Nasrin Sotoudeh firma ‘Mujer, vida y libertad’, libro sobre el movimiento reconocido con el Nobel de la Paz

La activista iraní Narges Mohammadi ha recibido el premio Nobel de la Paz. Mohammadi representa al iraní movimiento Mujer, Vida y Libertad, surgido en defensa de los derechos y libertades de las mujeres. Su origen está en la muerte, el año pasado, de Mahsa Amini, activista kurda que falleció en el hospital después de ser detenida y torturada por portar el ‘hiyab’ (pañuelo islámico) incorrectamente.

Hace sólo unos pocos días la joven de 16 años Armita Garavand fue atacada en el metro por no cubrirse el pelo y desde entonces se encuentra inconsciente en Cuidados Intensivos. Su familia ha sido también objeto de hostigamiento.

La abogada de derechos humanos Nasrin Sotoudeh, quien ha dedicado su carrera a la lucha por los derechos de las mujeres y las minorías en Oriente Medio, y está por ello condenada a 38 años de prisión, firma el libro ‘Mujer, vida, libertad’, que habla de ese movimiento colectivo por los derechos humanos y la igualdad de los hombres y mujeres en Irán. El texto ha sido editado por la Universidad de Cornell (EE UU) y ofrecemos la introducción en castellano:

Pocos días antes de que se llevaran a Zahra para ejecutarla me enseñó un hermoso cuadro de bailarina que había hecho en el taller de la prisión de mujeres de Qarchak para su hija. Me preguntó con orgullo: “¿No es precioso?”. Y yo, realmente cautivada, le respondí: “Sí, es muy bonito”. Aún recuerdo el cuadro vívidamente.

Estábamos presas en una de las cárceles más asquerosas y superpobladas de Irán. Qarchak se había convertido en un establo industrial con un sistema de alcantarillado inadecuado. Mis pulmones recibían siempre el hedor de las aguas residuales. Mi celda era pequeña, sin ventanas, con cuarenta mujeres y sólo doce camas. Teníamos que sentarnos a comer por turnos porque no había espacio suficiente para que todas pudiéramos hacerlo a la vez.

La historia de Zahra comenzó con el asesinato de su marido. Durante nuestros paseos matutinos o vespertinos por el patio de la cárcel, me contaba cómo las sometía a ella y a su hija de dieciséis años a graves torturas psicológicas y físicas que hacían de su vida un horror cotidiano.

En Irán, un hombre puede divorciarse, pero eso es casi imposible para una mujer. Las mujeres divorciadas también pierden la custodia de sus hijos e hijas. La hija de Zahra confesó en su diario que había apretado el gatillo y matado a su padre. No expresó ningún remordimiento y dijo que “había escapado del infierno que él había creado para ellas”. Los hijos mayores de Zahra y su madrastra exigieron un castigo legal. El tribunal, en el que todos los jueces eran hombres, desestimó el testimonio sobre el padre, y culparon a Zahra de las acciones de su hija. La condenaron a morir en la horca.

Estuve encarcelada con mujeres como Zahra que vivieron tiempos oscuros con tanta dignidad. Las crueles condiciones hace que muchas personas presas y sus familias pierdan el sentido de humanidad.

“Obras de mujeres como Shirin Ebadi y Mehrangiz Kar despertaron mi entusiasmo y pasión por una sociedad equitativa basada en leyes justas”

Durante mucho tiempo, mi vocación ha sido defender a las personas en situación de prisión política y a aquellas cuyos derechos han sido violados. En la década de 1970, leí obras de mujeres como Shirin Ebadi y Mehrangiz Kar, escritos que despertaron mi entusiasmo y pasión por una sociedad equitativa basada en leyes justas. Habían alcanzado la mayoría de edad antes de la Revolución Islámica de 1979 y entendían el mundo mucho mejor que yo.

Yo sólo tenía quince años durante la revolución, y el alcance de la incipiente misoginia oficial aún no había ensombrecido mi vida. Habiendo sido testigo de cambios en las actitudes hacia las mujeres desde la adolescencia, sentí una cólera que no podía expresar con claridad.

