o que abusaba de mí, pero sabía que debía mantener aquello en secreto porque sabía que no estaba bien. No estaba bien follarse a una niña de 14-15 años (los cumplí durante ese período).

“Era tristeza, sí, pero no por echarle de menos, sino porque algo me estaba haciendo daño. Un daño que no podía medir en ese momento”

No estaba bien quedar con una cría de esa edad para follar los sábados por la mañana. Óscar sabía que no estaba bien acercarse a mí, olerme y hacerme comentarios lascivos en un lugar lleno de adultos y menores de mi misma edad, que fue donde nos conocimos.

“Era alguien especial en mi vida”

Óscar sabía perfectamente que yo había sufrido abusos y que yo necesitaba cariño, y él fue muy muy cariñoso conmigo. Mucho. Yo sentí que era alguien muy especial en mi vida.

Óscar me habló de mi abuso sexual y de cómo él me iba a tratar muy bien. De lo que se merecían los tíos que hacían esas cosas. Óscar era encantador, simpático, gracioso, inteligente… Él sí sabía que aquello podía afectarme. Él era el adulto y debía parar.

Al ver todo esto por fin me respondí. ‘Cada vez que volvía a casa experimentaba una especie de incomodidad, tristeza y vacío. No entendía por qué, así que me convencí de que simplemente le echaba de menos’ No le echaba de menos. Aquella sensación era culpa. Era miedo.

Era tristeza, sí, pero no por echarle de menos, sino porque algo me estaba haciendo daño. Un daño que no podía medir en ese momento. Yo era una cría”.

Otras mujeres le agradecen el testimonio y le comentan que se reconocen en él. Esto es la cultura de la violación: llamar consentimiento a la dominación. Confundir con sexualidad y amor lo que es poder ejercido por los hombres sobre las mujeres. Peor aún, que la propia agredida sea víctima de este equívoco. O que las gentes del lugar manifiesten convencidas refiriéndose a los ex jugadores: “Es una barbaridad (la condena). Son unos buenos chicos”. Compañeras, queda mucho por hacer.