Cuando tenía veintiún años, asistí a un curso de Derecho Islámico. El profesor era un clérigo que también enseñaba en la universidad antes de la revolución y que en ocasiones se oponía al gobierno islámico. Le pregunté: “¿Por qué la ley considera que la ‘diyah’ (compensación por asesinato) de una mujer es la mitad de la de un hombre? Esta era una de las disposiciones de la Constitución iraní posterior a la revolución. Significaba que si un hombre mataba involuntariamente a otro hombre tenía que pagar una compensación a la familia de la víctima y si era a una mujer, sólo la mitad de esa cantidad. Esto era obviamente degradante para las mujeres. Pensé que el clérigo tendría la explicación, pero respondió con una especie de evasiva: “No sé por qué. Pregunte a quienes han promulgado estas leyes”

De esto hace ya cuarenta años. Aunque mi joven mente aún no aún no dominaba conceptos como activismo, discurso civil y derechos humanos, la respuesta de mi profesor no me satisfizo. Por aquel entonces, viajé a Yazd con mi mejor amiga. Empezamos a hablar de lo confundidas y disgustadas que estábamos por el trato que el nuevo régimen daba a las mujeres.

Ella nunca permitió que que el miedo y la cautela le impidieran decir la verdad. Siempre decía lo que pensaba. Mencioné el doble rasero que existía en el derecho de familia. Por ejemplo, en un divorcio, una mujer puede tener la custodia de su hijo sólo hasta los siete años. Esto no se aplica a los hombres. Además, un hijo varón recibe el doble de la herencia de sus hermanas.

Explicar las injusticias

Mi amiga, que había estudiado en Estados Unidos, sugirió que enseñáramos a otras mujeres acerca de estas desigualdades. “Nasrin -dijo- escribamos todas estas disposiciones legales injustas. No hace falta explicarlas, simplemente escribiremos el texto exacto de la ley”.

Quería que hiciéramos copias y las distribuyéramos entre nuestras amistades. Me avergüenza decir que no me tomé su sugerencia en serio. Ahora me doy cuenta, pero no pensé que pudiera influir significativamente en el pensamiento de nadie.

Poco después de ese viaje, encontré un artículo de Shirin Ebadi. Fue la primera mujer presidenta del tribunal de la ciudad de Teherán y una de las primeras juezas de Irán. Sin embargo, tras la revolución de 1979, se le impidió ejercer como abogada hasta 1993. En ese artículo, escribió en un lenguaje sencillo y accesible sobre la misma discriminación acerca de la que mi mejor amiga y yo habíamos discutido. Contaba a las mujeres cómo la ley viola sistemáticamente sus derechos. Más tarde, una fría mañana de invierno, fui al bufete de Shirin Ebadi para una entrevista para conmemorar el Día Internacional de la Mujer y allí comenzó nuestra amistad.

Al mismo tiempo, otra mujer notable desafiaba la discriminación de género: la abogada y activista Mehrangiz Kar. Era una hábil escritora que relataba las luchas de las mujeres jóvenes en una sociedad injusta. Años después recuerdo haber leído su historia sobre cómo ni siquiera podían aplaudir en conciertos de música o expresarse con palabras y bailar. Esta mujer de voz suave pero valiente soportó años de años de encarcelamiento y acoso por parte de las autoridades iraníes que destruyeron a su familia y acabaron con la vida de su marido.

Esos escritos y las discusiones con mi amiga me impresionaron. Yo tenía unos veintiocho años cuando me di cuenta de que, en lugar de limitarme a cuestionar a mi profesor, debía preguntarme: “¿Qué debo hacer con mi vida?”. Decidí ser abogada.

“Para ocupar un cargo oficial en Irán, la educación y las cualificaciones no son suficientes. Hay otro proceso que juzga las creencias”

Entusiasmada y decidida, me presenté al examen de abogacía y aprobé en 1995, pero tuve que esperar otros siete años antes de que se me permitiera ejercer. Para ocupar un cargo oficial en Irán, la educación y las cualificaciones nunca son suficientes.

Hay un segundo proceso de selección conocido como ‘gozinesh’, que juzga las creencias ideológicas. Cuestiones como las creencias religiosas, que no tienen nada que ver con el cargo. Cuando una persona candidata pretende ejercer la abogacía, el Colegio de Abogacía iraní tiene la obligación legal de informar al Ministerio de Inteligencia, que a su vez lleva a cabo una investigación sobre el terreno.

Farideh Ghayrat, abogada, activista por los derechos de la mujer y portavoz de la Asociación para la defensa de los derechos de las personas presas, me ayudó a obtener mi licencia. Mantuvo correspondencia en repetidas ocasiones con el Ministerio de Inteligencia con una valentía increíble, rebatiendo sus excusas sin sentido para no aprobarme las evaluaciones de ‘gozinesh’. En una época en la que pocos y pocas se atrevían a enfrentarse al ministerio, le debo mi carrera y todo lo que vino después a esta mujer.

Farideh siempre se preocupó por los derechos de la mujer y escribió numerosos artículos en varios periódicos para cuestionar las leyes misóginas. Además de portavoz, había sido elegida miembro de la junta directiva del Colegio de Abogacía de Irán. Nuestros intereses se cruzaban. Más tarde, hice prácticas con ella. Me enseñó muchos principios sobre ética y persuasión que eran, en muchos sentidos, incluso más importantes que los matices de las leyes y los códigos penales.

“Cuando estás agotada y no puedes continuar es exactamente el momento de ser fuerte y empujar”

Una vez trabajé en un caso de maltrato infantil que estaba estancado. Había intentado todas las vías legales posibles, pero el juez que presidía el caso se negaba a tener en cuenta el bienestar del niño. Un día, especialmente frustrada y enfadada, entré en el despacho y empecé a quejarme. “Esperaba más de ti”, me dijo Farideh. Lo que me dijo a continuación fue la lección más importante de mi vida como abogada de derechos humanos: “Cuando estás agotada y no puedes continuar es exactamente el momento de ser fuerte y empujar”. Mi mentora me enseñó que si yo estaba cansada, mi oponente también lo estaba. “Sé fuerte y sigue adelante”, me recomendó, y le hice caso. Gané el caso.

Afortunadamente, no estábamos solas. Algunos abogados, como Abdul-Karim Lahiji, defendieron a presos y presas políticas durante esta época turbulenta. Su trabajo había comenzado durante el régimen anterior, cuando el sha reprimió la libertad de prensa, los derechos de las personas trabajadoras y el activismo político, y persiguió a quienes defendían los derechos humanos.

Lahiji siguió realizando una labor similar durante varios años después de la revolución. Sin embargo, una redada de las fuerzas revolucionarias en la Asociación de Abogacía lo obligó a esconderse durante mucho tiempo. Finalmente, abandonó Irán. Una vez en el extranjero, contribuyó significativamente al campo jurídico. Muchas y muchos conocidos fueron detenidos durante esa redada y se revocaron ilegalmente las licencias de sesenta y tres abogados y abogadas de derechos humanos.

Entre las personas cuyas licencias fueron invalidadas se encontraban Gitie Pourfazel, incansable defensora de los derechos de la mujer, y Dariush Forouhar, destacado dirigente de la revolución que, junto con su esposa, fue asesinado en 1998 por agentes del gobierno. Esto coincidió con el comienzo de las historias de horror en mi país.

Empecé a ejercer la abogacía en 2003. Representaba a minorías religiosas, como los bahá’ís, a minorías étnicas, especialmente kurdas, y a muchas mujeres y criaturas que sufrían violencia doméstica. También he defendido a menores condenados a muerte y he trabajado con otras personas contra la pena de muerte. Creo que los seres humanos aquí, y en todos los países, merecen el derecho a la libertad y a una vida digna.

En Irán, ellas han sido también las figuras centrales del cambio. En 2006, la campaña ‘Un millón de firmas’ entregó una petición al Parlamento iraní para cambiar las leyes discriminatorias contra las mujeres. En 2017 y 2018, las protestas de las chicas de la Calle Enghelab (Revolución) mostraron la oposición nacional a las leyes de este país sobre el ”hiyab’ obligatorio. Muchas fueron detenidas violentamente por la policía de moralidad y las fuerzas de seguridad, y yo fui la abogada de algunas de estas mujeres.

Las mujeres iraníes han pedido ayuda a la comunidad internacional. Si no hay respuesta, lo que está ocurriendo en Afganistán pronto ocurrirá en Irán

En Irán hay una demanda continua de justicia social. El movimiento Mujeres, Vida, Libertad comenzó en 2021 tras la detención y brutal asesinato de Mahsa Amini a manos de la policía de la moral (por no usar su ‘hiyab’ correctamente). La respuesta de la dictadura ha sido estrechar el cerco sobre el pueblo iraní, y nuestras mujeres detenidas y encarceladas se enfrentan a la violencia más dura. Niños de tan sólo nueve años han sido asesinados a tiros. Hombres jóvenes que sobrevivieron a palizas fueron ejecutados. Sin embargo, no nos rendimos. Seguimos presionando al gobierno por los derechos básicos y el cambio democrático.

Importancia de las redes sociales contra la opresión

El silencio es el enemigo de los derechos humanos en Irán y en todo el mundo. En mis últimos años en prisión, me di cuenta de lo importantes que son las redes sociales y la tecnología en la lucha contra la opresión.

El verdadero cambio tiene que venir de dentro, pero la presión y el buen ejemplo de los países democráticos pueden marcar una enorme diferencia. Las mujeres iraníes han pedido ayuda a la comunidad internacional de forma justa, respetuosa y pacífica. Y debe haber un esfuerzo mundial para atender su petición. Si no, lo que está ocurriendo en Afganistán bajo el régimen talibán pronto ocurrirá en Irán.

Por mucho que me moleste tener que hacer tal comparación, esta es una verdad ineludible. En tiempos difíciles, me gusta recordar a mi tía Anis. Hace cincuenta años, era profesora en una pequeña ciudad. Sin ‘hiyab’ y llena de orgullo, se plantaba en medio de la plaza del pueblo y pronunciaba discursos animando a las mujeres a luchar por sus derechos.

Amaba a sus alumnas, y sus madres solían acudir a ella para pedirle consejo personal. Mi tía nunca tuvo miedo de hablar con sus padres y maridos si eso podía ayudar de alguna manera a estas niñas. Uno de los recuerdos más vívidos de mi infancia es el de mi tía erguida, con las manos en los bolsillos, diciendo: “Una mujer debería poder meterse la mano en sus propios bolsillos”, haciendo referencia a la necesidad de independencia económica de las mujeres. Era inflexible en eso. La frase tuvo un profundo efecto en mí.

“La realidad actual es el asesinato de Mahsa Amini por no cubrirse con capas de ropa. La realidad es el envenenamiento de colegialas con gas por atreverse a recibir educación”

Esta y otras incontables historias como la suya se cuentan por todo Irán, pero hoy no son más que un recuerdo. La realidad actual es el asesinato de Mahsa Amini, que perdió la vida por no cubrirse con capas de ropa. La realidad es el envenenamiento de colegialas con gas por atreverse a recibir educación.

La realidad es que las mujeres han soportado más de cuatro décadas de dolor en este país. Es, para nosotras, una experiencia física, corporal. Es algo muy real.

“Si el monstruo de la opresión ha anidado en un rincón del mundo, puede levantarse y moverse; sueña con apoderarse del mundo”

Las personas que viven lejos pueden dar la espalda a estas realidades, esperando ser inmunes. Sin embargo, si el monstruo de la opresión ha anidado en un rincón del mundo, puede levantarse y moverse. Ya ha empezado a merodear. El monstruo está hambriento, y sueña con apoderarse del mundo. Debemos superar nuestros miedos, enfrentarnos a la bestia, y mirarla a los ojos.

Quiero que nuestros hijas e hijos vean y se inspiren en grandes mujeres como mi tía. No quiero que sea sólo un recuerdo, un sueño. Por eso intentaré por todos los medios dar a las mujeres de Irán la sociedad que se merecen.

El Instituto McCourtney para la Democracia de la Universidad Estatal de Pensilvania me ha pedido que escriba un ensayo explicando mi trabajo. Aunque me siento honrada, sé que no puede tratar sólo de mí, sino también del trabajo de otras personas y grupos en Irán. De hecho, cada vez que se han menoscabado los derechos de las mujeres, los niños o las minorías, me he limitado a representar legalmente a los activistas que luchaban por ellos.

Mis esfuerzos siempre han dependido de otras y otros activistas de los derechos civiles y humanos. Por ejemplo, representé a varios activistas de los derechos de la mujer en un intento de anular o reducir las duras penas que se les imponían. También he trabajado en favor de menores condenados a muerte por delitos que habían cometido a una edad temprana. Comparto preocupaciones con colegas en esta lucha. Nuestro único propósito es acabar con los graves abusos que se producen en nuestra sociedad. Yo simplemente contribuyo a la causa con las herramientas de mi profesión.

Plantar semillas

Mirando atrás, me doy cuenta de que hubo muchas ocasiones en las que pude reducir las condenas de mis clientas y, a veces, ayudar a liberar a personas inocentes. Trágicamente, tras repetidas y brutales presiones del gobierno, el trabajo de los grupos feministas y de las abogadas de derechos humanos que los defendían (entre los que me incluyo) se ha cerrado casi por completo. Sin embargo, gente buena está recogiendo las semillas que hemos sembrado, igual que hicimos nosotras con las activistas que nos precedieron.

“Hace cuarenta y cuatro años, el pueblo iraní esperaba la libertad en la revolución que barrió al sha. Le mintieron y le traicionaron”

Hace cuarenta y cuatro años, el pueblo iraní esperaba la libertad en la revolución que barrió al sha. Le mintieron y le traicionaron. El gobierno del ayatolá Jomeini les arrebató sus derechos civiles y políticos. Lo hizo con la arrogancia propia de unos pocos gobernantes que están convencidos de que son los representantes de Dios en la tierra, y su versión de la religión poco a poco se deslizó su camino en la vida personal de la ciudadanía.

Las mujeres, la peor parte

Las mujeres se han llevado la peor parte de la represión social y política. Se les arrebataron casi todos sus derechos civiles. El derecho al divorcio, la custodia de los hijos, la libertad de elegir el ‘hiyab’, la igualdad en la herencia y la protección frente a la poligamia -que habían mejorado ligeramente bajo el régimen anterior- se abolieron por completo. Todo ello a pesar de la promesa del gobierno de la República Islámica de un nuevo país en el que hombres y mujeres fueran iguales.

“Desgraciadamente, las mujeres carecían de la conciencia política necesaria para reconocer la profundidad del problema”

Desgraciadamente, las mujeres carecían de la conciencia política necesaria para reconocer la profundidad del problema y, aunque la nueva institución no las veía más que como objetos sexuales, tuvieron que transigir e -ignorando la ley del ‘hiyab’ obligatorio- centrarse en luchar por sus derechos civiles, incluido el derecho a la educación y al empleo. Con el tiempo, las mujeres se dieron cuenta de que no podían reclamar derechos civiles a menos que pudieran reclamar el control de sus cuerpos. Así comenzó la desobediencia civil contra el uso obligatorio del ‘hiyab’ en público.

De esta toma de conciencia surgieron diversos movimientos, como la Campaña ‘Stop Stoning Forever’ (‘Dejad de lapidar para siempre’), la Campaña del Millón de Firmas y ‘My Stealthy Freedom’ (‘Miércoles Blancos’). De ellos nació un movimiento espontáneo y de base llamado Girls of Revolution Street (‘Chicas de la calle Revolución’). Mujeres de todas las edades agitaron públicamente sus pañuelos atados a un palo. Ni la opresión, ni la cárcel, ni la tortura, ni la muerte pueden detener el clamor que generan nuestros derechos.

Espero dejar constancia de una pequeña parte de lo que ha sucedido. Debo hablar de los derechos de las mujeres en Irán y de las leyes que afectan a las activistas que desafían esos derechos. Como abogada que soy, nunca pude ofrecer libremente una revisión crítica de la legislación de su país, estoy encantada de que se me haya concedido la oportunidad de hacerlo.

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